Otra cosa que Mamá repite es: a veces es necesario sacrificar unas cosas para conseguir otras.
Sacrifiqué mi paz en la preparatoria para evitar que los rumores sobre fumar marihuana llegara a mis padres. Ellos no lo saben, por supuesto. Paul sí, y no dudaría en delatarme si yo lo hago. Mi imagen, la confianza y la libertad se arruinarían. Me cambiarían de instituto. Me alejarían de Ruth. Lo único que tengo.
Inhalo el humo, lleno mis pulmones de armonía y exhalo junto a la ventana con los ojos cerrados. Lo intento, repiqueteo el pie sobre la madera. No. Es imposible ignorar el lloriqueo de Ingrid. Está sentada en la cama, con ambas manos cubriendo su rostro.
Había traído el machete en mi mochila bien afilado para que, en caso de tener que sacrificar al animal, tuviera una muerte rápida. Sin sufrimiento. No fue algo placentero, no soy una sádica. Ruth se ha rendido en sus intentos de calmarla. Se acerca y se coloca frente a mí para admirar la deprimente vista hacia su barrio. Le ofrezco el cigarro y lo acepta. Vemos como un par de niños disfrazados de zombie piden dulces, la lluvia vigorosa no los ha detenido.
—¿En qué piensas? ¿Extrañas ser pequeña y pedir dulce o truco? —bromea.
—Estaba pensando en que cualquiera de esos niños sería más valiente que esa inútil.
Da una calada y asiente.
—Sin duda llorarían menos.
Río mientras exhala el humo y me cruzo de brazos. Miro a Ingrid, está escuchándonos con los hombros rígidos, puede sentir mis ojos puestos en ella. Aún le caen los mocos, es más agotadora de lo que esperaba. No encuentro a la muchacha furiosa con el mundo que estaba esperando, no tiene nada, es un cascarón vacío. Decepcionante. A ambas nos han despreciado y maltratado por años. Creí que era como yo, que explotaría con ira durante la noche ante los acontecimientos que ha presenciado. Creí verme reflejada en ella. Por eso le dimos una oportunidad. Una prueba que no ha superado. Esto es su culpa, porque ahora tenemos que pasar al siguiente plan.
—¿Plan C? —interroga, sabiendo a la perfección lo que pienso. Se ha acercado y ya no tiene el cigarrillo en la mano. Chasqueo la lengua. Al diablo.
—Plan C.
Ingrid está rodeando el círculo de velas, aún con el gato decapitado en medio. Para aparentar tanta debilidad, es ágil. Corre hacia la puerta, la perseguimos, el cuarto no es grande, pero el escritorio se interpone entre nosotras. No me preocupo pues, cuando Ingrid llega al pomo y tira, la puerta no se abre. Ruth cerró con llave cuando entró, luego de arropar a Benny. Forcejea como maniática, nos ofrece un espectáculo humillante hasta que, por fin, escucho su exasperante sollozo mientras apoya la frente en la madera.
—Por favor…por favor, quiero irme.
—Pero el rito de iniciación no ha terminado aún —uso un tono lastimero y hago un puchero.
—Será rápido, Ingrid. El plan C es nuestra última opción, debes colaborar con nosotras.
Gira, su espalda contra la puerta, sus mejillas mojadas, el pecho le sube y baja descontrolado.
—Ellos tenían razón. Están locas.
Me acerco un paso, luego otro y otro. Mis ojos oscuros desafían los suyos.
—¿Te parece conveniente decir eso ahora?
Más lágrimas resbalan por su rostro.
—Vamos, repítelo.
—Solo quiero ir a casa —suplica.
—Liz, terminemos con esto.
Tiene razón, hay que ir a lo importante. Me alejo con toda la decepción del mundo. Tan débil.
—Vuelve al círculo —le pide Ruth.
Sacude la cabeza.
—Nunca. No.
—¿Tendremos que obligarte? —ladeo la cabeza.
—No me hagan daño, por favor —se fusiona aún más a la puerta.
—Entonces… ven aquí —es un ultimátum. Lo sabe; por eso se decide y nos sigue hasta las velas.
El machete queda junto a mí; lo sostengo del mango. Está en pánico, tiembla. Nunca he visto a alguien sacudiendo tanto el cuerpo. Me río; finalmente puedo hacerlo con todas las ganas que tenía atoradas.
—Por favor, es patética —carcajeo hacia Ruth, que tampoco se contien—. Está muerta del miedo.
—Parece que va a orinarse encima —aplaude con risas—. Está tan pálida.
—¡Lo sé! ¡Pensé lo mismo!
Reímos un poco más, hasta que me percato de sus movimientos. Se pone de pie con disimulo. Podría burlarme si no fuese tan escurridiza. La apunto con el cuchillo largo. Mi amiga y yo nos ponemos de pie de a poco.
—Quieta ahí.
Retrocede otro paso.
—¡He dicho que te quedes quieta!
—Ingrid… siéntate y no te haremos daño —asegura mi amiga. La rubia levanta las manos. Aún llora. No ha dejado de hacerlo en ningún momento.
—Eso es mentira. Van a dejarme como al gato.
—No. Si te sientas y terminamos el ritual, nadie saldrá herido —miento para convencerla. La bilis me sube a la garganta. No puedo dejar que arruine nuestros planes, maldición.
—Van a matarme.
—Ingrid, no me obligues a…
No puedo terminar la frase porque ya está corriendo de nuevo. Esta vez no huye hacia la puerta, sería inútil. Llega a la ventana.
Se arroja.
¡Se arroja!
Sin más, como una lunática.
Pero somos rápidas.
Y somos dos contra una.
Sostengo un pie; mi amiga, el otro.
Tiene la mitad del cuerpo afuera y los pies dentro.
—¡No puedo creerlo! —grita Ruth. Yo menos.
—¡Ingrid! ¡Entra adentro!
Los truenos ayudan a volver esta situación más fastidiosa. Y para rematar, nosotras también tuvimos que arrojarnos para alcanzarla.
Estamos en el suelo tirando hacia dentro mientras que Ingrid se sacude con desespero hacia afuera. El agua mojando sus tobillos nos perjudica.
¿Cómo tiene tanta fuerza? Por Lucifer.
—Él no aparecerá sin su sacrificio —Ruth masculla como puede.
—Créeme, lo sé —el frenesí me asfixia. La perra intenta estropear todo.
—¡No te haremos sufrir! —intenta convencerla.
—De hecho —el machete quedó junto a mí. El fuego interno que me consume me guía. No puede arruinarlo. Luna llena. Halloween. Es perfecto—, si te haré sufrir un poco.
Editado: 28.10.2025