Nuestro dulce acuerdo

Capítulo 02: Contigo

Hay acuerdos que cuando el alma gana, es mejor romperlos.

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ZAIR KING

Lo que menos esperaba era encontrarme encerrado en una suite presidencial con ella, con la tonta de los Hudson que ahora finge ser mi flamante “esposa” por contrato, con un vestido blanco abandonado en el sofá y esas pantuflas de gato asomando debajo de la mesa de café. No es exactamente la imagen que tenía de mi luna de miel, quizás esperaba una chica mucho más atractiva… pero admito que tiene su encanto.

Encanto que, por supuesto, no pienso confesarle.

Parece una niñita en ese aspecto todavía, no madura con esos gustos amargos, sin embargo, no la puedo juzgar, es hija de la servidumbre, una de la cual mi padre se siente muy agradecido.

Silvana mira su teléfono miles de veces, por lo que, con un chasquido de dedos la regreso a la realidad que debe enfrentar conmigo ahora.

Tiene que ser útil si deseo resolver todo el enigma y mala imagen que ha creado mi familia durante estos años. Esa disputa debe terminar y esta chica simple puede servirme para la tarea.

—Tierra llamando a Silvana—le observé irritado, pero ella de inmediato me mira—. Antes de que empieces a pensar que este es un cuento de hadas, Hudson —digo, dejando caer un sobre sobre la mesa—, necesitamos dejar claros los términos.

Ella arquea una ceja, cruzando los brazos, con ese gesto de “me importa un bledo tu tiempo, tus ideas y tu dinero” que, curiosamente, la hace ver más atractiva.

—¿Contrato?, yo creí que solamente era para la foto familiar que necesitabas en público y listo, eso me dijo mi madre luego de la ceremonia —pregunta, como si ya estuviera lista para lanzarlo por la ventana.

—¿Y el tiempo y dinero invertido?, ¿el mal rato contigo en esta suite lo haces con una sonrisilla frente a las cámaras?, no, querida. Necesito algo a cambio y debes cumplir.

Se cruzó de brazos frunciendo el ceño, por primera vez, pienso que me va a enfrentar. Nunca nos hemos tolerado desde que la veo en mi casa desde niña. Siempre ha sido fastidiosa.

—Perfecto, pues en ese caso si quieres que te sirva de utilidad, también pondré mis condiciones, ñas cuales ya tengo bien claras —asentí. Es justo.

—Seis meses —respondo, acomodándome en la esquina de la cama a su lado—. Ni un día más, ni un día menos. Cero contacto físico innecesario, cero demostraciones de cariño en privado, y, por supuesto, prohibido enamorarse.

—¿Prohibido enamorarse? —repite con una risa seca—. Tranquilo, King. No eres mi tipo, ni nunca lo serás.

No sé por qué, pero esa frase se me clava en el pecho más de lo que debería. “No eres mi tipo”… y sin embargo, esa maldita manera que tiene de mirarme como si me desafiara me resulta peligrosa.

—Perfecto. Eso hace más simple las tareas entre ambos —me levanto y me acerco lo suficiente para que sienta el peso de mis palabras—. Y si alguno rompe las reglas, el otro queda libre de cualquier obligación… pero con una penalización económica que no te convendría pagar.

Ella sonríe con una seguridad que no le va bien a alguien que está completamente a mi merced.

—Relájate, King. Si algo me sobra, es autocontrol, más si eso se relaciona contigo.

No sabes las cosas que puedo hacer, Silvana, no intentes en ningún momento superar mis límites.

“Ya lo veremos”, pienso, porque lo cierto es que cuando la vi aparecer en la iglesia, con ese vestido que parecía hecho para ella, que no puedo negar lo bien que le quedaba y la forma en que sostuvo mi mirada… no vi a una simple chica a la que estaba usando para un negocio. Vi algo que no planeaba encontrar: una amenaza a mi paz, esa paz que nadie puede sacar en mí.

Y lo peor es que creo que ella aún no se ha dado cuenta.

Camina hacia el balcón y yo la sigo con la vista, siempre me pongo a observar todo lo de mi alrededor. El viento juega con su cabello y, por un segundo, imagino lo que pasaría si no existieran las reglas. Lo imagino demasiado.

—Por cierto… —dice, dándose la vuelta con una expresión que me desconcierta—, ya que ahora tengo tu apellido, te aclaro que esta luna de miel no es solo tuya.

—¿Cómo que no? —pregunto, frunciendo el ceño de inmediato sin comprender nada de lo que dice.

Ella sonríe, esa sonrisa que avisa problemas.

—Porque invité a alguien más.

El golpe en la puerta interrumpe mi respuesta.

Suena seco, como un recordatorio de que mi luna de miel no es exactamente el paraíso que cualquiera esperaría.

—¿A quién invitaste, Hudson? —apreté mi mandíbula ante la inquietud, midiendo cada palabra—, se nota que no sabes nada de relaciones y matrimonio, debes pedir opiniones antes de tomar una decisión.

Ella sonríe como si supiera que estoy a segundos de perder la paciencia. Silvana siempre ha sabido como fastidiarme y volverme loco.

—Abre y lo sabrás. Aunque si gustas, regañas a mi madre, ella fue la de la idea, yo solo fui una hija obediente.




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