10 años atrás
Desde una pequeña tienda de antigüedades, una dulce niña de ojos brillantes como el sol observaba cada día a un niño de cabello oscuro y ojos negros, siempre en el mismo lugar, y cada día veía cómo tres niños más grandes que ellos se acercaban a él para molestarlo. Quería salir y defenderlo; ella era una princesa valiente, como Mérida, la princesa que usaba arco y flecha. Miró disimuladamente a su mamá, que atendía a nuevos clientes, y con decisión abrió la puerta del local y caminó a paso firme hasta donde estaba ese caballero que necesitaba de su princesa. Con sus pequeños puños cerrados con fuerza, frunció el ceño para verse más intimidante y, al llegar a ellos, les gritó:
—¡Ustedes, niños del mal!— Su voz era dulce, pero podía notarse la firmeza con la que iba a enfrentar a esos bandidos. —Suelten a mi príncipe o les enviaré a la guardia real.— Los niños más grandes se giraron y soltaron carcajadas al ver a la pequeña rubia de ojos brillantes como el cielo despejado.
—Vete de aquí, que esto no es asunto tuyo.— Chiara miró una piedra que había en la orilla de unas flores, la tomó entre sus manos y se las lanzó con todas sus fuerzas.
—¡Policía, policía!— comenzó a gritar como loca, logrando que los atacantes salieran corriendo y el niño de ojos negros la mirara con admiración. —¿Te lastimaron?— le preguntó, y él solo negó con la cabeza.
—Me llamo Chiara, ¿tú?— El pequeño había quedado perdido en aquella niña que lo había defendido; nunca nadie había hecho algo así por él.
—Dan.— Los dos se sonrieron y, de pronto, ella tomó la mano de su príncipe.
—Ven, te daré un poco de chocolate.— El niño la siguió, perdido en el brillante cabello de color negro, y eso hacía que sus ojos resaltaran aún más. El aroma a chocolate que la pequeña desprendía se volvió el preferido de Dan.
—¡Mami!— gritó la niña cuando ingresó a la tienda. La mujer la miró con una enorme sonrisa y luego desvió su mirada al niño que acompañaba a su hija.
—¿Dónde te habías ido? Sabes que no debes salir sin avisarme.— Chiara abrazó a su mamá, y aquello entristeció el corazón del huérfano; siempre había anhelado tener a sus papás.
—Es mi amiguito y lo invité a tomar ese chocolate especial que tú preparas.— Su madre caminó hasta Dan y acarició su cabello.
—Tus ojos son tan cautivadores, pequeño. ¿Tus papás saben que estás aquí?— Los ojos negros de él miraron de inmediato a Chiara, buscando ayuda.
—Sí, mami, su papá está justo en la tienda de doña Rosa.— Mintió la pequeña de ojos verdes.
—Entonces ven, también tenemos galletas de canela.— El niño, con emoción, aceptó; en el hogar con las monjas nunca le faltaba alimento, pero se sintió emocionado al comer algo hecho por una mamá.
—Muchas gracias.— Dijo cuando Ana le entregó el delicioso chocolate. Disfrutó del sabor único de la bebida; había algo que lo hacía diferente y ese sabor se grabó en su memoria.
Cuando vio que había pasado bastante tiempo, decidió irse. Chiara lo acompañó y, antes de que él se marchara, le preguntó:
—¿Mañana regresarás?— La voz suave y dulce era como el canto de un ángel.
—Sí, en el mismo lugar como cada día.— Fue la única información que compartió con la niña.
—Entonces esperaré por ti y te salvaré si regresan esos niños con cara de sapo.— Dan sonrió y salió con prisa del lugar, sintiendo por primera vez emoción porque llegaría mañana, para volver a ver a la niña de ojos brillantes.
—Y yo vendré puntual, adiós hada de chocolate.— Chiara sonrió y sus mejillas se tiñeron de un leve rubor. Lo vio partir y corrió hasta donde estaba su mamá cuando la lluvia comenzó a caer con intensidad. Miró a través de la ventana mientras deseaba que llegara el próximo día para ver al niño de ojos negros.
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Editado: 04.01.2025