—¡Mamá, no esela! —dijo Colyn desde su sillita, con los cachetes inflados, justo cuando paré frente a la universidad.
—Mi amor, no es escuela para ti. Es para mamá —le sonreí, dándole un beso rápido en la frente—. Tú vas con papá al parque. ¿Sí?
—Papá sí... mamá no —dijo con voz seria, como si fuera una orden.
—¿Ah sí? Qué dictador eres hoy.
Cody se giró desde el volante, ya con los lentes de sol puestos y una sonrisa cansada.
—Dale, guerrera. Yo me encargo del pequeño tirano.
—¡No es tirano! Es sensible —dije, bajando del carro con mi mochila colgada y la taza de café a medio terminar.
—¡Sensible mis...! —empezó Cody, pero Colyn lo interrumpió con un gritito de victoria:
—¡Papá no palablaaaas!
No pude evitar reírme.
Suspiré mientras cerraba la puerta del carro y veía cómo Cody se alejaba con Colyn riendo en el asiento trasero. Lo vi a través del vidrio, diciéndole algo mientras le hacía cosquillas.
Y yo ahí, parada en la acera, con ojeras, el cabello en una media coleta mal hecha y el cuerpo gritando por más horas de sueño.
Respiré hondo.
Una. Dos. Tres veces.
Y entré al edificio de Humanidades.
Entonces lo vi:
—¡Anny! —gritó Alex desde el pasillo, agitando la mano con su sonrisa habitual.
Alex.
Mi compañero de varias clases.
Un tipo genial, divertido, siempre dispuesto a ayudarme cuando no entendía algo... aunque a Cody no le simpatiza para nada.
Según él, Alex tiene una "mirada sospechosa".
Yo creo que solo es simpático... y que a Cody le sale un poquito (bastante) la vena de celoso.
—¡Ey! —le respondí, sonriendo.
—¿Lista para que hoy nos torturen con la clase de Edición de Texto? —bromeó, caminando a mi lado mientras subíamos las escaleras.
—Nacimos listas para eso —le dije, riendo.
Mientras caminábamos, pensaba en lo afortunada que era de tener amigos como él, que me ayudaban en clase, y también en lo loco que era todo esto.
Universidad, trabajo, Colyn... vida adulta en general.
A veces me preguntaba si alguna vez se volvía menos caótica.
Pero luego recordaba que, aunque a Cody no le guste Alex, aunque no sepa manejar, aunque las noches sean largas y el café nunca falte...
Me encanta esta vida.
O por lo menos, me está enseñando a amarla.
—¡Vamos! —dijo Alex, abriendo la puerta del aula— Si no entramos ya, nos cierran la puerta en la cara.
Corrimos juntos hacia los asientos del fondo, mientras la profesora empezaba a pasar lista.
Y así comenzaba otro día en la universidad.
Con ojeras, café frío, y el corazón lleno.
Editado: 11.07.2025