Después de tres meses, los chicos estaban en la última semana de clases y las investigaciones del caso, sobre el accidente de Santiago no parecían mostrar resultado alguno. No había grandes pruebas que ayudaran a concretar lo sucedido; sin embargo, creían que no se trataba de algo accidental, sino de algo planeado.
A pesar del tiempo, Carlos seguía intentando tener un acercamiento con Leyla junto al apoyo de su madre. Regalos diarios llegaban a su casa o incluso encontraba tarjetas dentro de su casillero, estaba siendo persistente y eso la estaba agotando mentalmente, ¿Acaso no se rendiría jamás?
Se había vuelto un completo acosador, incluso podía sentir su mirada fija en ella a cualquier hora del día y sus pasos parecian seguirla muy de cerca. Empezaba a temerle, así que procuraba tomar un taxi que la llevara hasta la puerta de su casa.
Caminado por los pasillos, se vio obligada a detenerse cuando sintió un brazo aferrándose al suyo, giró sabiendo que ese sería otro día en el que no tendría paz. Estaba cansada de aquello, muy cansada, todo por él.
—Carlos, ¿Qué pasa?— preguntó exasperante.
—Sabes lo que pasa y lo que quiero, nada más te pido...—
—¡Ya lo sé! Pero yo no quiero volver y lo sabes mejor que nadie—
—¡Podríamos intentarlo, dame una oportunidad!—
—No sigas, por favor— finalizó con intenciones de alejarse del lugar, su voz parecia salir casi a rastras.
—¿No será que estás esperando a que ese imbécil despierte para irte con él?— Empezaban a llamar la atención, algunos se detenían para ver que sucedía, aunque no era un tema tan nuevo, pero ellos nunca se cansaban de curiosear.
—No tengo paz debido a la constante duda si va a despertar pronto o si no lo hará nunca. ¡Y aqui estás tú, actuando como un acosador! Me voy a volver loca, no puedo más ¡Déjame tranquila!—
—¡Tú me convertiste en esto! Me dejaste solo— Se quejó dándose golpes en el pecho, también estaba agotado, aunque por circunstancias diferentes.
—¿Qué hay de Anna? ¿No estaban juntos?—
—No estamos juntos, no es lo que crees— A Leyla no le podia importar menos sus explicaciones, y solo pensó en irse de allí, no necesitaba escucharlo mentir más.
—¿Sabes? Él podría no despertar nunca y tú lo esperas como una tonta ¡Él no volverá!— gritó con firmeza y convicción, tanta que asusto a la joven.
—¿Cómo puedes asegurar algo que desconoces?—
—El impacto fue demasiado fuerte, está claro para mí—
—¿Cómo sabes eso?—
—¿Cómo no saberlo? Todos aquí han hablado de eso—
—¡No quiero que te me acerques, ni mucho menos verte cerca del hospital!— advirtió furiosa. No entendia el origen de su temor, pero preferia hacerle caso a su instinto y detnerlo de una buena vez.
“Me aseguraré de que nunca despierte, así no tendrás más opción”
—¿Carlos? ¿Qué estás haciendo?— Su amigo corrió hacia él, al verlo patear unos tachos de basura y todo lo que se le cruzaba en el camino. Se sentía frustrado y esa era su forma de liberarse, lo conocia tan bien.
—¿No es obvio?—
—¡Vamos a tu casa! No puedes seguir así ¿Todo esto es por Leyla?— Se sentía tonto por preguntar, cuando era más que obvia la razón.
—¿Por quién más podría ser? ¿Qué más debo hacer para recuperarla?—
—Deberías olvidarla, ella ya no te quiere, debes entender eso— contesto sincero, deseaba saber cuando se rendiría con ella.
—¡Cállate! —golpeó su cabeza con sus manos, en señal de molestia—. Debí ver acabado con él cuando tuve oportunidad.
—Y yo debí haberte detenido ¡Ya hiciste suficiente, el chico no despierta! ¡Déjalos en paz y sigue con tu vida!— Lo sacudió con fuerza, captando la angustia y desespero en sus ojos.
—Si ella no está en mi vida, no hay vida con la que pueda continuar ¡Ese chico es el problema, necesito que desaparezca para siempre!—
—Estás obsesionado amigo, no escuchas a nadie— negó con la cabeza en modo desaprobatorio, no le parecía como actuaba últimamente; pero no quería intervenir.
Podría decirle a sus padres lo que hacía; pero él se molestaría y quizás nunca le volviera a dirigir la palabra. Eso pesaba más en él, que cualquier otra cosa en el mundo, así que se limitaría a ver donde llegaria su obsesión y rencor, pero no lo abandonaria.
Para él, su comportamiento y total lealtad era dirigida hacia Carlos, y sentia que estaba bien justificado. Lo conoció en su niñez, cuando era alguien solitario y sufría abusos en la escuela, siendo intimidado y burlado por otros; no podía defenderse y tampoco había nadie dispuesto a ayudarlo ni a darle algo de consuelo, entonces lo conoció a él.
Un niño de menos de ocho años caminaba tembloroso, había notado hace varios segundo que estaba siendo seguido por tres niños casi de su edad; pero que lo superaban en cantidad, tamaño y peso. Sin duda, debían ser los mismos niños abusadores de siempre, conocía el sonido de sus pasos y lo mucho que trataban de pasar desapercibidos, lo cual era inútil e irrisorio. ¿Qué podía hacer exactamente?
Correr y pedir ayuda, inútil.
Ningún otro niño intervendria por él.
Llamar a un adulto, vano. Algunad veces ellos mismos ignoraban esos actos para preservar el buen nombre de la institución, no era bueno tener antecedentes de niños que agreden a otros.
Intentar defenderse, inservible. Eso era aún más inútil que las dos anteriores, solo causaría mucho más enojo en los agresores.
Dejarse, ser y aguantar una vez más, sensato. Era la opción más decente que cruzaba su mente y es la que elegía siempre.
Su cuerpo se tensó al oír como se detuvieron y lo giraron con brusquedad sin ningún tipo de aviso. Sujetaron con fuerza el cuello de su camiseta y empezaron a gritarle.
—¡Eres un asqueroso! Te repudiamos— empezó el niño mayor del grupo, él parecía ser el “líder”
—¿Cómo puede estar un niño como tú en nuestra escuela? ¡Nos das asco!— dijo un segundo niño, sintiéndose asqueado.
—¡Lárgate de aquí, fenómeno! No queremos que estés cerca de nosotros. Mi papá dice que lo que tú tienes es una enfermedad ¡No quiero que me contagies de eso!— comentó el tercer niño con cara de repudio.
Editado: 16.11.2024