Danzel observó el escritorio de su secretaria. Aún no había llegado a su puesto; faltaban quince minutos para su llegada y estaba algo ansioso por ver la reacción de la joven al descubrir lo que la esperaba sobre su escritorio.
Centró su mirada nuevamente en su computador, dejando de lado los pensamientos, intentando olvidar que aquel día tendría una cena con su abuela. Ya no podía evitar aquella charla con la más anciana de la familia; solo tenía que explicarle que no amaba a Nayra.
Mientras el CEO trabajaba en sus documentos, Chiara llegó a su piso, sintiendo la mirada de todos los que se encontraban allí. Caminó hasta su escritorio, ignorando a todos los que murmuraban sobre ella, ya que, gracias a la acalorada discusión que había tenido días atrás con su jefe, se había hecho famosa por dos motivos: uno, porque aún seguía con trabajo, y segundo, porque nadie jamás le había levantado la voz como ella lo hizo.
—¿Qué es esto?— dijo sorprendida, mirando la caja de chocolates y un arreglo floral. Miró en todas direcciones y notó cómo todos murmuraban, observándola con desprecio; logró escuchar algunas de las palabras que decían sobre ella, entendiendo que se había ganado varios enemigos y dedos que la señalaban. Nada que le importara; había enfrentado a Federica, podría con todas esas arañas ponzoñosas.
Tomó entre sus manos la pequeña tarjeta y leyó detenidamente el mensaje que estaba plasmado con una caligrafía perfecta y elegante.
«Suelo olvidarme de la humanidad que existe en mí. Gracias por recordarla.
D.W»
No tenía que ser adivina para saber quién había enviado aquello; sin poder evitarlo, sonrió mientras abría la caja de chocolates y comía uno de ellos, saboreando el exquisito sabor, chocolate y naranja.
—Eso es.— dijo al recordar el delicioso chocolate que su mamá solía preparar cuando iban a la tienda. Recordó con nostalgia aquellos días, donde también tenía un amigo que siempre le decía cosas bonitas.
Tomó la libreta entre sus manos y, con una enorme sonrisa, caminó hasta la oficina de Danzel, dejando de lado a aquellas chismosas que hablaban de ella. Ahora solo quería agradecerle a su jefe y esperar la oportunidad para agradecerle aquel gesto. Quizás ella lo estaba jugando mal y era un hombre de dinero que había sufrido. Su madre le había enseñado a tener empatía y a defenderse, pero en ese momento sintió que su jefe no era una amenaza; le estaba ofreciendo tregua con aquellos regalos y ella los iba a aceptar.
Dio dos leves golpes en la puerta e ingresó cuando el CEO lo pidió.
—Buenos días, señor.— dijo, algo temerosa de su reacción, ya que había ido a la oficina sin ser llamada.
Danzel elevó su mirada y la observó detenidamente; aquel color naranja de su camisa hacía que sus ojos resaltaran aún más, su cabello era algo que siempre lo llevaba a su infancia.
—Señorita Jones, justo a tiempo.— se puso de pie y caminó hasta ella, quedando a una buena distancia, donde podía seguir apreciándola. —Léame los pendientes de hoy.— le pidió, evitando que ella le hablara sobre lo que había dejado sobre su escritorio.
—Claro.— respondió, mientras buscaba en la libreta, aclaró su garganta y comenzó a decir todo lo que les esperaba aquel día, detallando horarios y lugares de encuentro con algunas citas.
—Eso es todo lo que tenemos.— el empresario la observó y pensó que ella podría ser la salvación para la cena que tendría con su abuela.— ¿Se le ofrece algo más?— preguntó mientras escribía algunos detalles.
—Sí, de hecho necesito que hoy a las diez de la noche me llame a mi teléfono personal y diga que tenemos una urgencia que necesita sí o sí mi presencia.— Chiara al fin lo miró y frunció el ceño.
—¿Y luego qué más?— preguntó, aún sin comprender aquel plan.
—Solo eso, del resto me encargo yo. No necesita saber más detalles.— Chiara asintió con un movimiento de cabeza y lo anotó en la libreta.
Se giró para retirarse del lugar, pero decidió no ser cobarde y agradecer.
—Señor, quería agradecerle por el detalle. Los chocolates son deliciosos y las flores preciosas.— se sentía nerviosa y se odiaba por eso.— Y con respecto a la humanidad que vive en nosotros, desaparece solo si nosotros lo permitimos.— salió de la oficina, dejándolo perdido en sus pensamientos. Él tenía humanidad, pero la vida se había encargado de hacerle creer que era mejor ser una persona fría y sin corazón.
—Si tú fueses mi princesa Mérida, sería un gran regalo.— susurró Dan sin perderla de vista.
(•••)
Al llegar la noche, Chiara ya se encontraba en su nuevo hogar, junto a su amiga, la única que tenía, y ahora eran como una familia.
—¿No te dijo de qué quiere ser salvado?— le preguntó Cielo al escuchar lo que el jefe de su amiga le había pedido.
—No; además, si le preguntara, tampoco me diría. Hoy debe haber estado con sus hormonas en un nivel normal, porque según escuché, es un perro rabioso con los empleados.— Celeste sonrió, pero no dijo lo que pasaba por su mente.
—Quizás sea de esos que necesita que, después de un traca traca, lo salven para no dormir con la fulana de turno.— la castaña frunció el ceño, sintiéndose indignada al imaginar que era para eso que Danzel solicitaba su llamada. Por su mente cruzó la idea de no llamarlo, pero luego recordó que tenía un buen sueldo y que aquello no era de su incumbencia.
—Podría ser; es un patán la mayor parte del tiempo, por lo que no me sorprende que haga tal cosa.— su tono de voz podía notarse lo irritada que estaba y su amiga supo que el oso gruñón, el perro rabioso, le atraía a Chiara.
—Es un hombre libre, puede hacer lo que le venga en gana y tú serías algo así como la súper asistente al rescate.— bromeó la joven, sacándole una leve sonrisa a su amiga, que miraba con insistencia la hora en el reloj que colgaba de la pared.
—Ya es hora; debo llamarlo.— tomó su móvil y, sintiéndose sumamente extraña, marcó el número de su jefe. Él estaba tan nervioso como ella, deseando que al fin lo sacara de aquella cena.
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Editado: 04.02.2025