Pov Ruth:
El plan nunca se trató de la iniciación ni de invocar a unas simples almas en pena. No, apostamos en grande.
Liz levanta la mochila del suelo y nos sentamos sobre mi cama. Saca el enorme y desgastado libro que halló en el sótano de su hogar. Era de su abuela, Ophelia, una bruja poderosa que practicaba magia negra. Muy distinta de Lilith, la mamá de mi mejor amiga, que, aunque practica la brujería, nunca se involucró en sortilegios prohibidos.
Ophelia molía carne de animal, mezclaba polvo de gusanos y esparcía todo tipo de creaciones asquerosas sobre su cuerpo para mantener la juventud. Nosotras usamos sus trucos para cosas más útiles. Más importantes.
Nadie lo sabe, claro, porque solo somos nosotras dos: Liz y Ruth. Ruth y Liz.
Siempre hemos tenido afinidad con este tema. Creemos, fielmente, que estamos conectadas por algo profundo y complejo. Es así. Lo de Ingrid no hubiera funcionado nunca, pero ella quiso intentarlo y yo la apoyé. Vió en Ingrid un potencial inexistente, que no cualquiera desarrolla. Y ahora va a denunciarnos por algo que ni siquiera nos permitió acabar.
El plan inicial era comprobar si podía ser parte de nuestro aquelarre y, de paso, invocar a Lucifer con el sacrificio del gato. Ella se espantó, como predije, y el diablo no nos ha visitado como prometían las páginas del libro. Nada funcionó.
—No lo entiendo. Hicimos todo: la ouija. Las luces. El círculo. Las velas negras. El sacrificio. Las palabras en quién sabe qué idioma —me frustro—. ¿En qué nos hemos equivocado?
—No estoy segura —pasa de página con ansiedad— ¿podrías prender las luces? No alcanzo a leer nada.
Me pongo de pie y cuando presiono el interruptor…nada.
—Mierda. Se cortó la luz.
Supongo que uno de los tantos rayos que vimos durante la noche han pulverizado los cables.
—Lo que faltaba —murmura—. Alcánzame una vela, por favor.
Lo hago y vuelvo a sentarme junto a ella.
—Hay que darnos prisa.
—Sí, pero tranquila; le di fuerte. La cojera la retrasará.
Asiento, ilumino las hojas y releemos todo.
El sacrificio de un alma abrirá el portal, y la sombra más poderosa ante nosotros se alzará.
Ingrid era el plan C. Si el alma de un gato no bastaba, el de una persona tenía que funcionar. Sí, aunque Liz quisiera unirla al aquelarre; aunque tuviera esa energía interior que mi amiga buscaba. Su final era inevitable y ambas lo sabíamos, a pesar de todo. Pero la cagó en grande.
Pasa a la siguiente página y la detengo.
—¿Qué es eso? —entrecierro los ojos— ¿Lo ves?
—¿Qué cosa?
—En el margen superior —apunto. Acerco la vela, se reflejan otras palabras que no habíamos visto antes. Estaban ocultas.
—No es posible —susurra.
—¿Entiendes lo que dice?
Me arrebata la vela para apuntar a las letras.
—Si, es tinta invisible. Solo se activa con ciertas luces o métodos de iluminación —hace una pausa—. Mediante calor, por ejemplo.
Es como una bofetada, así describiría la emoción ante este descubrimiento. No me jodas…
—Vaya, creo que tu abuela era un genio después de todo—sonreímos asombradas.
—Lo era —responde con admiración. Se acomoda en el lugar luego de aclararse la garganta—. De acuerdo, veamos que dice aquí, es la página seiscientos sesenta y cinco…En el grimorio que nadie debe leer en voz alta se guarda una línea que los novatos pasan de largo por cobardía o porque no comprenden la crueldad de la verdad: los portales que llaman a lo que hay detrás no se abren con ofrendas neutras ni con símbolos trazados sobre el polvo. Exigen precio, y no cualquiera sirve —lee con tono claro y pausado—. El ritual pide un sacrificio humano, pero no al azar: para que la sombra responda, la víctima debe estar atada a ti por un hilo afectivo. Porque es ese lazo, esa tensión viva entre dos almas, la que alimenta la puerta.
Pocos atinan a imaginar la suma real: la pérdida de la memoria compartida, la fractura moral que deja huellas indelebles, y la certeza de que, aunque el portal se abra, lo hará con una voz que conoce tu nombre y se alimenta de aquello que te duele más.
Cuando termina, siento como si hubiera corrido una maratón. Mi cabeza repite en bucle sus palabras, “la víctima debe estar atada a ti por un hilo afectivo” Atado. Hilo. Afectivo. Un lazo.
Se refiere a sacrificar a alguien a quien ames. De repente, mi cara debe asimilarse a la que puso Ingrid durante toda la noche. Pavor.
Liz y yo hacemos contacto visual. Trago saliva. Sus ojos oscuros gritan cosas que leo a la perfección. Esto es necesario, por una buena causa. Sé lo que va a decir, por lo que me adelanto.
—Benny.
La cuna sigue donde lo dejé porque, claro, ¿a dónde se iría? Mi hermano también está ahí, ajeno a mis intenciones. Me pregunto cómo reaccionarán mis padres cuando lleguen a casa dentro de tres horas y descubran que he cambiado sus vidas para siempre. Porque no lo entienden, nunca lo harán. Liz me espera en el cuarto para que pueda buscarlo sola, para despedirme en intimidad. Pero no voy a despertarlo.
Pongo ambas manos sobre la orilla de la cuna. Está profundamente dormido. Su pecho sube y baja despacio. El sonajero sigue en su mano, nunca lo suelta. Una lágrima resbala por mi mejilla. Y otra, y otra más.
—Hey, pequeño —susurro con una sonrisa amarga— todo estará bien. Tú estarás bien, lo prometo.
Editado: 28.10.2025