La mañana siguiente fue, como siempre… un caos.
Pero no el tipo de caos divertido al que ya estábamos acostumbrados.
Colyn se despertó a las 6:43 a.m. llorando, con la carita roja y los ojitos llenos de lágrimas.
—Maaamii… —gimoteaba, abrazando su dinosaurio con fuerza—. Nooo, no esula… nooo…
Lo cargué enseguida, sintiendo su cuerpo calientito contra el mío. Estaba medio dormido, pero incómodo, inquieto.
—¿Tienes fiebre, mi amor? —pregunté en voz baja, pegando mis labios a su frente.
No parecía muy caliente, pero tampoco estaba como siempre. Solo quería estar en brazos, y no soltaba ese quejido suave, como si le doliera algo que no sabía explicar.
—Tal vez solo está cansado —dijo Cody, mientras trataba de ponerse la camisa con una sola mano y sostenía una tostada con la otra.
—O está incubando algo —murmuré, preocupada.
Dejamos a Colyn en la guardería igual, aunque con mil advertencias a su maestra, y Cody prometió que si algo pasaba y yo no podía, él saldría de la oficina de inmediato.
Claro. Prometió.
Ya en la universidad, traté de concentrarme en clase, pero algo me decía que ese quejido de Colyn no era casual.
Y tenía razón.
Estábamos a mitad de la tercera clase del día cuando sentí vibrar el teléfono.
Guardería "Pequeños Gigantes"
Mi corazón se aceleró.
—¿Hola?
—Hola, ¿Anny? Mira, Colyn está con un poquito de fiebre. No quiere comer ni jugar, está muy quieto… ¿Podés venir a buscarlo?
Me levanté de golpe.
—Sí, claro. Ya voy.
Colgué y enseguida llamé a Cody.
Una vez.
Dos veces.
Nada.
Mensaje de voz.
Respiré hondo, conteniéndome para no llorar en medio del aula.
—¿Estás bien? —preguntó Alex, que estaba sentado a mi lado.
—Me tengo que ir. Es Colyn. Tiene fiebre. No me contesta Cody…
Él se paró enseguida.
—Te llevo. Vamos.
—No, no quiero molestarte —dije, aunque ya tenía la mochila al hombro y el corazón en la garganta.
—No me molesta —sonrió—. Vamos.
Llegamos en menos de quince minutos.
Colyn estaba en una sillita con una mantita, con los ojos brillosos, la nariz un poco roja y su dinosaurio medio colgando de su manita.
—Mami… —dijo apenas me vio, y se aferró a mí en cuanto lo alcé.
—Shh, ya, mi amor. Mamá está aquí.
Acaricié su espalda mientras él se acurrucaba en mi pecho, calladito, solo soltando algún sollozo bajito de vez en cuando.
—¿Qué te dijo la pediatra la última vez que se resfrió? —preguntó Alex, ya en el carro.
—Reposo, líquidos, y que si le subía la fiebre le diera el jarabe... Gracias por traerme, de verdad. No sé qué hubiera hecho sin ti.
—Para eso estamos los amigos —dijo él, con una sonrisa amable.
Miró a Colyn, que dormía en mis brazos con el dedito en la boca.
—¿Ese es tu clon o qué? —bromeó—. Se parece bastante a ti.
Reí, besando la frente de mi hijo.
—Muchos dicen que es igualito a Cody.
—Tal vez… —dijo Alex, sin dejar de sonreír—. Pero yo le veo los ojos tuyos.
Lo miré, sorprendida por el tono suave con que lo dijo.
—Gracias —susurré.
Nos quedamos en silencio por unos segundos, mientras el auto seguía su camino.
Editado: 11.07.2025