Me siento en el suelo de este cuartico, y ya no siento el cartón como un recuerdo de la derrota, sino como el último escalón antes de la conquista. La emoción es tan fuerte que me desborda. Pienso en todo lo que pasó desde que salimos de la vereda, y la única palabra que me viene a la mente es gratitud.
Nosotros salimos de nuestra tierra, no por huir del fracaso, sino porque sabíamos que nuestro destino era más grande que el horizonte que nos ofrecían. Llegamos a la capital buscando una cancha más amplia para demostrar de qué estábamos hechos, y "Bogotá, la ciudad de las oportunidades", nos la entregó.
Desde el primer momento, esta ciudad nos enseñó su código: aquí la vida no se regala, se gana. Nos exigió disciplina, nos pidió prueba de carácter y nos obligó a despertar la mejor versión de nosotros mismos. El rigor de sus dinámicas, la velocidad de sus calles, todo era una escuela que transformó mi aguante físico en una fortaleza mental inquebrantable. Mi disciplina militar, que en la vereda solo servía para levantar ladrillos, aquí se convirtió en la llave que me abrió la puerta de la estabilidad.
La Doble Oportunidad
Y la mayor bendición de Bogotá es que no solo me dio un camino a mí, sino que también le abrió las puertas a Sullys. Yo había salido con la esperanza de ser un sustento, pero la ciudad nos bendijo con ser dos pilares. Tu iniciativa, tu inteligencia, que por un momento temimos ver estancada, fue reconocida de inmediato en esta metrópoli. Ver tu rostro iluminado con la noticia de tu trabajo es, para mí, una alegría mayor que mi propio contrato.
Esta ciudad no nos dio nada regalado; nos dio algo mucho más valioso: la oportunidad de demostrar que éramos dignos de la estabilidad. Nos forzó a madurar rápidamente, a coordinarnos, a convertirnos en un verdadero equipo de vida. La logística de las hojas de vida, la búsqueda, incluso el tener que ser encontrado por mi hermano cuando me perdí, todo eso fue parte de un plan maestro de la ciudad para unirnos y hacernos más fuertes.
El Futuro que se Construye
Gracias, Bogotá, la ciudad de las oportunidades, por habernos recibido y haber puesto a prueba nuestro temple. Gracias por ofrecernos el espacio y la plataforma para que nuestro esfuerzo se multiplicara. Nos hiciste entender que el verdadero hogar no es la casita pagada en la vereda, sino la sociedad sólida que construimos tú y yo día a día.
Ahora, con dos sueldos en mano, el futuro es brillante. La universidad para ti solo está aplazada, y con esta estabilidad, será una realidad más pronto de lo que pensamos. Dejaremos este cartón, compraremos ese colchón, pondremos esa estufa, y llenaremos este cuarto con la prosperidad que vinimos a buscar. La lucha continúa, pero ahora es una lucha de crecimiento, no de supervivencia.
Todo lo que vino antes, desde el barro hasta el miedo a perderme, fue el entrenamiento. Ahora, estamos listos para edificar nuestro imperio en esta ciudad que nos adoptó con tanto cariño.