El reloj marcaba las tres de la tarde, y un joven
esperaba con ansias en el portón de la casa, cada tanto revisaba su celular para constatar que su peinado estuviera en orden, cuidando no lucir desarreglado.
Santiago había invitado a salir a Leyla, usando la excusa de que no habia pasado junto a ella en su cumpleaños. A pesar de no ser la verdadera razón de esa invitación, y estando segura de ello; término accediendo sin indagar.
La hacia muy feliz aquella invitación; se bañó, se arregló y peino con esmero; su rostro tenía una gran sonrisa que no pasaba desapercibida. Esa era la finalidad de Santiago, hacerla feliz, intentando que olvidará toda la amargura de días atrás.
Cuando el señor Tzes se enteró de la repentina “cita”, sin dudar dio su permiso, incluso llamó a Santiago para felicitarlo por su valentía al dar el primer paso, invitándola a salir. Sin embargo, eso no le daba mucha gracia a su esposa, quien con prisa llamó a Carlos, avisándole sobre ello, para que asi pudiera hacer un movimiento que lo favoreciera de algún modo.
—¡Hola Santi!— saludó, rompiendo la ensoñación de su amigo.
—¡Hola Leyla! Estás muy hermosa y me quede sin saber qué decir, disculpame— Sus nervios eran más que notorios, se habia quedado mudo al verla, por casi treinta segundos.
—¡Gracias! Tú luces muy guapo —aseguró sintiéndose apenada—. —¡Es hora de irnos!— Irian a un parque cercano al vecindario, contaba con atracciones, asi que seria divertido.
Habian elegido con facilidad a cual juego se subierian primero, y ahora la joven entrelazaba su manos con la del chico, como un acto reflejo, sin siquiera notarlo.
—Santi ¡Estás muy rojo! ¿Te sientes mal?— Procede a tocarle la frente para comprobar su temperatura.
—¡No es nada, es que hace mucha calor!— Se excusó viendo como la chica se relajaba de Inmediato— «Creo que no podre estar un día entero contigo, mi corazón esta a punto de explotar por la Cercanía. ¡Esto no es, como cuando eramos niños, es aún más fuerte!»
—¡Qué extraño! Pero, si está haciendo un poco de frio— respondió incrédula, pero sin hacer más preguntas.
—Leyla, voy a comprar helados ¿Qué sabor te gustaría?— Después de un rato de diversión, ya se habian cansado y estaban por tomar un helado.
—Vainilla, por favor —respondió contenta—. —"Mi amor"— Lo último salio en un susurro, sin pensarlo mucho y esperando que no haya sido audible.
—Ok... Espera ¿Qué acabas de decir?— pregunto, girandose a medio camino.
—Vainilla, por favor O ¿“mi amor”?— sonrió nerviosa por la fija mirada del chico —Es que tú no lo has dicho hoy, así que pensé que podría decirlo; pero si te incomoda…— Lo habia dicho ante la costumbre de escucharlo a él decírselo y tenia la leve curiosidad de ver como reaccionaria si ella lo decia.
—¡No, para nada! Está bien, es solo que me sorprendió— dijo intentando calmar su acelerado corazón —"sentí que casi se me salía el corazón, si sigue así mis sentimientos podrian desbordarse sin control— pensó con nerviosismo.
—Bueno amor, ve por esos helados— Aprovechando el descuido, pellizco sus mejillas con ternura, causando un sonrojo en él.
Mientras esperaba, Leyla pudo escuchar un ruido detrás de ella, se asustó un poco; pero al girar notó que había un árbol detrás, así que pensó que seria el viento que hacía mecer sus ramas. Cuando Santiago llegó con los helados, ella agradeció entusiasmada como si se tratara de una niña pequeña y disfrutaron del dulce entre charlas y risas prolongadas.
Sin darse cuenta, en un abrir y cerrar de ojos, el día se habia acabado, dando lugar a la noche.
En el camino se encontraron con la mayor atracción del lugar, la rueda de la fortuna, la cual era bastante alta, pero ofrecía una vista encantadora, a la que ninguno se pudo resistir.
—Es muy hermoso ¿Verdad?— dijo, afirmada con ambas manos al vidrio para apreciar el paisaje que cruzaba delante de sus ojos.
—Muy hermoso; pero no podría compararse contigo— confesó en estado de valentía. ¡Que podía decir! Todo parecia estar conspirando para que ese momento llegara: La hermosa vista, la compañía deseada y la extraña determinación de declarar lo que su corazón tanto anhelaba, sin contar con los desenfrenados latidos de su corazón, que no lo habian dejado tranquilo en toda la tarde.
—Siempre eres tan lindo, tu futura novia, sin duda sera muy afortunada— confeso, sintiendo una extraña sensación de añoranza. Recordaba como su amigo siempre la trato con tanta dulzura y cariño, aún cuando eran niños sin comprensión total de lo que estaban sintiendo.
—Y yo seria el más feliz, si tu fueras aquella afortunada— Se animo a voltear su rostro hacia ella, esperando encontrar una reacción positiva, compartieron miradas y con solo eso, ya se sentían conectados.
—¿A qué te refieres, Santi?— susurró sin apartar la mirada, sintiendo su pulso elevarse ante una inesperada confesión.
—Tú me…— Su valentia se vio interrumpida y sus palabras se pausaron por un brusco movimiento de la atracción. De repente, se sintio desanimado y menos decidido de continuar.
Pero sin duda esa era el día, una vez más, todo conspiraba extrañamente a su favor, lo que anteriormente lo habia interrumpido, ahora lo habia puesto en una posición bastante vergonzosa para ambos, sus corazones palpitaban casi al mismo ritmo y ahora se volvía algo incontrolable. Solo estaban separados por pocos centímetros, menos de tres, quizás dos sería demasiado.
Y esa fue la primera vez que Leyla sintió a su corazón convertirse en un tambor, que era golpeado en el centro con frenesi. Esta vez, por alguien más que Carlos, su ex prometido, con el cual estuvo dispuesta a compartir toda su vida.
Aunque en relidad, esta habia sido la misma persona que aceleraba de esa forma su corazón, cuando era, solo una niña.
Editado: 16.11.2024