El viento mueve mi cabello conforme nos movemos por la carretera, estoy realmente ansiosa por llegar y poder verte. Esperé casi todo el año para poder venir y visitarte en este noviembre, tú me venias pidiendo día tras día una visita; perdóname, la escuela realmente me impedía venir hasta el otro lado del país, pero no te preocupes que voy en camino.
¿Sabes? Llevo en mi maleta una de tus películas favoritas, si primita, llevo la de musicales que tanto adoras. Mi hermana también quería venir a verte, pero es dos años menor que nosotras por eso no la dejaron, pero está bien. Sé que sonara egoísta decirlo, pero, solo te quería para mi solita este fin de semana. Un largo bostezo sale de mi boca y froto con mis nudillos mis ojos, lo siento, pero llevo algo de sueño; me levantaron a las 4 de la mañana para poder tomar el bus directo al oriente.
Necesito contarte tantas cosas, desde la muerte de nuestro abuelo mi vida ha sido un remolino de sentimientos encontrados, que apenas si puedo controlar. Pero, esas platicas tan profundas las tendremos en persona y no a través de mis pensamientos. Por cierto, ¿te conté que tengo novio? Lo más probable es que sí, yo te cuento todo. Creo que dormiré el resto del camino, llevo solo dos horas en este bus y ya no aguanto la emoción de por fin poder abrazarte.
Estas más delgada de lo que recuerdo. No pasaron más de dos minutos desde que baje del autobús cuando mi nombre pronunciado por mi tía me aviso donde se encontraban. Creí que te vería sentada en el auto esperándome, pero no estabas. Me dijeron que ya no puedes salir de casa, porque ya necesitas oxigeno artificial para poder respirar. No sabes cuánto lo siento primita, no sabía que tu enfermedad había empeorado. El trayecto de la estación a la casa se me hizo casi eterno, pero cuando por fin llegamos y pude entrar a tu habitación, el corazón se me partió en pedazos.
Físicamente ya no eras la misma, tus huesos podían verse con claridad a través de tu piel, que tuve miedo de abrazarte y hacerte daño en el acto. Pero tu espíritu, seguía tan vivo y acogedor de cómo lo recodaba. Con una amplia sonrisa en tu rostro y con un – hola primita chula- me recibiste, porque así de mágica y especial eras. Después de darte un breve abrazo, me pediste que me acostara junto a ti y te ayudara a comer; mi espíritu se comenzaba a desmoronar. Ya no había rastro de la niña intrépida que me pedía escalar árboles a los nueve, porque poco a poco estabas yéndote.
Te cansabas al comer, incluso el poder sentarte era una tortura para ti. Todo tu cuerpo te dolía, tú no te atreviste a decírmelo, pero solo llevaba contigo cuatro horas y ya lo había notado. No quise seguir pensando y prestando atención a todos esos detalles, que lo único que hacían eran romperme de una manera extraordinaria. Así que, me enfoqué en poder distraerte de todo lo que te rodeaba.
Me encantaba oírte reír, pasamos horas y horas viendo tus películas favoritas; no te cansabas de repetirlas una y otra vez. Pero se hizo de noche y el dolor en tu cuerpo se hizo cada vez más intenso, llorabas pidiendo un poco de alivio. Yo no podía hacer absolutamente nada por ti, me pediste tomar tu mano y cantar una canción. Y que doloroso fue observarte cuando te quedaste dormida en medio del llanto y el dolor.
Esa noche no pude dormir, tenía miedo de moverme y despertarte y ante eso revivir tu angustia. Llore en silencio, no sabes como mi alma se desgarró al pensar que te estaba perdiendo y que solo era cuestión de tiempo para poder despedirnos. Creo que me quede dormida mientras lloraba por ti, realmente no estoy segura cuanto me tomo poder calmarme y por fin conciliar el sueño esa noche. A la mañana siguiente tu animo había mejorado mucho; era como si por la noche tu no hubieras sentido toda esa agonía, fui tan ingenua porque no me percate que tu solo fingías para no consternarme, para no lastimar el poco animo que me quedaba. Aun y con todo eso me propusiste ir al río por última vez, ese en el que tantas veces nos bañamos cuando éramos pequeñas; esa fue la última vez que lo visitamos juntas. Ese momento fue el más mágico y especial de toda mi visita, no puedo borrar de mi memoria la hermosa sonrisa que tenías y todo el amor y alegría que irradiabas.
Eras feliz, en ese mismo instante supe que el día que te perdería no solo se iría mi prima, sino también mi hermana, mejor amiga y confidente. Y dolió, en medio de la alegra del momento la opresión en mi pecho me corto la respiración. Use toda mi fuerza de voluntad para no demostrarte que dolía solo de pensar en lo peor; me dedique a disfrutar del momento, tú sentada en la silla de ruedas a la orilla de ese río reías a carcajadas al vernos jugar a tus hermanos y a mí. Comenzamos a jugar contigo incluso cuando estabas en esa silla.
Si hubiese podido congelar ese momento y guardarlo en una caja de cristal como mi tesoro más preciado, no lo dudes prima hermosa que lo haría, y daría todo cuanto tengo por volverlo a vivir una y otra vez. Pero la vida no puede convertirse en un bucle solo de recuerdos hermosos, luego el tiempo se encargar de convertir nuestros momentos juntas algo muy lejano y efímero. La tarde llego a su fin, y cuando regresamos a casa; aprecié otro aspecto del que no me había percatado, ya no sonreías, ya no irradiabas felicidad y percibí que tu habitación se había convertido en una prisión de la que no podías escapar.
Mi corazón murió otro poco más, por que como siempre no podía hacer nada para liberarte de tu verdugo. Recuerdo que, para esa cena, pediste que te preparan tu comida favorita (querías compartirla conmigo) estabas tan entusiasmada porque mis tíos accedieron a tu pedido, que no parabas de decirme que, en mi próxima visita, prepararían mi comida favorita. La comida estuvo acompañada de tantas risas, que, por un momento, todo volvió a cuando teníamos diez años; solo éramos unas niñas que compartían una cena en familia.
Llego la hora de dormir, y sinceramente, nada me preparo para la pregunta que me harías luego de apagar las luces. Ahí en la soledad de tu habitación comenzamos la conversación que marcaría toda mi vida.