Narrado por Anny
Estiré mi mano buscando su calor, pero su lado de la cama estaba vacío. Me incorporé lentamente. Nuestra ropa seguía esparcida por el suelo, recordándome la noche anterior. Miré el reloj de la mesita: 3:50 a.m.
Me puse mis bragas y me enfundé en la camisa de Cody, que me quedaba grande y tibia. Caminé descalza por el pasillo, y al empujar la puerta del cuarto de Colyn, los encontré.
Cody estaba dormido en la enorme alfombra, abrazando a nuestro hijo como si de eso dependiera su vida. Sonreí con ternura y me agaché, acariciando el cabello suave de mi bebé. Con cuidado, lo tomé de los brazos de su padre y lo acosté en su cuna.
Sentí a Cody moverse detrás de mí, y sus manos rodearon mi cintura.
—Te amo —susurró contra mi cuello.
Sonreí. Sabía que se estaba aferrando a Colyn para no derrumbarse. Me giré, le di un beso rápido y entrelacé mis dedos con los suyos.
—Vamos… tengo frío.
Cuando íbamos saliendo de la habitación, el timbre sonó. Ambos nos tensamos. Desde que Luis y José se encargaban de la seguridad, casi nadie usaba el timbre.
—Toma a Colyn y entra a nuestra habitación. Yo me encargo —dijo Cody.
Pero me aferré a su mano.
—¿Estás loco? No te mueves de aquí. Vamos juntos. No te hagas el valiente.
—Anny… —empezó, pero la voz de Luis lo interrumpió desde el pasillo.
—Señor Montealva… —
Ambos dimos un salto.
—¿Qué? —gruñó Cody.
—Perdón, señor, pero… la misma mujer está aquí.
—¿A esta hora? —pregunté yo.
—Dice que es importante, y no se irá hasta hablar con usted.
Cody se pasó las manos por la cara.
—Hazla pasar.
Luis se fue, y antes de que Cody pudiera decir algo, fui yo quien bajó las escaleras primero.
Allí, en nuestra sala, estaba una joven de unos veinte años. Llevaba un traje impecable, demasiado profesional para ser las cuatro de la mañana. Su postura era recta, y su mirada… fría.
—Buenos días —dijo con voz firme—. Necesito hablar con usted, señor Montealva. Urgente.
La observé unos segundos. No reconocí su rostro, pero algo en mi interior me gritaba que esta mujer iba a cambiarlo todo.
—¿Quién eres? —pregunté antes de que Cody respondiera.
Ella miró a Cody como si buscara su aprobación.
—Mi nombre es Renata. Trabajo en la empresa Montealva. Y esto no puede esperar más.
—Habla —dijo Cody con voz firme.
—Si no lo hace ahora… puede perderlo todo.
—¿Perder qué? —preguntó él.
—La empresa. Las acciones. La dirección. Hay movimientos para tomar el control, aprovechando que usted está vulnerable por la muerte de su padre.
—¿Y quién eres tú exactamente? —interrumpí, sin suavizar la voz.
—Fui asistente personal del señor Montealva los últimos dos años. Él confiaba en mí… —tragó saliva—. Y Cody era lo más importante para él. Antes de fallecer, me dejó instrucciones para este momento.
Cody frunció el ceño.
—La secretaria de mi padre es Anna.
—Sí. Anna sigue siendo su secretaria, pero… yo tenía otra función. Él me pidió que, llegado el momento, yo le entregara todo lo necesario para que asumiera el control inmediato.
La miré con creciente desconfianza. Estaba en mi casa, a las 4:00 a.m., con mi esposo sin camisa y yo apenas cubierta con su camisa… y esa mirada suya, helada, no me gustaba ni un poco.
Renata extendió sobre la mesa carpetas, documentos y correos.
—Al morir el señor Montealva, el 60% de las acciones pasa legalmente a usted —dijo mirando a Cody—. Pero hay cláusulas que permiten a otros socios cuestionar la sucesión si no se presenta en 48 horas a la próxima reunión directiva.
—¿Y qué pasa si no voy? —preguntó Cody.
—Pierde todo. La dirección, el control… el Imperio que su padre construyó.
—Mi padre solo tiene 48 horas de haber sido enterrado… —dijo Cody con voz rota—. ¿Es mucho pedir quedarme unos días con mi esposa y mi hijo antes de ese caos?
—Y tienes todo el derecho —añadí yo, mirándolo con apoyo.
Pero Renata clavó sus ojos en él, sin dejar espacio para réplica.
—Lo entiendo… pero si no tomas el control ahora, dejarás que todo lo que tu padre construyó caiga en manos de personas que nunca lo respetaron. ¿Estás dispuesto a que todo por lo que él luchó se pierda?
Sentí que algo más que sus palabras envenenaba el ambiente.
Renata sonrió apenas, con un matiz que no supe descifrar, y mientras recogía un par de papeles dijo:
—Su padre siempre me decía que, cuando llegara este momento, yo sería la única persona en la que usted podría confiar… pase lo que pase.
Su mirada se sostuvo demasiado tiempo en Cody, como si compartieran un secreto que yo no conocía.
Editado: 16.09.2025