Nuestro contrato (editando)

Capítulo 4: Preparativos

 

Ellise.

La ansiedad me está matando a paso lento, he intentado de todo para evitar sentirme nerviosa. He caminado por el parque, empacado mis pertenencias en cajas de cartón y ayudado a los chicos con la fluida clientela de la tienda dispuesta a distraerme de mis jodidos pensamientos. Supongo que la idea de casarme no me sentado del todo bien, después de todo, me convertiría en la mujer de Dorian Hesseh. Casarme con un multimillonario jamás estuvo presente ni en mis sueños más fantásticos, me reconforta tener la certeza de su palabra y saber que podré seguir trabajando en lo amo, frecuentar a mis amigos y convertirme en madrastra a los veintidós años. Aún trato de convencerme a mí misma creyendo que esa niña verdaderamente es como su padre la describe, y no me hará la vida imposible como en las películas de la televisión.

Camino por las calles de la ciudad observando los grandes escaparates de las tiendas a mi alrededor, las personas han comenzado su rutina diaria mientras dirijo mi rumbo hacia el gran edificio de la compañía. Mis amigos me citaron para comer durante la tarde y saber con lujo de detalles lo que en la oficina de Hesseh se acordara. El día iniciaba con un delicioso sol embriagador, los niños juegan en ese mismo parque donde conocí a Dorian por primera vez. Todo parece ahora tan irreal, me resigné a llorar frente a un desconocido aquella noche sin saber que él sería la verdadera respuesta a mis problemas, un curioso ángel de la guarda vestido de traje e imponente personalidad.

—Buenos días, señorita Wood —saludó la recepcionista con educación haciéndome fruncir el entrecejo—. El señor Hesseh la está esperando en su despacho. —Sonrió.

¡Ayer ni siquiera se molestó en mirarme!

—¡Muy bien Ellise, lo has hecho! —Me doy ánimos al observar los pisos pasar frente a la pantalla. Sorpresivamente las puertas metálicas se detienen en el piso treinta y dos, dejando ver a Dorian al teléfono.

—No me interesa si McMichael está de vacaciones al otro lado del continente, quiero ese expediente sobre la mesa de mi escritorio esta misma tarde —me miró disimulado—. De lo contrario, despide al director de la filiar y consigue un respaldo urgentemente. —Escuché asombrada la sutil amenaza disfrazada de advertencia, acto que me haría estremecer al saborear el firme tono de su voz.

—Yo…

—Deberás acostumbrarte a este tipo de confrontaciones —dijo posando su cálido aliento cerca de mi oreja—. No todos los días amanezco de buen humor, querida. —El rubor de mis mejillas se vio opacado por el repentino movimiento del ascensor, las luces se apagaron dejándonos a la intemperie de esa frustrante oscuridad.

—¡Por favor! —Ahogo una queja, sintiendo como mi voz pierde fuerza al tiempo que mi respiración empieza a tonarse irregular.

—Tranquilízate, no es usual de mis ascensores detenerse de manera improvista —presiona su cuerpo sobre el mío buscando entre el saco su teléfono—. En el peor de los casos el ascensor caerá treinta y dos pisos abajo con nosotros dentro, he escuchado que existen personas que han sobrevivido. —Se burló en mis narices, disfrutando del creciente miedo de mi interior. Mientras el señor Hesseh se dedica a revisar el tablero con la tenue luz de la linterna, el habitáculo se sacude de manera estrepitosa haciéndome chillar por lo alto.

—¡Carajo! ¡Vamos a morir!  —Exclamé cerrando los ojos.

—Cuida el vocabulario, Ellise —reprendió—. Al parecer es un apagón, la planta comenzará a trabajar en cuestión de minutos.

—Podría ser peor, aún conservamos la luz. —Señalo su teléfono con las manos temblorosas, su boca se entreabre en lo que parecía ser una contestación que se vio interrumpida segundos después.

—¡Maldición! —Brama furioso, una vez su teléfono se apaga a causa de la baja batería.

—Cuida el vocabulario, Dorian. —Aprovecho la situación para burlarme de él y de mala gana, une nuestros cuerpos disminuyendo la lejanía del ascensor. Un escalofrío recorre mis vertebras al sentir sus manos posarse sobre mis caderas, mi respiración parece contenerse al tiempo que la luz retorna su curso habitual.

—¡La próxima vez subiré las escaleras! —Comento, admirando como nuestras miradas se funden la una con la otra. Dorian sonrió, dejándome helada con la bonita vista de sus dientes blancos, desde que lo conocí no lo había visto nunca sonreír de esa manera.

Tiene una linda sonrisa. 

—¿Se encuentra bien señor Hesseh? —Interrumpió el joven del bonito traje, provocando que la cercanía de nuestros cuerpos terminara por desaparecer de manera improvista—. Está todo listo, como usted pidió —el hombre no hizo comentarios alguno de la escena de la cual había sido testigo, se limitó la sonreír con naturalidad—. ¡Buen día, señorita Wood!

—Buen día, Señor… —¡Demonios! ¡Ni siquiera sé cómo se llama!

—Ellise, el caballero es Lucas Hill, pero puedes llamarlo Lucas —sonreí amable. Dorian por su parte, me abrió paso hacia su despacho cerrando la puerta a sus espaldas—. Puedes tomar asiento, te mostraré el contrato. —Hizo un ademán indicándome la silla frente a su escritorio, seguidamente me presentó el mismo portafolio que contenía la hoja del contrato ya firmada por su persona, con un gesto decidido me ofreció la pluma de oro.

Lo firmé. 

—Tengo un obsequio para ti. —Dijo, sacando de su cajón una pequeña cajita de terciopelo. Lo abrió ante mis ojos dejándome atónita con su contenido, un extravagante anillo de compromiso cuyo valor estimaba el doble del precio original de mi apartamento.

—Lo siento mucho Dorian, pero no puedo aceptarlo. —Me negué a recibirlo, Hesseh blanqueó los ojos y se levantó hacia mí poniéndose de rodillas. Tomó mi mano con una cautelosa delicadeza y deslizó el anillo sobre mi dedo.

—Este anillo pertenecía a mi madre —expresó—, como la siguiente señora Hesseh ahora es de tu entera propiedad. —Su apellido me puso los cabellos de punta, deshaciendo nuestro roce de manos ante el nerviosismo que causaba su presencia en mí.




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