15 - Nov - 25
Darek
Bajé del avión con la guitarra terciada a la espalda. El solo hecho de pisar la rampa me pegó. Caracas.
Respiré hondo. El aire del aeropuerto me golpeó de coñazo: una mezcla de café colado, el sudor de las maletas y ese murmullo de gente que solo se oye en Maiquetía. No me quejo, la gira fue una experiencia increíble, algo que nunca pensé vivir, pero volver a casa... volver a casa siempre es otra cosa.
En la salida, un cartelón blanco con letras negras, que parecía hecho con marcador de pizarra, gritaba: EL HIJO PRÓDIGO VOLVIÓ. Me reí leve al ver a la banda de locos que tengo por amigos.
-¡Mira quién se digna a pisar suelo patrio! -Vladimir agitaba una botella de agua mineral como si fuera un trofeo. Adriana, sin esperar, se me lanzó encima y me abrazó tan fuerte que casi me saca el aire.
-Ya te habías tardado, ¿oíste?
Mateo, más serio como siempre, solo me chocó el puño.
-¿Qué tal los aires de Europa, pana? ¿Mucho frío?
-Brutal para ser la primera vez, chamo -le respondí, alzando las cejas-Pero nada como este calor
La camioneta oxidada, la "Perla Negra" de Mateo, nos esperaba afuera. Subimos entre empujones y risas, mientras me ponían al corriente de todos los chismes de la academia. Cómo extrañaba esta vaina: sus risas, su acento, la forma en que hablan. Me acomodé en el puesto del copiloto y dejé que el caos familiar me arropara de camino a la casa.
El portón de la casa chirrió igualito que hace dos años. Entré solo; los tres loquillos se quedaron bajando unas bolsas del mercado. El olor de la loción barata de Mateo, esa que insiste en usar, me golpeó sin previo aviso. Dejé las maletas en medio de la sala.
-Y bien... -dijo Adri, tirándose en el sofá -¿Qué nos trajiste? ¡Habla claro!
-¡Adriana, por Dios! -le lanzó un cojín Mateo. Yo solo me reí.
-¿Qué vale? -se encogió de hombros, apenada-Solo pregunto.
Me levanté y tomé las bolsas grandes que traía en la mano. Sus caras de expectativa eran un poema. Empecé a sacar los paquetes, uno por uno.
-Para ti, Vladimir: un pedal de distorsión que conseguí en Berlín. Dicen que suena como si Jimi Hendrix hubiera resucitado en modo arrecho.
Vladi lo abrió y soltó un grito que hizo temblar las ventanas.
-Mi Adri: auriculares de estudio. Los mismos que usa Taylor Swift. Para que dejes de quejarte de los míos y de robarme los.
Ella se los puso al instante y empezó a bailar en silencio, desconectada del mundo.
-Y Mateo: una caja de púas personalizadas con tu cara. Sí, con tu cara de mala leche.
Este levantó una ceja, pero vi cómo se le escapaba una media sonrisa.
-Y para todos... -saqué la botella- Un whisky escocés que me costó más que el vuelo.
Brindamos con vasos de plástico. Como tiene que ser.
*
Dejé la casa después de mediodía, con la guitarra limpia y el corazón más liviano. La Academia estaba a diez minutos en moto.
Aparqué frente al portón y entré solo; los demás se quedarían afinando todo para la rumba de esta noche.
El patio seguía igual: el mismo árbol de amate que usábamos de escenario improvisado, los bancos pintados de colores que ya se descascaraban. Me detuve frente al mural. Ahí estaba yo, con veinte años, el pelo largo, y a mi lado... Gabriela. Con esos ojos gigantes pintados al óleo. Alguien había rayado un corazón roto encima. Patético.
Los recuerdos me cayeron encima. Una sonrisa se me escapó, recordando las vainas buenas, hasta que el sonido de unos tacones en el cemento me sacó del trance.
-Pensé que nunca volverías.
Gabriela. Venía vestida de negro, como si estuviera de luto.
-Claramente no vine por ti -le respondí, sin siquiera girarme del todo.
-Mentira. -Su voz se quebró, pero no era de tristeza; era de urgencia- Tú siempre vuelves por lo que dejas roto.
Respiré hondo. El aire olía a la lluvia que amenazaba con caer y a recuerdos que ya me estaban ahogando.
-Gabriela, esto se acabó hace tiempo. Deja el show.
Ella dio un paso. Dos. Tres. Quedó tan cerca que sentí su aliento en mi nuca.
-No. No se acabó. -Sus dedos rozaron mi brazo; los aparté como si quemaran- Derek, escúchame, por favor.
-No hay nada que escuchar.
-¡Claro que sí hay! -gritó, y el eco rebotó en los muros de la academia- ¡Hay medio año de mensajes en visto que no te dio la gana de contestar! ¡Noches enteras que pasé en vela esperando una llamada, chamo! ¡Hay una cama que todavía tiene tu lado de la almohada frío!
Me giré. La miré fijo.
-Ese lado lo llené con música. Con escenarios. Con gente que no me pide que sea alguien que no soy.
-¡Pero yo sí te lo pedía! -Las lágrimas le corrían, pero no se las secaba; las usaba como arma- Te pedía que volvieras, que eligieras esto. ¡Que nos eligieras a nosotros!
-No hay "nosotros", Gabriela. Ya no. Métetelo en la cabeza.
-¡Sí hay! -Se aferró a mi camiseta con las dos manos, como si pudiera coserme a su pasado- ¡Mírame! ¡Mírame a los ojos y dime que no sientes nada!
La miré. Y, sinceramente, no sentí nada.
-Siento lástima -dije, y mi voz sonó más fría de lo que esperaba- Y cansancio.
Soltó un sollozo que sonó a animal herido.
-No me hagas esto. No hoy. No cuando estás a punto de subirte a ese escenario y fingir que todo está bien.
-No finjo, Gaby. Por primera vez en mucho tiempo, todo está bien.
-Te amo, Derek. -Su voz bajó a un susurro desesperado- Te amo tanto que me duele. Vuelve conmigo. Una oportunidad. Una sola.
Agaché la cabeza, quedando a su altura. La miré directo a los ojos.
-No.
Levantó la cara, el maquillaje corrido, pero la voz temblando con una nueva decisión.
-Entonces... esta noche estaré ahí. En primera fila. Gritando tu nombre. Aplaudiendo cada nota. Dándote todo mi apoyo. Porque si no puedo tenerte, al menos voy a demostrarte que nadie, nadie, te va a querer como yo.
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Editado: 30.12.2025