Nuestra historia en notas

3 - Fugaz

16 - Nov - 25

Darek

Nunca imaginé que, después de salir de la Academia ese día con la cabeza llena de planes y el ego inflado por Dalia, mi vida me daría otro golpe inesperado. No malo... pero sí extraño. Como si el universo quisiera sacarme del eje de un empujón.

Me senté en una de las últimas mesas de "IBIZA", la que siempre elijo cuando necesito esconderme del mundo. Abrí el menú sin leer realmente nada; aún tenía la cabeza llena de la conversación en la oficina. Entre patrocinios anónimos, nuevos alumnos, becas, eventos de gala... todo sonaba emocionante. Todo sonaba a futuro. Y por primera vez en mucho tiempo, ese futuro no me pesaba como una losa.

Levanté la mirada por pura inercia, y ahí fue cuando todo comenzó.

A unas cuantas mesas frente a mí, vi a una chica sentada sola. Solo veía su espalda. Un cabello largo, ondulado, café con reflejos dorados que atrapaban la luz de la ventana... algo en ella me detuvo la respiración en seco. No tengo cómo explicarlo racionalmente. Fue como sentir un jalón en el pecho, un reconocimiento absurdo. Como si mis ojos ya la hubieran visto antes... aunque estaba seguro de que jamás había sido así.

La vi levantar la mano, intentando llamar al mesero con un gesto tímido, pero este pasó derecho hacia mí, ignorándola olímpicamente.

Cuando ignoró su voz para tomar mi orden, algo me hirvió dentro.

-Atiende a la dama primero, por favor -le dije, firme pero sin perder la calma- Aquí todos somos iguales, pana.

El mesero se disculpó de inmediato, rojo de la pena, y fue hacia ella. Mientras le tomaba la orden, yo no pude dejar de observarla. No era solo bonita. Tenía una presencia... suave. Un aura que no recordaba haber sentido jamás en el caos de Caracas. ¿Qué demonios me pasa?, pensé.

Cuando el mesero se fue, quedamos casi de frente. Ella en su mesa. Yo en la mía. La distancia entre nosotros se hizo insoportable, eléctrica.

No pude evitarlo. Algo dentro de mí -una chispa ridícula, impulsiva, casi adolescente- me hizo levantarme. Caminé hacia ella sin pensarlo demasiado, antes de que mi sentido común pudiera detenerme.

-Disculpa... ¿puedo sentarme aquí? -pregunté.

Ella me miró sorprendida. Sus ojos recorrieron mi cara sin rastro de reconocimiento, lo cual me alivió y me desconcertó a la vez.

-...Sí, claro -dijo, un poco dudosa.

Me senté y extendí la mano.

-Me llamo Darek... soy de aquí, de Caracas. ¿Y tú eres?

Sus ojos se abrieron como si acabara de dar un salto mental.

-¿Darek? ¿El cantante de la Academia?

La forma en que lo dijo... tratando de sonar tranquila, aunque vi el brillo instantáneo en sus ojos. Se esforzaba en no demostrar emoción, en no parecer una groupie. Me pareció adorable.

-El mismo -respondí con una sonrisa ligera, de esas que uso poco.

-Mucho gusto -dijo, recomponiéndose rápido- Soy Aurora Elizabeth. Vine a Caracas por estudios.

Su nombre me sonó como una melodía suave, de esas que se te pegan sin querer. Y su reacción... fue refrescante. Era la primera vez en meses que alguien me reconocía y me trataba como a una persona normal. Me gustó.

-Bonito nombre. No suena muy caraqueño.

Ella soltó una risa bajita, tan natural que sentí que me aflojaba los hombros.

-No lo es. No soy de aquí, pero... tengo sangre venezolana por mi mamá. Mi papá es europeo, así que mi acento anda todo mezclado.

-Se escucha lindo. ¿Y qué te trae a Caracas, Aurora?

-La Academia. Vine por la beca que están ofreciendo... aunque llevo como una hora buscándola y nada.

Me sorprendí. ¿Justo a este café? ¿Justo hoy? Había demasiada casualidad en el aire.

-¿La Academia? Bueno, llegaste al lugar correcto. Yo estudio ahí. Puedo llevarte cuando quieras.

Ella abrió los ojos con un brillo genuino que no supe descifrar.

-¿En serio? Sería un gran favor... pensé que estaría más fácil de encontrar.

-Caracas es un laberinto si no la conoces. Pero no te preocupes, yo te presento con la directora. Acabo de venir de allá.

Vi cómo respiraba más tranquila, como si se quitara un peso de encima. Me gustaba verla así. Me gustaba ser la causa de esa calma.

-Gracias... en serio, gracias. No pensé que mi primer día en Caracas iba a terminar hablando contigo.

Le dediqué una sonrisa, ladeando un poco la cabeza.

-Yo tampoco pensé que terminaría aquí sentado, pero... me alegra.

Y era verdad. Había algo en ella que se sentía como un respiro después de aguantar la respiración bajo el agua por meses.

-¿Y tú? ¿Siempre vienes a este café?

-Cuando quiero pensar. O cuando quiero escapar.

Ella frunció ligeramente el ceño, como si mis palabras la preocuparan un poco.

-¿Escapar de qué?

-De mí mismo, supongo.

No sé por qué solté eso. Tal vez porque con ella no sentía la necesidad de fingir ser la estrella intocable.

-Vaya... eso sonó más profundo de lo que esperaba escuchar hoy.

-Lo siento, no quiero sonar intenso. Culpa de la música, supongo.

-No te disculpes. Me gusta la gente que siente. Se nota cuando alguien vive con el corazón adelante.

Sus palabras me tocaron más de lo que deberían.

Mientras Aurora hablaba, hubo un instante -uno muy pequeño, casi invisible- en el que algo dentro de mí se quebró. No de dolor, sino de apertura. Como si una ventana que llevaba meses cerrada y oxidada se volviera a abrir de golpe. Su voz tenía una suavidad que no sabía que necesitaba escuchar, y la forma en la que me miraba, atenta y calma, hizo que mis pensamientos se desordenaran por completo.

Y entonces, pasó.

La música empezó a sonar en mi cabeza. Clara. Nítida. Como si alguien hubiera presionado play en la banda sonora de mi vida sin pedir permiso.

El restaurante desapareció. Las otras mesas se borraron en la oscuridad. Solo quedaba ella, iluminada por una luz cenital cálida.




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