Chiara miró a Renzo algo nerviosa; había actuado de forma natural, tal como le había recomendado el jefe de recursos humanos.
—¿Hice algo mal? —preguntó con preocupación.
—No, lo has hecho de maravilla —la animó. —Él es algo especial, pero estoy seguro de que tú lo sabrás sobrellevar. —Aceptó un poco dudosa aquellas palabras, ya que sabía que los nervios que sintió en el momento en que se percató de esos ojos negros hicieron que su corazón brincara con más fuerza en su pecho. Algo en ese hombre la hizo sentir extraña, pero no buscaría más significado a eso. Necesitaba el trabajo; estaba segura de que con aquella entrada extra de dinero lograría saldar la deuda del hospital.
—Entonces haré lo que el señor sugirió, buscaré a Bonnie y comenzaré mi trabajo. —Renzo le dio un par de consejos y se marchó cuando la ayuda para la joven había llegado.
Había decidido que usaría su segundo nombre en el trabajo, ya que en varias ocasiones su madrastra solía ir a molestarla en sus horarios laborales.
Estaba cansada de vivir con ellos, de tener que soportar el acoso constante de Federica.
—Recuerda ser siempre puntual; debes tener su agenda organizada un día antes. Le llevas café solo si él lo pide y recuerda que debe ser amargo. —Anotaba con dedicación cada consejo de la mujer; quería hacer buena letra y ganarse la confianza del señor Wagner.
—Muchas gracias, Bonnie; tendré en cuenta cada una de tus palabras. —Su compañera se marchó y la dejó sola para que comenzara su trabajo.
Tres horas después, su teléfono sonó y de inmediato lo tomó al saber que quien la llamaba era su jefe.
—Señor Wagner. —La formalidad en su voz era palpable y, al menos, eso le agradó a Dan; tenía claro su lugar.
—Necesito un café —dijo con aquel típico tono amargado y colgó sin dejar que ella respondiera.
—Este hombre necesita una pizca de dulce en su vida —susurró la hermosa castaña mientras caminaba hasta la sala donde tenían la cafetera y todo lo que necesitaba.
Preparó todo con mucha dedicación, tomando en cuenta lo que Bonnie le había comentado. Pero ella le agregó su toque a la charola: un pequeño muffin de chocolate.
Sonrió al ver que su charola no tenía gran decoración, pero aquel dulce quedaría perfecto para contrarrestar el amargo café. Caminó hasta la oficina e ingresó una vez que Dan le dio permiso.
—Aquí está su café, señor; le traje algo para que coma, ya que me di cuenta de que no ha salido a almorzar. —El CEO elevó su mirada y la observó. Aquella sonrisa perfecta y la sensación de que toda ella brillaba lo irritaba, porque lo llevaba a lugares que no deseaba.
Miró el pequeño muffin y frunció el ceño al ver que era de chocolate.
—Llévese esto —le dijo con brusquedad.
—Pensé que le gustaría algo dulce a esta hora y más con el café. —No entendía por qué le dolía que su jefe fuese así con ella; no tendría por qué importarle. Pensó que podría ser por el miedo que sentía al perder su trabajo.
—Le pido una disculpa, señor; con permiso —dijo apenada, tomando su pequeño presente y saliendo del lugar, conteniendo las ganas de llorar. Se sentó en su puesto y observó el muffin, recordando lo que su mamá siempre le decía.
«Un poco de chocolate siempre te da la pizca de alegría que necesitas.» Sonrió con nostalgia al recordarlo, tomó el detalle que le había regalado a su jefe y se lo comió gustosamente mientras continuaba con su trabajo.
—Creo que eso que el señor Wagner necesita son tres camionetas de chocolate —susurró, sintiéndose un poco más ligera al recordar a su mamá; sabía que poco a poco iría conociendo a su jefe y que todo marcharía bien.
(•••)
Dan observó por el gran vidrio de su oficina a su asistente; tenía una lucha interna desde el primer segundo que la vio.
No quería ser grosero con ella; había tenido una charla con su amigo Renzo y no solo le habló de que era una joven capacitada, sino que ella necesitaba aquel puesto. Había decidido no ser tan borde, pero cuando la vio no pudo evitarlo, sobre todo cuando ella llegó con aquel muffin de chocolate. No había vuelto a comer chocolate desde que era niño.
Miró la hora en su reloj y vio que ya era la hora de salida de sus empleados; no había vuelto a trabajar desde que ella salió de su oficina, se había dedicado a observarla. La vio comer aquel dulce, murmurar y trabajar. Le gustaba su largo y abundante cabello con ondas; las facciones de su rostro eran delicadas y sus enormes ojos brillantes eran el toque a su belleza. Aquello solo lo había visto en su amiga de la infancia; jamás volvió a encontrarse con unos ojos que irradiaran bondad.
Vio cómo ella guardó con dedicación sus pertenencias y, luego de anotar algo en la agenda, se marchó. Se sintió más extraño de lo normal al ver que ya no estaba, pero tenía que poner los pies en la tierra; una cena lo esperaba: su abuela y la mujer con la que había aceptado un compromiso también estaban en el lugar.
Imitó lo que todo su personal hizo y se marchó del edificio.
(•••)
ɴᴀʀʀᴀ ᴅᴀɴᴢᴇʟ:
Conduzco a toda velocidad hasta la mansión familiar; siento mi cabeza como un remolino. Es como si actuara bajo influencias robóticas. Acepté este compromiso, pero lo cierto es que no lo quiero; solo es para complacer a mi abuela. Ella desea verme casado, formando una familia y siendo feliz.
Pero lo cierto es que yo no seré feliz; solo ellos. Mi único deseo es encontrar alguna vez a Chiara y preguntarle por qué dijo aquello cuando nos prometimos siempre estar juntos.
Estaciono el auto a las afueras de la mansión y veo a mi padre, de pie en la entrada. Me sonríe con orgullo, pero yo no puedo bajar de mi automóvil; no quiero esta reunión, no hoy.
—Lo siento —digo desde mi auto, siendo consciente de que me ha comprendido. Pongo en marcha el motor una vez más y salgo de aquel lugar, escuchando el sonido de mi móvil, pero no le tomo importancia. Hoy no es el día de blanquear esta falsa relación, este compromiso sin sentido.
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Editado: 04.02.2025