Era una tarde cálida, la familia Tzes había invitado al pequeño Santiago a almorzar, ya que no solo lo consideraban un amigo de su hija, sino que también, lo aceptaban como parte de la familia.
—Hola hijo, ¿Qué tal?— saludó con una cálida sonrisa el señor Tzes.
—Buenas tardes, señor, digo padre— Se corrigió muy nervioso. Bien, gracias ¿Cómo está usted?
—¡Ay hijo!, cuantas veces ya te he dicho que no me digas, Señor, no hace falta tanta formalidad y no estés nervioso que yo no muerdo—Se rio al notar lo tenso que se encontraba el niño.
—Bueno, disculpe, Señor— Agachó la cabeza notando que se había equivocado de nuevo —¡Padre! Ya no le diré, Señor, se lo juró— Aseguró con convicción en sus brillantes ojos, llenando de ternura el corazón del adulto.
—¿Estás seguro de cumplir ese juramento, hijo?—
—Si Señor, ¡Padre!—
—Tranquilo muchacho, puedes llamarme como desees, no me enojaré— Despeinó sus cabellos, oyendo una suave risa de parte del menor.
El señor Tzes y Santiago tenían una relación muy familiar, ya que el mayor había conocido al joven desde que era un niño y había visto como crecía entre risas, jugando con su hija.
Ambas familias habían sido socias y también, muy amigas en el pasado, cuando los mayores aún vivían.
Lastimosamente, en poco tiempo los padres de Santiago fallecieron en un accidente automovilístico, dejando así al pequeño, al cuidado de su único familiar; su tía Yuni quien vivía en el extranjero.
Santiago se fue triste, sin duda, le dolía haber perdido a su familia y a la vez tener que dejar a la tierna niña, que entre llantos le pidió que no se fuera, porque lo extrañaría demasiado.
Desde ese momento el comportamiento de la Sra. Tzes cambio de forma drástica. No quería que un niño huérfano se vinculara con su hija, a diferencia del Sr. Tzes que llamaba habitualmente, para saber como estaba el niño y le mandaba obsequios junto a su hija.
En medio de la conversación, el padre de Leyla logró notar como el chico se sonrojaba al cruzar miradas con su hija, y el cómo sus ojos brillaban al escucharla. Siempre supo de ese enamoramiento, y ahora lo veía con más claridad.
Lo que más deseaba el mayor, era que su querida hija, estuviera junto al muchacho de cabellera castaña, lo conocía y podía dar fe de que se había convertido en un joven respetable y bueno, su esposa tenía el mismo sueño, solo que con otro chico; Carlos Sunday, el prometido de Leyla.
Después de una larga semana de clases, los jóvenes salieron juntos del salón, dispuestos a irse a sus respectivas casas.
—¿Hoy vas a venir a mi casa?— preguntó, solo por si acaso, ya que los últimos días la había estado acompañando.
—Hoy no puedo, mi tía se siente un poco enferma y solo me tiene a mí en este lugar. Así que voy a consentirla un poco, para que se mejore pronto— sonrió con dulzura, mostrando su dentadura. Le tenía un gran cariño a su tía, y como no, sí lo había criado y cuidado todos estos años.
—Entiendo, ¡Me gustaría conocerla algún día! Pero por el momento ve con ella y espero que se mejore pronto, salúdala de mi parte— se despidió abrazándolo.
—Gracias, lo haré, espero que llegues con bien a tu casa, me avisas cuando llegues— dijo señalando su celular, mientras caminaba hacia atrás en la dirección contraria.
—¡Está bien— En un arrebato de felicidad por la preocupación que le mostraba, le da un beso en la mejilla y se va sin esperar respuesta del joven—. —¡Cuídate mucho y cuida a tu tía!— gritó desde la lejanía, agitando su mano en señal de despedida.
—¿Qué acaba de pasar?— Se tocó lentamente la mejilla, sintiendo todo su rostro arder.
—Hola amigo, ¿Ya te enteraste de lo ocurrido con tu prometida?— hablo desde el otro lado de la línea.
—¿De qué hablas, ¿Qué le pasó?— respondió, en tono preocupado; no había asistido a clases una semana completa y no estaba enterado de que algo sucediera con su pareja.
—¡Ay Carlos! Amigo mío, que poco informado estás, ¡Nunca te enteras de nada, ni porque se trata de tu novia!—
—¡Ya habla de una vez!— empezaba a fastidiarse y colgaría la llamada si su amigo no iba al punto.
—¡Tranquilo!, Tu prometida se encontró con alguien de su pasado hace unos días, parecen muy cercanos, demasiado diría yo —comentó sin medir sis palabras—. — Ese chico ahora está estudiando en el mismo instituto— agregó, soltando la bomba.
—¿Es algo de lo que me tenga que preocupar?— Sus puños ya se encontraban apretados, pero esperaba que todo fuera una exageración del otro.
—,¡Pues claro!, podría quitártela, parece que le gusta y a ella no parece desagradarle el chico—se tomó una pausa pensando lo que diría continuación—. —Anda con él, de arriba para abajo, como si no tuviera ningún tipo de compromiso contigo— añadió convencido, conteniendo la risa por el problema, que de seguro ocasionarían sus palabras.
—¿Pero qué estupideces dices?, ella no me dejaría por un recién aparecido, ¿Para esto me llamas idiota?— Gritó exaltado, pegado al teléfono, sin importarle romperle el tímpano a su amigo.
—Carlos, no me estás escuchando bien ¿Verdad?-
—Para nada Óscar, ¡Te dije que me llamarás para contarme algo importante que ocurriera en mi ausencia, obviamente priorizándola a ella por sobre todo!—
—Por eso mismo, hasta va a su casa a diario y sale después de varias horas—
—Ya veo, creo que debo encargarme de esto personalmente, pero ya me canse de oírte, ¡Así que adiós!— Cierra la llamada molesto, casi estropeando el dispositivo.
—Debo de solucionar esto, no creo que Leyla me esté traicionando con alguien más y sobre todo a estas alturas, ¡Se me hace imposible de creer!— pensó que podría hacer para descubrir que pasaba y no se le ocurrió mejor idea que ir a la casa de su pareja y preguntarle directamente.
No quería dudar de ella, pero le era casi imposible; y si su amigo le estaba advirtiendo era por algo.
Editado: 16.11.2024