Unos días después, el cielo de la ciudad parecía pintado a propósito para lo que estaba por venir. Las nubes eran pocas y altas, el aire fresco, y el bullicio de la feria comenzaba a escucharse desde una cuadra antes. ZhanYu llegó primero, como siempre. Se acomodó el cuello de su chaqueta por quinta vez en lo que iba del minuto, distraído mientras miraba hacia donde probablemente vendría Hendery.
Y entonces lo vio.
El Omega apareció caminando con paso ligero, las mejillas levemente sonrojadas por el frío y por la emoción, y con una sonrisa que podría haber detenido el tráfico si se lo proponía. Llevaba un abrigo claro de lana suave, un suéter celeste pálido con cuello alto que le hacía resaltar los ojos, y bufanda blanca atada con un nudo flojo. Su cabello estaba más peinado de lo habitual, con algunas ondas sutiles en las puntas y ese flequillo que siempre parecía perfectamente desordenado.
ZhanYu lo miró por un segundo largo, demasiado largo, como si todo se pusiera en cámara lenta.
Y sintió algo raro. Una incomodidad pequeña, silenciosa, que se instaló justo detrás del pecho. No eran celos, ni tristeza, ni rabia. Era otra cosa. Se dio cuenta, quizá por primera vez, de que Hendery se había arreglado para él. Que se había tomado el tiempo de lucir bonito, de vestirse diferente. De pensar en su cita.
Y él… él llevaba los mismos jeans oscuros de siempre, su abrigo negro de invierno —que ya empezaba a notarse un poco gastado— y un suéter que usaba para todo, incluso para ir al mercado.
Nunca le había importado. Nunca se había cuestionado si se veía bien o no, siempre le decían que era naturalmente guapo que no necesitaba arreglarse tanto. Sus padres trabajaban mucho para que nada le faltara, y él era agradecido. Siempre lo había sido. Pero ahora, frente a Hendery, arreglado y sonriente, le pesó no tener algo diferente que ofrecer. Algo más.
No dijo nada. No iba a decirlo. No era el tipo de cosas que uno decía.
Así que simplemente sonrió, esa sonrisa suya, discreta y cálida, y alzó una mano para saludarlo.
—Hola —dijo, cuando Hendery llegó hasta él.
—¡Hola, gege! —respondió el Omega con entusiasmo, acomodándose la bufanda y mirándolo con los ojos brillantes—. ¿Llegaste hace mucho?
ZhanYu negó con la cabeza.
—Unos minutos.
Hendery asintió, y luego le ofreció la mano como si fuera algo nuevo, una costumbre que todavía le emocionaba repetir. ZhanYu la tomó con suavidad, sus dedos más grandes envolvieron los más pequeños con naturalidad.
—Mis papás me dejaron salir sin problemas —comentó Hendery mientras caminaban hacia la entrada de la feria—. Les dije que venía con amigos. No preguntaron más.
ZhanYu lo miró de reojo.
—¿No se enojaron?
—No. Creo que todavía se sienten mal por la última vez. No quieren incomodarme, y... no sé, lo están intentando.
El Alfa asintió, sin decir nada más.
El ambiente de feria los recibió con luces de colores, olor a comida frita, algodón de azúcar, risas y sonidos de juegos mecánicos girando. Hendery soltó un pequeño “¡wow!” al ver una montaña rusa a lo lejos, y luego se volvió hacia ZhanYu con una mirada cómplice.
—¿Podemos subir a eso después?
ZhanYu asintió, divertido.
—Si no te da miedo, claro.
—¡Gege! No soy un bebé…
ZhanYu alzó una ceja.
—¿No lo eres?
—¡No! Aunque… si me asusto un poco, me puedes abrazar. Por si acaso.
El Alfa rió, bajito, y negó con la cabeza.
—Está bien, por si acaso.
La tarde transcurrió entre luces, risas y esos pequeños momentos que se quedan grabados sin que uno lo note. Hendery no podía dejar de sonreír; cada cosa simple —subir a la rueda de la fortuna, probar un algodón de azúcar, perder en un juego de aros— era motivo suficiente para mirarlo todo con ojos brillantes, como si el mundo fuera más bonito solo porque estaba al lado de ZhanYu.
Y ZhanYu, por su parte, aunque no era precisamente el alma de la fiesta, se dejaba llevar. No ganaba en todos los juegos, de hecho perdió más de los que esperaba, algo que le daba una ligera molestia competitiva, pero Hendery reía y le daba palmaditas animadas en la espalda como si fuese un gran campeón.
—Eres bueno, gege —le dijo tras perder por tercera vez en el tiro al blanco—. Solo que… el juego está claramente amañado.
ZhanYu entrecerró los ojos.
—¿Insinúas que el juego está mal diseñado?
—Es demasiado obvio —replicó Hendery con tono dramático, cubriéndose la boca como si fuera una doncella sorprendida—. Un Alfa tan talentoso no puede fallar a menos que el juego esté manipulado.
ZhanYu soltó una risa breve. Hendery lo había dicho en broma, pero ese tipo de frases dulces siempre le dejaban el pecho un poco más tibio.
Más tarde, en un juego de canastas, por fin logró ganar un pequeño peluche. No era gran cosa, un conejo blanco de orejas largas con un lazo rosa. ZhanYu lo tomó de manos del encargado y se lo ofreció a Hendery sin decir mucho, solo estirando el brazo y mirándolo con esa expresión suya de “toma, es tuyo”.
—¿Para mí? —preguntó el Omega con una sonrisa que casi se le desbordaba del rostro.
ZhanYu asintió.
—No es gran cosa.
—¿Qué dices? ¡Es el peluche más valioso que tengo ahora! —dijo Hendery con convicción, abrazándolo con ternura—. Lo voy a poner en mi estantería, en el centro, justo donde da la luz. Va a ser como... el rey de todos mis peluches.
—Eso es exagerado —murmuró ZhanYu, sintiendo cómo las orejas le ardían, pero sin dejar de mirarlo con ternura.
—Es lo que hay —replicó Hendery, dándole un beso en la mejilla que lo tomó por sorpresa.
Cuando se disponían a comprar algo de beber, una voz familiar interrumpió su paseo.
—¿ZhanYu? ¿Hendery?
Ambos se voltearon y se encontraron con Li WenJun, el Alfa de cabello castaño, relajado como siempre, aunque con una sonrisa un poco más grande de lo habitual. A su lado estaba una chica Omega con bufanda roja y gorro de lana que les sonreía con cierta timidez, iba agarrada del brazo de WenJun como si fuera lo más natural del mundo.