Narrado por Anny
Eran las 7:45 de la mañana.
Colyn dormía en mi cama.
Anoche me encerré en mi cuarto con mi hijo, cerré la puerta con llave y no dejé que nadie nos molestara.
Estaba dolida. Molesta. Frustrada. Rabiosa.
No supe si Cody llegó a dormir o no.
Me incliné, le di un beso a mi pequeño y fui al baño.
Me di una ducha rápida, me vestí y bajé.
La casa olía a café recién hecho.
Cuando llegué al comedor, mi cuerpo se tensó.
Todo estaba servido.
Pero no era un desayuno familiar.
No eran nuestras risas ni nuestras tostadas quemadas.
Era algo… de hotel.
Platos blancos alineados con cubiertos brillantes.
Jugo recién exprimido.
Frutas cortadas en cubos perfectos.
Pan caliente.
Mantequilla decorada con una ramita de perejil.
Y el café… en una taza que no era mía.
—Buenos días, señora Montealva —dijeron dos voces al mismo tiempo.
Me giré. Dos chicas con uniforme claro se acercaban con una sonrisa neutra.
—¿Desea algo más? ¿Huevos, tal vez? ¿O prefiere desayunar en el jardín hoy?
—¿En el jardín?
—Sí, se ha preparado un espacio para que usted y el niño disfruten del sol matutino.
No respondí.
Caminé por la casa.
La sala estaba impecable.
Sin juguetes.
Sin mantas arrugadas.
Sin los cojines torcidos donde Colyn saltaba riendo mientras yo le pedía que bajara.
Todo estaba… limpio.
Ordenado.
Frío.
Paredes recién pintadas.
Cortinas nuevas.
Cámaras discretas en las esquinas.
Un florero que nunca puse yo.
Un sillón que antes no existía.
—Buenos días, señora Montealva.
Fernando apareció en el pasillo hablando por un comunicador.
—El nuevo sistema de seguridad ya está activo. Cámaras enlazadas al móvil del señor, sensores de movimiento… No tendrá de qué preocuparse.
De qué…
—En la cocina encontrará a Carmen para coordinar el almuerzo. Y recuerde: el lunes a las 8:00 a.m. estará el nuevo chófer para llevarla a la universidad. Ya está agendado.
Agendado.
Mi vida.
Mi casa.
Todo… agendado.
No sé si fue el café sin alma, ver a Colyn asustado la noche anterior, o simplemente que me cansé de que todos pasaran por encima de mí.
Llamé a Fernando.
—Dígale al chófer que saldremos en diez minutos.
Subí las escaleras.
Sofía, la niñera, preparó el bolso de Colyn.
Lo bañé, lo vestí, le di su dragón favorito.
Primera parada: casa de mis padres.
No hablé mucho. Mamá se quedó con Colyn.
Segunda parada: empresa Montealva.
Apenas llegamos… el caos.
Reporteros.
Micrófonos.
Flashazos.
—¡¿Señora Montealva, es cierto que no vive con el señor Cody?!
—¡¿Está separada?!
—¡¿Él vive con otra mujer?!
—¡¿Dónde está el nuevo heredero?!
Fernando me cubrió con su chaqueta y me abrió paso.
El edificio era imponente.
Cristales.
Pisos brillantes.
Puertas que se abrían solas.
El logo Montealva en todas partes.
Era mi primera vez allí.
Y no me sentía bienvenida.
Una recepcionista rubia, impecable, me miró desde el escritorio.
—Buenos días, ¿puedo ayudarla?
—Necesito hablar con el señor Cody Montealva.
—¿Tiene cita?
—No. Soy su esposa.
—Sin cita es imposible —dijo, con una sonrisa falsa.
—¿Perdón?
—Le pido que se retire.
—No me voy hasta hablar con él.
—Señora, no haga una escena.
—¿Una escena? Solo estoy—
—¡Seguridad!
Un guardia alto y corpulento se acercó a pasos firmes.
—Debe acompañarme afuera —ordenó, con voz dura.
—¡No me toques! ¡Solo quiero hablar con mi esposo!
Pero no me escuchó.
Me agarró por la cintura con fuerza, como si quisiera arrastrarme fuera.
—¡Suélteme!
En ese instante, Fernando apareció de la nada y lo empujó con fuerza.
—Quítale las manos de encima a la señora —gruñó, poniéndose entre nosotros.
—Retrocede o te saco a ti también —respondió el guardia, acercándose.
El tono subió.
Otro hombre de seguridad del edificio se acercó rápidamente y se puso al lado del primero.
Ahora eran dos contra Fernando.
—Te lo advierto… —Fernando ya tenía la mano baja su caqueta —. Da un paso más y te vas a arrepentir.
Los tres hombres se miraban como animales listos para saltar.
Sentía que, si alguien respiraba demasiado fuerte, iba a estallar una pelea allí mismo.
Los empleados miraban desde sus escritorios, algunos grabando con el teléfono.
Todo era un caos.
Y entonces…
—¡¿Qué carajos está pasando aquí?!
El silencio se hizo.
Cody.
Traje negro.
Cabello desordenado.
Ojeras marcadas.
Mirada furiosa.
Sus pasos resonaron en el vestíbulo mientras su mirada pasaba del guardia a Fernando, y de Fernando a mí.
—¿Alguien me quiere explicar por qué mi esposa está detrás de mi guardaespaldas como si fuera una intrusa? —su voz heló el aire.
—Señor, yo no sabía…
—¿Tú no sabías? —miró a la recepcionista—. ¿Desde cuándo mi esposa necesita cita para verme?
Nadie respondió.
Cody dio un paso hacia mí, más calmado en apariencia, pero con la mandíbula tensa.
—Anny… ¿qué haces aquí?
Lo miré, sin bajar la voz:
—Eso mismo me pregunto yo, Cody… ¿qué hago aquí?
Editado: 16.09.2025