Los días se convirtieron en semanas. Con la nueva asignación, la rutina laboral se volvió soportable, incluso esperanzadora. Yo seguía agotado, por supuesto, pero ahora llegaba a casa con la mente despejada, libre de la hostilidad tóxica del primer puesto. El trabajo era duro, pero el cheque al final del mes sería una certeza.
Una tarde, regresé del turno y, al abrir la puerta del cuartico, la encontré sentada sobre el colchón de cartón, pero su rostro estaba iluminado con una sonrisa que no le había visto desde que dejamos la vereda. No era una sonrisa de alivio; era de victoria.
"¿Qué pasó, Sullys? ¿Alguna noticia de la universidad?" pregunté, dejando mi morral en el suelo.
Te levantaste de un salto, con una hoja de papel arrugada en la mano que sostenías como un tesoro. Tu rostro se ensombreció un instante al hablar de tu sueño. "No pude, Kevin. La universidad de aquí es demasiado costosa, y el semestre que perdí me complicó los papeles. La Enfermería va a tener que esperar un poco más," dijiste, y sentí esa punzada de frustración que me recordaba la ladrillera.
Me acerqué para consolarte, pero antes de que pudiera hablar, me tomaste las manos, y esa tristeza se convirtió en una luz feroz. "¡Pero mira esto!" soltaste el grito. "¡Me salió trabajo!"
Sentí una euforia brutal que me hizo olvidar mi cansancio. Era la noticia que no esperábamos tan pronto. Te abracé con una fuerza que te levantó del suelo, dando vueltas en el espacio minúsculo de nuestro cuarto. Este era el golpe de gracia que la ciudad no vio venir.
Dos Sueldos Contra la Pobreza
Nos sentamos en el suelo, y me contaste los detalles. Habías estado buscando en secreto, sabiendo que no podías quedarte quieta. Era un puesto de seguridad en un local pequeño. Nada que ver con un hospital, pero con un sueldo que, sumado al mío, nos sacaba definitivamente del riesgo.
"¿Te das cuenta, Kevin?" me dijiste, tus ojos brillando con lágrimas de emoción. "¡Ya no es un solo sueldo contra la renta y el hambre! ¡Somos dos! El plan de la universidad falló por ahora, pero esto lo cambia todo."
La desesperación de los primeros días, la vergüenza de los cartones... todo eso empezó a desvanecerse. Dos sueldos en Bogotá, aunque fueran modestos, eran una fortaleza inexpugnable.
"Esto significa que ya podemos respirar," te dije, tomando tus manos. "El plan de la universidad no se cancela, Sullys, solo se aplaza. Ahora, todo es para la estabilidad. ¿Cuál es el primer objetivo, entonces?"
Me miraste, y tu mente ya estaba haciendo otras cuentas, con una ilusión doméstica que nunca antes habíamos podido permitirnos. "El colchón es primero," dijiste con firmeza. "Pero con el primer cheque tuyo y el segundo mío, vamos a comprar una estufa pequeña. La nevera puede esperar, pero no podemos seguir cocinando en ese pocillo eléctrico. Y la cama. Necesitamos una cama, Kevin."
La Reconstrucción Ladrillo a Ladrillo
Era verdad. Habíamos vivido como refugiados, y con dos sueldos, podíamos empezar a construir nuestro hogar, ladrillo a ladrillo, pero esta vez con muebles, no con barro.
"Piensa en el primer día que tengamos un colchón de verdad," te dije, sintiendo un nudo en la garganta. "Dejaremos esos cartones y dormiremos como personas decentes, sin que el frío del cemento nos coma la espalda."
La alegría era inmensa, contagiosa. Ya no pensábamos en la supervivencia, sino en la decoración, en el color de las sábanas, en la posibilidad de invitar a mi hermano a comer algo decente en una mesa real. El futuro que habíamos soñado en la vereda, el futuro que se había deshecho con el aguacero, estaba tomando forma en ese cuarto piso.
Ahora éramos dos soldados en la batalla por la estabilidad, y nuestra primera misión era clara: amoblar nuestra vida.