Narrador Anny
La sala quedó en silencio.
Cody seguía temblando. Su madre estaba frente a él, todavía impactada por la forma en que su hijo le había hablado.
Yo también lo estaba. Sabía que Cody no había sanado esa herida con ella… pero nunca pensé que sería tan frío.
—Amor… —susurré.
Su madre me miró.
—Anny, es un placer conocerte —dijo, dando un paso hacia mí.
Pero no pudo llegar. Cody se interpuso como un muro.
—Ni te atrevas, mamá. No te acerques a mi familia.
Creo que ese fue el límite para ella.
—¡Cody Montealva! —alzando la voz—. ¡Suficiente! Soy tu madre y me debes respeto. ¿Crees que porque tu padre te dejó aquí, frente a su fortuna, tienes derecho a hablarme como quieras?
Quise acercarme para evitar que la situación escalara, pero Cody fue más rápido.
—Ni se te ocurra creer —su voz temblaba, pero era firme— que porque me trajiste al mundo te debo algo.
Una madre es quien cuida y protege a su hijo… no quien lo abandona. Tú ni siquiera deberías llamarte madre.
Cody no pudo seguir.
Su madre levantó la mano tan rápido que apenas lo vi… y la bofetada resonó en toda la sala.
—Ojalá un día entiendas —escupió, con la voz temblando de rabia— que no todo en la vida es como tú crees… y que yo también tuve que elegir.
Sus palabras fueron como otra bofetada, pero esta vez, directa al corazón.
De inmediato, Cody tomó mi mano y me guió hacia la salida. Un par de reporteros intentaban acercarse, pero los mismos hombres que habían aparecido en el hospital abrieron paso con firmeza. En cuestión de segundos, estábamos dentro del auto.
Los hombres subieron y el vehículo arrancó. Cody habló con voz seca:
—No la quiero cerca de mi casa.
Abrí la boca para decirle algo, pero fue el más joven de los hombres quien respondió desde el asiento delantero:
—Sí, señor. Hoy mismo se empezarán los cambios.
“¿Qué cambios?”, pensé, sintiendo un nudo en el estómago. Cody no me explicó nada. Solo podía ver su rostro enrojecido, marcado por el golpe que le había dado su madre.
—Vamos a casa de mis suegros —ordenó.
El chofer asintió y, minutos después, nos detuvimos frente a la casa de mis padres. Los hombres bajaron primero para abrir la puerta, colocándose como escoltas en la entrada. Cody apretó mi mano y bajamos juntos.
Mi madre vino directo a abrazarme, luego abrazó también a Cody. El grito emocionado de Colyn se escuchó mientras estaba en brazos de mi padre.
—¡Papiii! —balbuceó, estirando sus brazos hacia Cody.
—Hola, campeón —lo abrazó con fuerza—. “Rawr, rawr”.
Colyn soltó una risita y repitió como pudo:
—Raaawr.
En el auto, lo miré y le susurré:
—Está en el auto, amor —dije, tomándolo en brazos.
Colyn aplaudió.
—¿Se quedan para la cena? —preguntó mi padre con una sonrisa.
—Perdón, papá, pero otro día… —respondí, bajando la mirada—. Todavía estamos con…
—Entendemos, cariño —intervino mi madre con dulzura. Luego se agachó para despedirse de Colyn—. Chao, mi consentido, la abuelita te ama.
Colyn soltó una risita mientras mi madre le hacía cosquillas.
—A-bueee —balbuceó, entre carcajadas, dándole besos sonoros en la mejilla.
Entonces mi padre lo tomó en brazos, lo alzó alto y él soltó un gritito alegre. Mi padre lo besó en la mejilla, y vi cómo Cody tragaba saliva. Sabía lo que estaba pensando:
Colyn ya no recibiría ese mismo trato por parte de su abuelo paterno. Y ese vacío… dolía.
Llegar a casa fue como un suspiro de alivio despues de todo el desastre del dia.
Colyn empezó a correr por la sala gritando:
—¡Echeee! —mientras corría con su dinosaurio de juguete.
Cody se dejó caer en el sofá, agotado.
—¿Pizza, pizza? —empezó a decir Colyn emocionado mientras se acercaba a mí.
—¿Quieres pizza? —le pregunté mientras buscaba mi teléfono en el bolso.
Colyn gritó feliz y corrió hacia los brazos de su papá.
Cody lo tomó y lo acomodó en el sofá, poniéndole una caricatura en la televisión.
—A ver, enano, voy a terminar unos documentos. Tú a ver a Dino mientras llega la pizza —le dijo Cody, sacando papeles de su maletín.
Colyn asintió moviendo la cabecita.
Pedí la pizza y me senté junto a mi pequeñín.
—Mami, pizza —dijo con voz dulce.
—Sí, amor, ya la pedí.
Llamé a Cody.
—Ah —respondió sin mirarme, concentrado, firmando papeles.
—¿Qué cambios? —pregunté con cautela.
Él suspiró y cerró los ojos.
—A partir de mañana, mi papá ya no será más el CEO de las empresas Montealva.
Lo entendí rápido.
Editado: 16.09.2025