Nuestro amor sabe a chocolate

∞ Capítulo 10

Chiara no paraba de hablar sobre las actividades de aquel día, pero su jefe no estaba prestando la atención necesaria; él aún estaba pensando en lo que había escuchado minutos antes.

—Señorita Jones, ya puede retirarse —le dijo sin mirarla. Su cabeza dolía por la resaca y, además, ahora tenía intriga por lo que sucedía en la vida privada de su secretaria.

—Por supuesto, señor —respondió la joven mientras se retiraba del lugar, caminando directamente a su escritorio. Tenía que hacer su trabajo y así poder salir a horario para ir al hospital. Iba a pelear con quien fuera, pero a su madre la mantendría con vida cueste lo que cueste.

Cuando todos estaban sumergidos en el trabajo, el sonido del elevador resonó, y cuando vieron quién bajaba de él, todos bajaron levemente el rostro, como si se tratara de la misma reina.

Chiara, que era ignorante de quién era, se puso de pie y la saludó con amabilidad.

—Buenos días, ¿tenía cita? —preguntó, y aquello le sacó una sonrisa a la más anciana de los Wagner.

—Tú debes ser la señorita Jones —su sonrisa no se borraba de sus labios. Observaron todo de la joven y algo en ella le gustó. Había ido a la oficina con toda la intención de conocer a la asistente cómplice, y lo que percibió en ella le gustó; no era como las demás, había algo especial.

—Sí, señora —de pronto, Chiara se sintió nerviosa; pudo ver a sus compañeros como soldados, y eso solo sucedía cuando alguien de la familia Wagner llegaba.

—Soy la abuela de tu jefe, el corderito disfrazado de ogro cruel y sin corazón —la castaña quiso reírse ante el comentario de la anciana, pero guardó la compostura, llenó sus pulmones de aire y lo soltó lentamente.

—Qué pena con usted, señora; soy nueva aquí y, honestamente, no sabía quién era —Rita golpeó suavemente su bastón en el piso y caminó hasta Chiara, que se sintió nerviosa y temía perder su trabajo por no saber la identidad de la anciana.

—Dime una cosa, muchacha linda —Rita miró los ojos brillantes de Chiara. «Es hermosa», pensó mientras su mente trabajaba a mil por hora. —¿Qué es lo que mejor haces, además de tu trabajo? —

—Chocolate; sé hacer un chocolate delicioso, con un toque secreto que mi madre solía hacer —Rita se saboreó e inmediatamente se imaginó bebiéndolo.

—Prepara dos de esos chocolates y llévalos a la oficina —dijo, y luego caminó, dejando a Chiara por unos segundos inmóvil, sin saber cómo tomar aquella charla.

Cuando reaccionó, se fue de inmediato a prepararlo, rogando que su jefe no la reprendiera por no dar aviso de la llegada de su abuela.

(•••)

Danzel elevó su rostro cuando escuchó que la puerta fue abierta; estaba listo para comenzar con sus gritos para reprender aquel atrevimiento. Pero eso quedó en el olvido cuando vio a su abuela. Se puso de pie y caminó hasta ella para recibirla con un suave beso.

—Abuela, qué alegría tenerte por aquí —enredó su brazo con el de su abuela y caminaron hasta el sofá que se situaba del lado izquierdo del despacho.

—Quería visitar a mi nieto y conocer a su secretaria cómplice —el CEO sonrió mientras negaba con la cabeza; sabía que ella no se quedaría con la duda. —Por cierto, ella es muy hermosa y dijo que sabe hacer un delicioso chocolate. Le pedí que me prepare uno —no le gustaba la idea de que a su abuela le agradara su empleada, ya que conocía el poder de manipulación que tenía Rita.

—Ella no es mi cómplice; debe seguir mis órdenes o se queda sin trabajo —

—Siempre tan dulce, mi nieto. Yo no sé qué has hecho con ese niño amoroso, dulce y lleno de felicidad que llegó a casa —Danzel soltó el aire con fuerza; no le gustaba que hablara de aquello. Él había dejado atrás eso, o al menos eso intentaba, aunque últimamente se le estaba dificultando tener tan cerca de él a una persona que le recordaba constantemente su infancia.

—Sigue aquí; solo pueden verlo mi familia —Rita iba a decir algo ante aquel comentario, pero Chiara ingresó al lugar, luego de pedir permiso.

Los ojos negros de Danzel observaron a su asistente: los movimientos delicados, su cabello, el perfil que era como el de una muñeca de porcelana y sus ojos.

—¿Cuándo vas a casarte, querido? Quiero verte con una familia, siendo feliz y, sobre todo, quiero bisnietos —en ese momento, Danzel supo qué hacer para que su abuela al fin dejara de insistir, y eso le facilitaría dejarle en claro a Nayra por qué escapaba de ella.

—Alheli, ven aquí, por favor —Chiara casi se ahoga con su propia saliva al escuchar la forma en la que su jefe la había llamado.

Puso su espalda recta y caminó los pocos pasos que lo separaban de él.

—Sé que no quería chocolate, pero su abuela lo pidió y yo deseaba complacerla —comenzó a explicar, pensando que la iba a reprender.

Rita observó cada movimiento y gesto de ambos jóvenes; no iba a decir nada hasta que su nieto soltara toda la sopa.

—No necesitas excusarte; haces un delicioso chocolate —Danzel tomó la mano de Chiara, quien puso un poco de resistencia al principio, pero terminó rindiéndose cuando él incrementó un poco más de fuerza.

—Abuela, debo confesar que me has atrapado en mi secreto —siguió hablando. —No acepté aquel compromiso porque Alheli y yo estamos enamorados —Chiara comenzó a toser, ahogándose en su propia saliva, sin saber por qué él estaba diciendo aquellas mentiras; ellos no se amaban, se odiaban.

Lo miró confundida y exigiendo una explicación, pero solo recibió una sonrisa cínica del asqueroso perro.

—Bueno —habló Rita, llamando la atención de la castaña, que soltaba dardos no solo por sus ojos, sino por su cuerpo entero. —Ya sabes lo que pido, más acciones y no tanta palabrería. Quiero un bisnieto antes de partir a la santa presencia del Altísimo —el rostro de Chiara estaba en llamas; no sabía si era por la vergüenza o la rabia que sentía.

—Estamos trabajando en ello, abuela —dijo el descarado, sin saber el demonio que estaba despertando en Chiara.




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