Chiara había enfrentado a su padre y a Federica; ya no iba a permitir que la hicieran sentir mal ni que la amenazaran con desconectar a su madre. Ella sería quien pagaría cada día para que su madre siguiera respirando. Ya era tiempo de irse de aquel infierno.
—Eres una malagradecida —acusó su padre, mientras que a su lado su mujer la miraba con la burla dibujada en sus ojos.
—No voy a seguir en un lugar donde no me valoran y no me quieren —Federica soltó una carcajada que llamó la atención de Orlando, quien la miró sin ninguna emoción reflejada en su rostro. Sin embargo, Chiara podía esperar cualquier cosa de ella.
—Déjala ir, querido; sería sacarnos un gran peso de encima —habló con todo el desprecio que sentía por la joven—. Deberías ser más agradecida, ya que al menos jamás te faltó un plato de comida, pero esa es la poca crianza que pudo darte tu difunta madre. —Chiara sintió una rabia incontrolable al escuchar cómo había hablado de su madre. Caminó la poca distancia que los separaba y los enfrentó sin temor, dejando salir todo lo que su corazón había guardado por años.
—Mi madre está viva y no tienes permitido mencionarla con tu asquerosa boca. No soy malagradecida; me han tenido aquí porque el gobierno les pagaba cuando era menor. Pero ahora soy dueña de mi vida y decido irme de aquí. —Orlando miró sorprendido a su hija, la cual había soportado el desprecio de su propio padre y madrastra.
—Me das lástima, papá, y espero de todo corazón no volver a verlos nunca más. —Federica la miró con desprecio y en su mente ya ideaba un plan para al fin sacar del medio a la exmujer de su esposo. Mientras, Orlando la dejó partir; ya no estaba ese padre amoroso, el que la cuidaba de todo mal. Ahora ella se encontraba sin aquel amor, pero no le importaba, no estaba del todo sola. Había aceptado irse a vivir con una amiga de la universidad, era una gran ayuda para ambas y así podría ahorrar más dinero para el tratamiento de su madre.
La joven caminó con decisión por las calles del barrio donde había nacido; ya nada la sujetaba a ese lugar. Ahora debía encargarse de crear una nueva vida para cuando su mamá al fin regresara.
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En su trabajo en el café, que era a media mañana, se encontraba sacando cuentas mentalmente de sus dos ingresos. Había logrado entregar su tesis; ahora solo tenía que esperar, ser paciente para al fin tener su título.
—Chiara, debes atender una mesa que está en la zona VIP —le informó la encargada mientras organizaba al demás personal.
—Ahora mismo tomaré sus pedidos. —Con la alegría que la caracterizaba, la hermosa joven fue hasta la zona donde solían ir empresarios a sus reuniones. Ingresó al lugar y saludó cordialmente a todos los hombres que se encontraban allí.
—Buenos días, caballeros; seré quien esté a su servicio en este encuentro —saludó mientras entregaba las cartillas del menú—. Presionando este botón de aquí, podrán llamarme cuando necesiten de mis servicios. —Se giró y quedó frente a unos ojos negros que la hicieron temblar de nervios; su estado de shock duró un par de minutos, los necesarios para que Dan lograra percibir el nerviosismo de la mujer.
—Si puede ser tan amable, prepare el menú presidencial que suelen ofrecernos. —Chiara llevaba poco con aquel osogruñón, pero conocía a la perfección cada gesto y palabra.
—Como usted ordene, señor —le respondió en el mismo tono que Dan. Caminó hasta la cocina y pasó la orden que su jefe, el perro bulldog, había solicitado.
—¿Qué sucede, niña? —le dijo Beatriz, una de las más antiguas empleadas del lugar.
—Ahí, en la sección VIP, está el hombre más irritante que pueda existir sobre este planeta. —A ella aún le dolía aquel desplante que le hizo con sus muffins de chocolate y esa forma tan arrogante de hablarle.
—Dicen que todo se combate con una pizca de amabilidad, demostrando que tú no eres como él. —Chiara hizo una mueca con su rostro; había intentado ser amable todos esos días, pero su jefe solo la ignoraba o le hacía comer los presentes que ella le llevaba.
—Seguiré en la lucha, Karina —fue todo lo que le dijo cuando su primera bandeja estaba disponible. Sacudió sus manos y cuerpo antes de regresar a donde se encontraba Dan. En el fondo, algo de él la atraía, pero se limitaba a solo dejar salir la ira que él le provocaba.
Volvió a ingresar a la zona VIP y comenzó a dejar lo pedido, con la misma simpatía de siempre, no solo para demostrar ser educada, sino porque tenía que cuidar su trabajo.
—¿Se les ofrece algo más? —preguntó observando a todos los presentes.
—Que se retire y espere en la puerta; no se mueva de ahí —respondió Wagner sin mirarla. Chiara apretó sus dientes entre sí y salió, quedándose justo donde se lo había pedido.
Esperó por más de veinte minutos, ya cansada de estar de pie y perdiendo el tiempo; su turno ya estaba por terminar, pero no podía desobedecer la orden de un cliente tan importante, y quien además de eso era su otro jefe.
Soltó el aire con fuerza, ya perdiendo la paciencia; miró una vez más el reloj y, sin importarle nada, comenzó a caminar por el pasillo. El horario laboral había finalizado; debía irse a su otro trabajo, el cual no estaba dispuesta a perder.
Llegó a su casillero y comenzó a dejar sus pertenencias, pero aquello se vio intervenido por una enorme mano que cerró con fuerza la puerta de metal, haciendo que Chiara diera un brinco acompañado de un grito. Se giró, quedando frente al alto empresario que de sus ojos despedía fuego.
—¿Qué hace en este lugar? —le preguntó algo irritado y sin comprender aquella reacción.
—Porque la gente normal suele tener dos y hasta tres trabajos, señor; no todos nacemos en cuna de oro —le respondió sin pelos en la lengua; aquel atrevimiento la había enfadado demasiado.
—Le exijo que deje este trabajo —se atrevió a pedir.
Chiara no pudo evitar reírse en la cara de su jefe, salió por debajo del brazo que la mantenía encerrada entre el casillero y el cuerpo de Dan.
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Editado: 04.02.2025