Nuestro Futuro. ¿embaraza? La Nerd

Capítulo 1: Buenos días, caos

Desperté con la cara aplastada contra la almohada y una pierna de Cody encima de la mía, como si él pensara que yo era su almohada de cuerpo oficial.

Me moví apenas y sentí su respiración en mi cuello. Él se acurrucó más.

—Cinco minutos más… —murmuró, con voz ronca.

—No hay cinco minutos más. Es martes.

—¿Martes ya? ¿En serio?

Asentí sin mirarlo, mientras tanteaba la mesa de noche buscando mi celular. 7:14 a. m.. Teníamos que estar saliendo ya.

Entonces, como si estuviera cronometrado:

—¡Eeecheee! ¡Eeecheee! —gritó Colyn desde su cuarto.

Cody resopló.

—Te toca —dijo, escondiéndose bajo la cobija.

—Yo lo cambié ayer. Tú haces leche.

—Tú hiciste cena.

—¡Y tú te comiste tres platos!

Se quedó callado unos segundos.

—Ok, hago leche.

Cody salió arrastrando los pies, despeinado y en pantalones de pijama. Yo me senté en la cama, me sobé los ojos y empecé a armar mentalmente la lista de cosas que no podía olvidar: mochila, portátil, cuaderno de apuntes, pañal de repuesto, toallitas, snack para Colyn, mi cargador, mi vida...

Me levanté y crucé al cuarto de Colyn. Lo encontré de pie en su cuna dinosaurio, con el pañal torcido y su peluche de dragón bajo el brazo.

—¡Mamáááá! Eeeche, yaaaa —dijo, señalando la puerta con su dedito.

—Ya va, campeón. Papá está haciendo leche.

Me estiré para levantarlo, y él me abrazó con fuerza, su cabecita apoyada en mi hombro.

—¿Dormiste bien, cosita?

—Nooo. Dragón no dodo.

—¿El dragón no durmió?

—No.

Lo llevé hasta la cocina, donde Cody intentaba servir cereal con una mano y sostener el biberón con la otra.

—¿Ya le pusiste la leche?

—¡Está caliente! ¿Cómo se enfría esto rápido?

—¡Con lógica, Cody! ¡Y con agua fría!

La cocina era un caos.

Cody había dejado la tostadora encendida con nada adentro. Colyn estaba sentado en su silla alta, golpeando la mesa con la cuchara y balbuceando algo que sonaba como una canción de dinosaurios. Yo trataba de hacer dos coletas a la velocidad de la luz.

—Mamááá, no —decía él, esquivándome.

—¡Solo una coleta, Colyn! Te juro que no es tortura.

—¡Nooooo! ¡Dragón! —protestó, señalando la camiseta que colgaba del respaldo de su silla.

—Te la pongo si te dejas peinar.

—Mmm… sí —dijo, con una sonrisa cómplice.

Once segundos. Ese fue el tiempo que duró quieto. Suficiente para dejarle el pelo medio ordenado y ponerle la camiseta.

—¿Dónde están tus zapatos, Colyn?

—En frío.

—¿Frío? ¿Qué frío?

Señaló la nevera con toda la seguridad del mundo.

—No puede ser —dije.

Cody abrió la puerta. Efectivamente, ahí estaban.

—Te juro que este niño es un genio del caos —dijo entre risas.

Yo miré el reloj. 7:37 a. m.

—¡Vamos, vamos! ¡Se nos hace tarde! —grité mientras metía mi cuaderno en la mochila con una mano y con la otra intentaba peinar a Colyn, que se reía como si esto fuera el mejor juego del mundo.

Cody pasó corriendo por detrás, con los zapatos en la mano, la camisa mal abrochada y el maletín colgado al hombro.

—¡Ya voy! ¡No encuentro las llaves del carro!

—¡Están en el microondas! —grité.

—¿¡Qué hacen ahí!?

—¡No sé! ¡Anoche dijiste que las ibas a “poner en un lugar seguro” mientras calentabas la pizza!

Él apareció segundos después, con las llaves en alto y cara de héroe. Yo ya tenía a Colyn en brazos, la mochila en un hombro y el termo de café (a medio llenar) en la otra mano.

—¿Tienes los pañales? —preguntó Cody.

—Sí.

—¿La lonchera de Colyn?

—¡Sí!

—¿Y mi dignidad?

—Esa la perdiste cuando saliste con dos zapatos distintos ayer —le dije mientras salíamos por la puerta.

Bajamos las escaleras casi corriendo. Colyn iba en mis brazos canturreando bajito y mal, con la boca llena de babas:

—“Rawr, rawr… dooonooo, mamá… ruuum”—murmuraba, señalando su peluche.

—¿El dragón va contigo? —le pregunté.

—¡Síii! ¡Gaaa! —dijo con emoción, agarrando el aire.

Cody cerró la puerta con el codo, mientras con la otra mano intentaba no botar su café.

—Esto no es vivir —murmuró—. Esto es una competencia de obstáculos.

—Pero la estamos ganando —le respondí, riendo y sudando.

Llegamos al carro como si estuviéramos compitiendo en una carrera familiar olímpica. Puse a Colyn en su sillita mientras él pataleaba diciendo:

—¡No no nooo! ¡Gon! ¡Gon!

—¡Aquí está tu dragón! ¡Mira, aquí va! —le dije, metiendo el peluche a su lado.

—Graaaan, sí —dijo, abrazándolo con los cachetes inflados de felicidad.

Cody se subió al volante y encendió el auto.

—¿Listos para otro día de universidad, trabajo, parque, pañales, tareas y sobrevivir con lo que quede de nuestras neuronas?

—¿Tenemos neuronas aún?

Nos miramos. Y reímos.

Porque sí, estábamos agotados. Llegábamos tarde, otra vez. El carro tenía cereal seco pegado en el asiento trasero y yo probablemente llevaba leche de Colyn en la blusa sin darme cuenta.

Pero en medio del caos, estábamos juntos.

Construyendo un futuro.

Uno con gritos, prisa, risas, llaves en microondas y canciones de dinosaurios en idioma bebé... pero lleno de amor.

Y eso era más que suficiente.



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En el texto hay: humor, romance, adultos

Editado: 11.07.2025

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