Saber la teoría de algún tema no te hace un experto en la práctica; y aunque ya sepas el concepto o los pasos para realizar algo, siempre es bueno tener a alguien que tenga experiencia y te guíe a la hora de ejecutar la labor. Aziraphale había entendido eso de manera desastrosa cuando intentó cultivar unas flores para regalárselas a su esposo, pero por alguna razón, las pocas que lograban crecer se marchitaban casi de inmediato. Lo intentó por semanas y lo único que no hizo, fue gritarles como Crowley lo hacía con sus plantas, sentía que no era el modo correcto y aunque lo intentara no podría hacerlo, solo no le salía amenazar a unas flores que hacían lo mejor para crecer con sus torpes cuidados.
Cada día que pasaba junto a su Ángel era maravilloso. Desde que se casaron como lo hacían los humanos y se mudaron a aquella cabaña lejos de la ruidosa civilización, Crowley se sentía más tranquilo y feliz, pues tenía todo para serlo. Cuidaba sus plantas del jardín que su esposo le ayudó a armar, visitaban a Muriel de vez en cuando en la antigua librería de Aziraphale y en las noches se acurrucaban juntos en la cama, aunque algunas veces lo que menos llevaban a cabo era dormir o descansar.
El pelirrojo pensó que no podría amar más al Ángel con el que se había casado, pues ya lo hacía con cada fibra de su ser, pero al enterarse de que su esposo intentó cultivar unas flores muy raras para regalárselas, sintió tanta ternura, emoción y que su amor se desbordaba un poco más.
El peliblanco no pudo soportar más aquella situación, la botánica o jardinería no era su fuerte y por más libros que leyó, no pudo hacer que las flores permanecieran vivas por más de dos días y la mayoría de las semillas que había sembrado ni siquiera brotaron. Cuando por fin le dijo a Crowley lo que estaba haciendo y que aunque fuera un regalo de igual manera necesitaba su ayuda, pensó que se reiría de él o que le diría que se lo dejara todo a él, pero grata fue su sorpresa al ver que en vez de todas las cosas negativas que se imaginó por los nervios, lo que recibió fueron dulces palabras de agradecimiento, aunque aún no hubiera hecho nada, y muchos besos llenos de cariño que terminaron en algo más en aquel mismo jardín trasero de la cabaña.
El demonio se encargó de recordarle y recalcarle a su amado Ángel que no podría burlarse de él por intentar hacer cosas que a él le harían muy feliz. Y, desde entonces, ambos pasan mucho más tiempo juntos en ambos jardines, dando y recibiendo lecciones de cómo dar un mejor cuidado a las plantas, y aunque Aziraphale no estuviera siempre cuidando las plantas, igual le hacía compañía a su demonio o lo observaba ser feliz desde no muy lejos mientras le gritaba, regañaba o a veces consentía a las plantas, mientras él mismo leía algún libro o tomaba el té.
Así, ambos siguieron su tranquila y hermosa vida en aquel nuevo hogar que ambos habían formado; y sentados en aquel columpio, que su amigo Adam les había sugerido que instalaran, mientras escuchaban el canto de los ruiseñores que tenían su nido en aquel gran árbol, pensaban conservar por mucho, mucho tiempo aquella felicidad que Dios les había ofrecido.