Con dos sueldos asegurados, la urgencia de la supervivencia dio paso a la emoción de la construcción. Nuestra primera gran batalla, la de conseguir trabajo, estaba ganada. Ahora venía la logística de la felicidad.
El primer gran desafío no fue ponernos de acuerdo; tú y yo éramos un solo músculo, una sola mente. El problema era la logística pura y dura. Nuestros horarios eran complejos: yo en seguridad, tú en administración. Había que sincronizar turnos, viajes y, sobre todo, la compra que cambiaría nuestras vidas.
Finalmente, el día de pago llegó y, con él, el milagro. Pedimos permiso en nuestros trabajos, nos encontramos con mi hermano, y fuimos al centro comercial. No compramos ropa, ni lujos, ni un celular nuevo; fuimos directo a lo esencial. Compramos el colchón, el más económico pero digno, y una estufa pequeña de dos fogones. Eran nuestros primeros muebles, nuestros trofeos de guerra.
El verdadero calvario fue subirlos. Tuvimos que pagar extra a un ayudante y, entre los tres, mi hermano, el ayudante y yo, cargamos el colchón y la estufa por los cuatro pisos estrechos. El colchón se atoraba en las curvas de las escaleras; sudamos, reímos y renegamos. Pero cuando el colchón finalmente aterrizó en el suelo del cuartico, fue como si hubiéramos plantado una bandera en la cima de una montaña.
Esa noche, botamos el cartón. El sonido del cartón al romperse fue el fin de una era. Nos acostamos en nuestro colchón nuevo. Era firme, suave, y no olía a humedad ni a calle. Nos abrazamos, y el silencio de esa noche fue la verdadera celebración. Ya no sentíamos el frío penetrante del cemento; sentíamos el calor de nuestro esfuerzo, de nuestro hogar.
La vida se estabilizó. Coordinar los turnos era un baile constante, pero cada llamada, cada nota dejada en la puerta, era un recordatorio de que éramos un equipo. Empezamos a ahorrar con una disciplina férrea. El plan de la universidad para ti, Sullys, era nuestro norte, y ahora era más alcanzable que nunca.
Miré a mi alrededor, al cuartico que ya tenía un colchón, una estufa y la promesa de un futuro. El camino desde la vereda había sido una prueba de fuego, un relato de resistencia, amor y la lucha constante contra el prejuicio y la pobreza.
Pero esta historia no termina aquí.