Nuestro Aquelarre

Acto 1: Iniciación

Las personas son como hormigas en la calle Leetwod. Corrección, los niños. Los niños son como hormigas. Insectos que parlotean, saltan y asustan con inocencia a los individuos que fingen temerles, solo por complacer sus fantasías en esta fecha. Treinta y uno de octubre. Halloween, noche de sustos, dulces y, claro, brujas. No pueden faltar. Al menos en mi mundo.

El suelo húmedo que dejó la llovizna ayuda a ambientar las telarañas, esqueletos y calabazas que decoran cada hogar. No es la decoración más extravagante y costosa, pero nada se puede esperar de uno de los barrios más humildes en la ciudad.

Hoy significa diversión para los pequeños. Fiesta, sexo y alcohol para los jóvenes. ¿Para mí? Es una oportunidad que no se consigue durante el resto del año, y voy a aprovecharla. Es perfecto, papá y mamá salieron con sus amigos cuarentones; ser hija única trae sus beneficios. Soy obediente con ellos, cumplo con mis tareas, nunca saco bajas calificaciones. Todo eso y más ha convertido a mis padres en dos personas ciegas de confianza para con su hija adolescente.

Miro a ambos lados antes de golpear la puerta con mis nudillos. Ruth aparece en mi campo de visión con Ingrid detrás de ella.

—Pasa —no pierdo el tiempo. Cuando estoy dentro de su apretado hogar, me refriego los brazos envueltos con mi suéter rojo y chaqueta de cuero. La noche está helada, apenas siento los dedos, como si el clima advirtiera nuestros planes e intentara castigarnos.

Me percato del bebé de siete meses sentado en la cuna junto al sofá. Muerde y llena de saliva un sonajero azul mientras cabecea somnoliento.

—¿Tus padres no se llevaron a Benny? —interrogo mientras me acomodo bien la mochila en la espalda.

—No, pero no importa, no nos molestará.

Eso espero. No lo dice, pero la conozco, prefiere que su hermano se quede con ella.

Alguien carraspea.

—Emm…chicas —Ingrid, tan delgada como una hoja, habla mientras se muerde las uñas— ¿están seguras de esto?

Me paro frente a ella con el ceño fruncido.

—¿Qué? ¿Planeas echarte atrás?

—No, no, es solo que…nunca he hecho algo como esto.

Ruth me pone una mano en el hombro. Siempre lo hace cuando intenta que me relaje.

—Nosotras sí. Muchas veces. No te preocupes por nada.

Se coloca un mechón tras la oreja con una mano y, con la otra, presiona la correa del mismo bolso gordo que siempre lleva en la escuela cruzado en el torso. La inspecciono de pies a cabeza antes de hablar.

—¿Recuerdas todas esas cosas que gritan por los pasillos cuando nos ven?

Asiente, claro que lo sabe, no se habla de otra cosa en la preparatoria. Raras. Frikis. Locas. Satánicas. Perturbadas. Dementes. Arpías. Brujas. Sonrío de lado.

—Pues comienza a creerlo.

Ingrid es nuestra nueva amiga. En cambio, con Ruth nos conocimos en el jardín de infantes cuando le rompí la nariz por accidente mientras pasaba corriendo frente al columpio donde yo me hamacaba. Desde entonces somos inseparables. Mucho más incluso de lo que ella cree saber.

Ingrid sencillamente se sintió lo suficientemente sola y apartada de sus irritantes compañeros de clase como para arriesgarse a hablarnos y mendigar una amistad. Pero no somos lo que todos dicen. No le cortamos la cabeza a una paloma ni le pusimos un maleficio al profesor cool de historia con nuestros hechizos malvados. Son mentiras que cualquier persona racional descartaría. Pero Ingrid, al igual que todos, parece creérselo. Por lo mismo, me río de su expresión.

—Por favor, estoy molestándote. Es broma, respira —me burlo. Ruth me lanza una mirada de advertencia.

—Liz, llévala a mi cuarto ¿si? Yo debo arropar a mi hermano antes.

La guío por el pasillo oscuro hasta la habitación que tan bien conozco. Tiene colgados los posters de Deicide, una banda de heavy metal que adoramos. Por otro lado, están los de calaveras, satán, el símbolo del pentáculo y tres crucifijos invertidos. No se relacionan en nada con esta fecha. Halloween es una cosa, los gustos que compartimos con mi amiga, otra muy similar, pero su cuarto luce igual desde que tiene diez años. Yo le he regalado la mitad de estas cosas.

Ingrid se sienta en la cama sin disimular el escalofrío que le recorre ante un lugar tan particular. Yo dejo mi mochila junto a la mesa de noche y reviso entre sus cajones hasta que encuentro el piercing de mi nariz. Tengo un septum, igual que ella, pero al mío me lo saqué en casa y Ruth tiene como cinco de estos guardados. Si quiero mantener la imagen limpia con mis padres, por nada del mundo pueden descubrir el agujero en mi nariz.

—Creen que la madre de mi abuela inició con todo esto —Digo para aligerar el ambiente. Para que comprenda que sabemos lo que hacemos— Tengo experiencia, es lo que me han enseñado desde siempre.

No la miro, estoy frente al espejo intentando ponerme el piercing.

—Ellos las llaman brujas —vacila— ¿no es eso lo que son? ¿Lo que era tu abuela?

—Y mi madre, sí. El problema es que decir la palabra bruja suena muy fantasioso. Como a un cuento para niños —me encojo de hombros— esto es demasiado serio y complejo como para que unos tontos rumores del instituto te permitan entenderlo. A ti o a cualquiera.

No responde. Espero que sea porque ve la razón que llevo. Es poco probable. Y si no puede entenderlo, nunca será nuestra amiga.

—Pero nos da igual, lo somos, dinos brujas. No te mataremos por ello.

No capta el humor en mi tono. Pero, ¿Cómo lo haría? Luce como si se hubiera metido en la cueva del lobo.

Ruth vuelve y levantamos la ropa que tiene en el suelo para despejarlo, saco las velas negras del armario y las pongo en un círculo.

—Todo esto se trata de tu iniciación, ¿lo recuerdas? —observo con frialdad a Ingrid. Traga saliva.

—Mencionaron un…un ¿acularre?

—Aquelarre —la corrige mi amiga. Su top negro de mangas largas, deja a la vista el piercing de ombligo. Se pone en cuclillas para encender las velas. Su mirada con delineado negro me inspecciona— ¿Le explicas tú?



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En el texto hay: ocultismo, brujas, ritual

Editado: 22.10.2025

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