Nuestro amor sabe a chocolate

∞ Capítulo 2

Dan miró el reloj que reposaba en el comedor del orfanato, ansioso por lograr escapar de las monjas para ir en busca de su madre y ver a su nueva amiga.

—Dan, termina tu desayuno, que comienza la clase de matemáticas —le habló la madre superiora, quien le tenía un gran aprecio al niño; era de su conocimiento el motivo por el cual estaba en ese lugar.

—Sí, madre —respondió con respeto. Tomó entre sus manos lo que había utilizado en su desayuno y fue a dejar todo en su lugar, como lo pedían los superiores.

Cuando cumplió con sus tareas, se escabulló del orfanato, caminó hasta el mismo lugar al que iba cada día, pero esta vez no solo en busca de su madre, sino con la ilusión de ver a su amiga hada.

Desde que había llegado a ese lugar, ningún niño se le acercaba para ser su amigo; lo único que recibía de los demás eran malos tratos, aquellas bromas pesadas de niños, algo que lo hacía sentir triste y preguntarse: ¿qué tan mal se había portado para que su mamá lo dejara ahí?

Caminó por las calles de la gran ciudad, recordando que ninguna pareja que iba en busca de un niño lo miraba. Comenzaba a creer que algo estaba mal con él.

Sonrió tanto que sus mejillas dolieron cuando la vio; sus ojos verdes brillaban tanto y su cabello oscuro hacía un contraste de cuentos. Caminó con prisa para llegar pronto hasta ella y, antes de llamarla, tomó una pequeña flor de color amarillo que había en un cantero.

—Hola, hada de chocolate —la saludó, sintiéndose algo nervioso. Chiara se giró y brincó cuando lo vio; lo abrazó como si se conocieran desde hacía años.

—Dan, estaba esperando por ti para beber chocolate. Esta vez ayudé a mamá —dijo con ilusión, al haber preparado algo especial para su amigo.

—Yo… traje esto para ti —le extendió la pequeña flor, y ella la recibió con una enorme sonrisa. Le agradeció entre risas y algo de timidez. Se colgó del brazo de Dan y caminaron hasta la tienda de su madre. La mujer los observó beber chocolate, leer libros infantiles y armar rompecabezas; podía ver la bonita amistad que se estaba formando entre ellos. Los ojos negros de Dan brillaban y los de su hija tenían vida, una que había desaparecido desde que su padre ya no le prestaba atención.

—Podría decirle a mamá que te lleve a nuestra casa —le dijo la niña mientras acomodaba una pieza del rompecabezas.

—La madre superiora no lo va a permitir —dijo con tristeza.

—¿Por qué?—

—Hace unos días escuché que nadie podía llevarme de ahí, que era donde hoy pertenecía.— Lorena, la madre de Chiara, escuchaba atentamente siempre que estaba desocupada; sentía un gran dolor por el niño, pero no podía hacer nada.

Cuando las horas pasaron, Dan se despidió de Chiara con un abrazo; los dos grabaron aquella despedida en sus corazones, sin saber que aquel abrazo los iba a acompañar por el resto de su vida.

(•••)

Cuando Chiara y Lorena llegaron a su hogar, algo desgarrador las esperaba.

Orlando, el padre de la niña, estaba sentado junto a Federica, la mujer que había llegado a la vida del hombre aún estando casado con Lorena.

—Al fin regresas, debemos hablar —el apuesto hombre se puso de pie y caminó hasta ellas; ya no las miraba con amor. La pequeña sufría la diferencia sin ser culpable de lo que estaba sucediendo en aquel matrimonio, pero Federica había logrado que él estuviese contra todo lo que había formado con su esposa.

—Chiara, ve a tu habitación y comienza a empacar tus pertenencias en las maletas que dejé sobre tu cama —los ojos verdes de la pequeña se inundaron de lágrimas y miró de inmediato a su madre, que con un movimiento de cabeza le dijo que obedeciera.

—¿Qué sucede? —preguntó Lorena una vez que su hija subió por las escaleras y cerró la puerta de su habitación.

—Quiero que se marchen. Quédate con la tienda y ve dónde viven. Pero esta casa ya no es suya —la frialdad con la que Orlando le hablaba le hizo doler el corazón a la mujer. Se había entregado por completo a él, había dado su juventud y todo de ella para tener todo aquello que hoy les pertenecía.

—¿No puedes esperar a mañana? Es tarde para sacar a Chiara de casa —Federica negó con su cabeza cuando el hombre la miró, y aquella fue la respuesta que él, que una vez dijo amarla, le negó el techo.

—Federica ya está instalada en casa; ella misma armó tus maletas —Lorena sonrió sin poder creer el descaro que ellos estaban teniendo, pero con la frente en alto subió hasta la habitación. No iba a rogarle un segundo más; su hija y ella no iban a rogar.

Tomó las maletas y a su pequeña para salir de aquella casa llena de recuerdos, dejando atrás todo lo que había construido con el hombre que había escogido.

Chiara no pronunció ninguna palabra; ella entendía perfectamente todo lo que estaba sucediendo y, en su mente, se hizo la promesa de jamás abandonar a su madre, de protegerla de todo lo que fuera necesario. No iba a existir nadie más que su madre; su padre ya no existía en su corazón.

La lluvia comenzó a caer, empapando sus cuerpos por completo. Era como si el destino estuviera en su contra. Caminaron con prisa, intentando llegar a la seguridad del local; estaban a una cuadra del lugar. Pero una fuerte frenada se escuchó en el asfalto, un golpe seco golpeó el costado de su madre, haciendo que ella soltara la mano de su hija, quien quedó a un costado de la calle, mientras que Lorena quedó inconsciente, tirada en medio de la calle, comenzando así una pesadilla para Chiara.

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𝓣.𝓛❣




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