Narrado por Anny
Estábamos tirados en el sofá de su oficina.
Mi cabeza descansaba sobre su pecho desnudo.
Su mano acariciaba lentamente mi espalda, como si ese simple gesto pudiera mantener todo en equilibrio.
Su respiración era calma. La mía, aún acelerada, comenzaba a encontrar un ritmo.
Por un instante, creí que podríamos quedarnos así para siempre. Pero la realidad golpeó.
—¿Dónde está Colyn? —su voz fue firme, tensa.
Mi cuerpo se tensó, levanté la mirada, aún desnuda, aún envuelta en ese calor que él me daba, pero ya no era lo mismo.
—¿Por qué no vas tú y lo ves con tus propios ojos? —respondí, la voz un poco áspera—. Así te aseguras de que está bien.
Cerró los ojos con fuerza y exhaló un largo suspiro.
—Anny...
—¿Qué? ¿Colyn también tendrá que pedir cita para ver a su papá?
¿Agendar una reunión con tu secretaria?
Él bajó la cabeza, y yo aproveché para poner distancia.
—Anny eso no va a volver a pasar. Te lo juro. Me voy a encargar de—
—¿De qué te vas a encargar exactamente?
¿De decirle a Renata que pase mis llamadas?
Me levanté.
—Estoy haciendo todo esto por nuestra familia, Anny —dijo con voz tensa—. Para que estén bien, para que no falte nada. Para que nadie pueda ponerles un dedo encima. ¿Lo entiendes?
—No, no lo entiendo —le dije firme, cruzando los brazos—. Porque eso no te da derecho a desaparecer.
A convertir mi casa en un hotel, mi vida en una empresa, y a mí en una extraña.
¡No somos tus empleados, Cody!
Se levantó, los músculos tensos.
—¡Estoy tomando decisiones, maldita sea!
¡Estoy cargando con todo esto!
La empresa, los escándalos, las amenazas. ¿Crees que es fácil?
—¡Dijiste que siempre me ibas a apoyar!
¡Que íbamos a ser un equipo!
Pero lo que hiciste fue encerrarte en un mundo donde yo no tengo voz.
Yo no aprobé alarmas, ni cámaras, ni empleados extraños corriendo por mi casa.
¿Sabes lo que fue ver a un tipo que no conozco tocando a mi hijo para ponerle un "chip de seguridad"?
—¿Qué querías que hiciera, Anny?
¿Dejar que los destrocen como están haciéndolo conmigo?
¿Que dañen a mi familia?
—¡No!
¡Quería que me miraras a los ojos y me dijeras lo que estaba pasando!
¡Que me tomaras la mano y me dijeras que tenías miedo también!
¡Que no sabías cómo manejarlo!
Pero no... tú lo manejaste a tu manera, como Cody Montealva, CEO del maldito universo.
No como Cody... el papá de Colyn. Mi Cody.
El silencio cayó como una losa pesada.
Él se pasó la mano por el rostro, frustrado, respirando agitadamente.
—Anny, estoy tratando... —empezó, la voz quebrada—. No he estado bien desde que todo esto empezó.
Siento que todo se me va de las manos. Que si me detengo... todo se cae.
Y no puedo permitir que eso pase.
Mi corazón se quebró un poco más.
—¿Y qué se supone que hagamos Colyn y yo mientras tanto?
¿Esperarte con la cena servida? ¿Mandarte cartas?
—No... —se acercó, me tomó de los brazos—.
Se supone que confíen en mí. Que entiendan que estoy intentando.
Que me estoy rompiendo para que ustedes no tengan que hacerlo.
—Te estás rompiendo solo, Cody.
Y a nosotros nos estás dejando atrás.
Lo miré a los ojos, buscando al hombre que conocí, no al titán del imperio que tenía frente a mí.
—Yo no quiero lujos —susurré—.
Quiero a mi familia.
Quiero que Colyn te vea entrar por la puerta y sonría.
Quiero ver tu mochila tirada, tu camisa mal puesta, tus abrazos sin reloj.
Él asintió, con una expresión de dolor y determinación.
—Voy a volver, Anny.
Te lo prometo.
A ti. A mi casa. A mi hijo.
—Más te vale, Montealva —dije, con la voz temblorosa—.
Porque la próxima vez que una mujer me diga que no tengo permiso para ver a mi esposo...
No responderé con palabras.
Una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
Se acercó, rozó mi mejilla con los nudillos, y por un instante sentí que todo el peso de sus días caía en ese roce.
Quería quedarse ahí. Yo también.
Pero entonces, tres golpes suaves sonaron en la puerta.
Toc. Toc. Toc.
—Señor —la voz de Renata traspasó el silencio como una aguja—.
Perdón, pero lo están esperando en sala 2.
Ya son más de diez minutos de retraso.
Suspiré, cerré los ojos.
¿Esa mujer no tiene vida o que?
Sentí la frente de Cody apoyarse contra la mía.
Sus dedos apretaron los míos.
—Cerebrito... —susurró, casi sin voz—. Solo confía en mí, ¿sí?
No respondí.
No porque no quisiera...
Sino porque no sabía cómo volver a confiar cuando todo estaba girando tan rápido.
Pero no solté su mano.
Nos vestimos en silencio, pero era un silencio distinto...
No era el de la distancia, sino el de lo que cuesta soltar después de haberse reencontrado.
Él abrochó su camisa.
Yo recogí mi cabello.
Y justo cuando estaba a punto de dar un paso hacia la puerta, Cody me tomó por la cintura.
Con fuerza. Con necesidad. Con esa urgencia que no se dice, se siente.
—Te amo, Anny —susurró cerca de mis labios.
Lo besé.
Corto, pero intenso.
Como si necesitara recordar el sabor de su boca para no quebrarme más tarde.
Renata carraspeó.
En serio, parecía tener un radar especial para esos momentos.
—Señora Montealva —dijo con tono educado pero seco—, el chófer la espera.
Asentí.
Miré a Cody, buscando una señal, una promesa, algo más.
—Te veré en casa —dije. O tal vez lo pregunté. No lo sé.
Renata abrió la boca para hablar, pero Cody fue más rápido.
—Allí estaré.
Sonreí. Pequeño. Real. Suficiente.
Editado: 16.09.2025