Nuestro destino es amarnos: Primer Reencuentro

Capítulo 18

Hace más de diez años, dos empresas resaltaban por su gran éxito, firmaban contratos con empresas extranjeras y tenían alianzas e inversiones funcionales que los hacían prosperar de forma increíble, subian a pasos agigantados, tanto que era imposible de creer en la legalidad de su realización.  sin embargo, entre ambas empresas no había competencia, más bien parecian estar gustosos de prosperar juntos como aliados.

 

La familia Tzes y la familia Sunday, eran amigos cercanos y entre ellos se consideraban una sola familia, eran una unión, tenian un vinculo especial que dejaba de lado un simple lazo sanguineo. 

Ellos no necesitaban eso para considerarse familia.

Se reunían a menudo para intercambiar ideas y proyectos; pero también para pasar ratos amenos como cualquier persona, dejando de lado el área laboral. Sabían que habían hecho lo correcto al unirse, cuando veían a sus hijos desbordando de felicidad, los menores jugaban y reían juntos, nada parecía empañar esa dicha y sus padres deseaban proteger esas sonrisas por siempre.

 

Pero la felicidad es efímera, en algún momento se detiene. 
Los rumores señalaban a una nueva compañía que predicaban ser los próximos lideres en los negocios y a la vez, quienes acabarían con los buenos tiempos de las compañías más exitosas en ese tiempo.


Ellos eran la familia Leigh, quienes en sus inicios solo codiciaban gloria y riqueza. La avaricia les daba la capacidad de hacer lo que se necesitara para cumplir sus metas, sin importar los daños colaterales que estás ocasionaran, o al menos esa era la excusa a la que se sostenían para librarse de arrepentimientos.

Sabian que seria imposible acabar con amabas empresas y ser lideres como si nada, de modo que llegaron a una simple conclusión, no podrían con ambas familias, asi que acabarian con una y se aliarian con la otra.

—¡Hola, pasen, por favor!— dijo, en recibimiento la señora de la casa, al abrirle la puerta a la puerta a la familia Tzes.
La mujer lucia un hermoso vestido que definía su silueta, un color rosa en tonos suave y tenues, en conjunto con un par de accesorios  y un ligero maquillaje que adornaba su rostro, mostrando su belleza en su máximo esplendor. Su cabello rubio peinado con elegancia le daba el toque ideal. Ella no hacia más que sonreir ampliamente; ya que iría a una cena con su esposo. Era el día de su décimo aniversario.

—¡Hola señorita Sara!— saludó, emocionada la pequeña Leyla, mientras miraba por todos lados al hijo de la familia Sunday. 
—¡Hola pequeña! ¡Qué linda estas! —La mayor la levantó del suelo y le dio un par de vueltas, haciéndola reír en el acto—. Mi hijo, está en su habitación, si gustas puedes ir a buscarlo.
—¡Sí, gracias!— La niña sin esperar más, corrió en dirección a las escaleras que la llevarían hacia el cuarto de su amigo.
—¡Buenas noches, Sara!— saludó, el señor Tzes mientras besaba la mano de la dueña de la casa.
—¡Buenas noches, señor Tzes!— Sin querer, su voz tembló ligeramente y aparto la mirada del hombre. Como respuesta la esposa de él frunció el ceño, sintiendo una vez más ese mismo malestar.

Sara los dejo pasar a la sala, mientras caminaba de un lado al otro buscando su cartera. Ante sus quejidos, su esposo bajo para ayudarla en su búsqueda.
—¡Cariño, acá está tu carte…! —El hombre bajaba atando su corbata cuando notó la presencia de sus amigos—. ¡Amigos míos! ¿Cómo están? Déjenme decirles, que estamos muy agradecidos de que se hayan ofrecido a cuidar de nuestro hijo.
—¡No hay problema! ¿Para qué estamos los amigos si no es para ayudarnos?— respondió, con una sonrisa el señor Tzes.
—¡Es cierto! Cuando necesiten algo no duden en pedirlo. Por ahora nos retiramos, nuestro chófer nos está esperando— anunció el señor Sunday, dandole el último vistazo a su atuendo frente al espejo. Era una ocasión especial, debia estar impecable para su querida esposa. 
—¡Cariño tu corbata! —Se acercó su esposa con mucha prisa para arreglársela, notando que estaba ligeramente chueca—. —¡Listo!— Ella le sonrió, mientras el le devolvia la sonrisa, algo avergonzado.

Después de despedirse, ambos se subieron al coche y se despidieron agitando sus manos. La señora Tzes tecleaba con habilidad en su celular sin prestarles ninguna atención, e involuntariamente no pudo contener una ligera risa, provocando incertidumbre en su esposo.
—¿Qué sucede?—
—Nada, ¿No puedo sonreír?— respondió a la defensiva.
—No es eso— Prefirio dejarla ser y se rindió, sabiendo que podria provocar una discusión en vano.

El chófer conducía de forma cautelosa, no tenia prisas, sobraban casi veinte minutos y el lugar se encontraba a solo ocho minutos de distancia.  Se podía escuchar de fondo las risas de la pareja de esposos, casi, parecían que tenían un par de meses de novios. Ellos siempre daban esa impresión, pero asi era como se sentian.

Y como si el destino les jugara una mala pasada, a casi solo dos cuadras de llegar al restaurante, un carro se abalanzó sobre ellos, con tanta fuerza que el vehículo dio varias vueltas, alejándose del punto del accidente. El carro terminó por volcarse, las personas alarmadas empezaban a llamar a urgencias y los más valientes se acercaban para intentar ver si había sobrevivientes dentro, se podía oír a alguien pedir en susurros por ayuda; pero nadie se atrevía a actuar por voluntad propia, la gasolina empezaba a derramarse y eso anunciaba un gran peligro.

La gente se alarmó y se alejó de alrededor, pedían que no pasara una desgracia mayor y que la ambulancia llegará a tiempo para salvarlos. Más sin embargo sus pedidos fueron vanos y en cuestión de segundos, el carro explotó, el fuego lo consumió todo y no dejo ni rastros de las víctimas.




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