Nuestra pequeña familia. [en edición]

CAPÍTULO 4: ¡Sorpresa! ✔️

Mía.
Entré en dirección cuando habían pasado solamente cinco minutos de mi clase de la mañana. Tenía un plan a seguir y, para ello, debía hablar con el director Márquez.
Mientras la recepcionista me anunciaba, recordé la primera vez que estuve en este sitio. No había pasado tanto tiempo, pero para mí parecían años. Después de pisar este pasillo, ese despacho, habían cambiado tantas cosas. Había conocido a Terry, luego llegó Michael y ahora vivíamos juntos y éramos algo muy parecido a una familia, y solo habían pasado unos meses.
—El director le espera —anunció la recepcionista justo después de colgar el teléfono que iba directo a dirección.
—Gracias —susurré regalándole una pequeña sonrisa antes de girarme y dirigirme hacia la puerta.
Justo después de dar dos toques, llegó a mis oídos la palabra "pase".
Entré sigilosamente en la estancia y me encontré con el director observándome por encima de sus gafas mientras me acercaba a su mesa.
—Buenas tardes, señorita Montés —dijo dejando los documentos de lado y prestándome toda su atención.
—Buenas tardes.
—Creo que tiene algo que decirme.
—Sí, sobre eso —dudé durante un momento. Luego recordé a mi pequeña y a su padre y todo lo que habíamos conseguido juntos en esta última semana en la que habíamos vivido juntos—. Quiero hablarle sobre mis clases.
—Claro. ¿Qué sucede?
—He estado pensando mucho sobre un tema de mi vida personal y profesional últimamente —esperé algún comentario, pero al ver que se quedaba en silencio continué—. Quiero aclararle que no pienso dejar de dar clases. Más bien, espero que pueda eliminar una de mis frecuencias del día.
—¿Por qué necesita que haga eso? —preguntó y vi que estaba claramente confundido.
—He pensado en volver a estudiar —le dejé saber—. Quiero terminar mi curso de arte y diseño, así como el de restauración. Para ello necesito un poco de tiempo libre, y no puedo tener este sin renunciar a uno de mis turnos.
El señor Márquez se quedó en silencio procesando mi petición. Sabía que era un poco arriesgado y que podría perder mi empleo si él no aceptaba mi oferta, pero la decisión estaba tomada. Volvería a estudiar, así perdiese mi empleo.
—Entiendo lo que me pide, señorita —aseguró—. Y me alegra que mis empleados siempre estén buscando la superación.
Salí de allí con una sonrisa radiante en el rostro.
—Cariño, recuerda que debemos permanecer en silencio si queremos sorprender a papá —le recordé a Noa mientras le colocaba el cabello detrás de la oreja, pues el viento hacía estragos y se lo metía en sus preciosos ojitos grises, iguales a los de su padre.
—Shi, mami. Noa cadadita y ben pota —dijo con una sonrisa que me llenó de ternura.
—Así mismo, bebé —me puse de pie y la tomé de la mano mientras nos dirigíamos a las puertas giratorias del edificio donde Michael tenía su empresa.
Recientemente me había enterado de que el edificio también era suyo y, digamos, me sorprendí bastante.
Después de reunirme con el director, Terry me había sugerido darle una sorpresa a Michael para contarle la noticia. Yo me volví loca en el instante y decidí llevármelos como sorpresa directamente hasta su oficina.
Terry amó la idea y comenzó a preparar todo al instante.
Así que ahora nos encontrábamos allí recorriendo el vestíbulo junto a su pequeña, con un almuerzo preparado para nosotros y la ilusión de poder sorprenderle y contarle la reciente noticia.
—Buenos días —saludé a la recepcionista, que me dedicó una corta mirada.
—Buenos días. ¿En qué puedo ayudarla? —preguntó secamente.
Yo mantuve mi sonrisa, intentando que la frialdad de la recepcionista no me afectase. Recordé los consejos de Terry para que permitiesen mi entrada.
—Vengo en nombre de la señorita Terry Lewis —hice una corta pausa buscando la atención de la recepcionista. No la obtuve—. Me ha pedido que le dé un mensaje urgente al señor Lewis. Así que me preguntó si me permitiría subir a dejárselo.
La recepcionista me miró al fin, y vi un gran desdén en su mirada, aunque también mostraba algún tipo de desinterés.
La recepcionista me miró al fin y vi un gran desdén en su mirada, aunque también mostraba algún tipo de desinterés.
Suspiró agotada y buscó algo al otro lado del ordenador. Después de unos minutos alargó la mano entregándome una identificación.
—Es el piso 23. Del todo hasta arriba —me dejó saber una información que ya poseía.
—Gracias —susurré, logrando una pequeña victoria y decidida a continuar.
Mi pequeña y yo retomamos el camino hacia el ascensor con mi anterior alegría aún latente y sobrecogida por esta aventura que había empezado.
Cuando el ascensor se abrió me sorprendí al encontrar a un hombre dentro. Debía de venir del estacionamiento. Era más o menos de la misma edad de Michael y podía decir que de la misma estatura. Aunque este era rubio y tenía unos ojos azules preciosos. Ojazos que ahora me miraban, así como a Noa, que se mantenía en silencio junto a mí.
Estuve a punto de felicitar a mi hija por no romper su promesa de permanecer en silencio y portarse bien.
Me incliné para marcar el piso al que subiría y volví a sorprenderme al ver que ya estaba marcado. Volví a presionarlo antes de volver a mi sitio y permanecer en mi esquina del ascensor mientras observaba las puertas cerrarse y cómo comenzaba a subir planta a planta.
—Es una niña encantadora —me giré, sorprendida, hacia el hombre del que procedía el halago.
Intenté recuperarme del impacto que me había causado la sorpresa para responder al comentario. Pero alguien se me adelantó.
—Gracias. Usted también es guapo. —aseguró Noa con una sonrisita pícara en el rostro que me instó a sonreír también.
El desconocido soltó una carcajada estruendosa y negó débilmente.
—Siempre es bueno tener uno que otro halago —aseguró devolviéndole la sonrisa pícara a mi hija, a la que se le enrojecieron las mejillas—. Debo añadir que tienes unos ojos preciosos y que me recuerdan a alguien, pero no estoy muy seguro de a quién.
—Nos pasa seguido —dije.
Quizás el desconocido conocía a Michael.
Asintió, volviendo al silencio que se perfeccionó entre nosotros hasta que las puertas volvieron a abrirse.
El ascensor quedó vacío tras salir hacia un precioso vestíbulo donde se encontraba otra recepcionista. Era bastante moderno y estaba muy bien decorado.
—Señorita Montés.
Me giré buscando a la persona que me llamaba y me encontré con el asistente de Michael. Félix y yo nos habíamos conocido y visto en unas escasas ocasiones en las que él había estado por el apartamento por razones de trabajo. Me sorprendió mucho que aún recordase mi apellido.
—Señor Félix —susurré. Félix dedicó una miradita a Noa—. Hemos venido...
—Félix, ¿dónde está Michael? —preguntó el desconocido dándome la razón sobre mi sospecha de que conocía a Michael.
—El señor se encontraba en una reunión fuera, pero ya debe estar en el edificio o subiendo por el ascensor —explicó Félix.
—Puedes decirle que necesito verle —ordenó el desconocido.
—Mami, papi no viene —dijo Noa, llamando mi atención y la de los demás presentes.
Dediqué una corta mirada a Félix, quien permaneció en silencio, y luego a aquel desconocido que la miraba extrañado y confundido. Volví a Noa y le sonreí.
—Ya está en camino, amor. Venimos a darle una sorpresa después de todo.
Mi niña soltó una risita encantadora y yo sonreí en consecuencia.
En eso se escucha la campanita del ascensor anunciando su llegada y todos nos giramos hacia dicho lugar. Observo embelesada cómo mi hombre entra en el precioso vestíbulo tan bien decorado con su traje oscuro de tres piezas y con su corbata gris que esta mañana le ayudé a colocarse. Se veía espectacular y venía distraído. Su sorpresa fue clara cuando nos vio allí reunidos, aunque aumentó un poco al verme a Noa y a mí justo en el centro del vestíbulo de su empresa.
—Papii —el gritito de Noa llena la estancia que se había sumido en un silencio justo después de que Michael detuviese su andar.
Escuché también el suspiro sorprendido de alguien a mi espalda, así como vi la sonrisa encantadora del padre de mi hija al recibirla en brazos.
—Hola, princesa —deja besos en toda su carita y mi hija se retuerce. Michael se acerca a mí con nuestra hija en brazos y me sorprende al tomarme de la cintura y plantearme un beso frente a su asistente y el desconocido de hace un rato—. Hola, preciosa.
—Sorpresa —susurré contra sus labios antes de sentir cómo sonreía.
—Sí que me debes esas copas —dijo una voz a mi espalda y al girarme me encontré con el desconocido observándonos—. Urgentemente, diría yo.




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