Nuestro Futuro. ¿embaraza? La Nerd

Capitulo 32: La gran Señora Motealva.

El sol entraba suave por la ventana. Abrí los ojos esperando, como tantas mañanas, el vacío que me oprimía el pecho. Pero esta vez fue distinto. No fue tristeza lo primero que sentí.

La cama estaba vacía, sí, pero sobre la encimera descansaba una rosa roja. Y al lado, una nota con esa caligrafía que conozco de memoria:

"Disculpa por no estar cuando despiertes.
Te amo.
—Cody."

No pude evitar sonreír. Fue pequeña, tímida… pero genuina. De esas sonrisas que nacen cuando algo roto dentro de ti empieza, poco a poco, a sanar.

Después de ir al baño, pasé directo al cuarto de Colyn. Lo encontré en el suelo, rodeado de peluches y bloques, riendo a carcajadas. Su niñera lo observaba mientras él jugaba sin preocuparse por nada.

—Buenos días, mi amor —le dije, agachándome para tomarlo en brazos.

Él me abrazó con esa fuerza inocente que siempre consigue recomponerme. La niñera se retiró y nos dejó a solas.

—Mami… eche… galletas, ¿papá? —balbuceó, con sus ojitos llenos de ilusión.

—Sí, vamos a ir con papá y comemos leche y galletas —le prometí.

Colyn aplaudió, abrazando a su dinosaurio de peluche.

Desayunamos juntos en la habitación, él en su sillita y yo en el sofá junto a la ventana. Entre papas fritas y voces tontas para hacerlo reír, sentí que la vida aún me daba momentos de luz. No pensé en fotos ni titulares. Solo en él. En lo fuerte que había sido para seguir adelante.

Cuando terminé, marqué a Fernando.

—¿Sí, señora Montealva?

—Pídale al chófer que prepare el coche. Saldremos en media hora a las empresas.

—¿Va usted sola?

—No. Voy con Colyn. Y Fernando… asegúrese de que nos reciban como se recibe a la esposa del CEO. ¿Entendido?

Hubo un silencio breve al otro lado, como si incluso él sintiera la diferencia en mi tono.

—Por supuesto, señora.

El auto se detuvo frente al edificio Montealva. Apenas bajé, noté las miradas. Algunas de sorpresa, otras cargadas de descaro. Los murmullos serpenteaban como humo por los pasillos.

No me detuve. Caminé con Colyn en brazos, la frente en alto. Porque yo era la ESPOSA del CEO. La madre de su hijo. Y la mujer que se había reconstruido de sus propias cenizas.

Subí directo al piso ejecutivo. Allí estaba Renata, esperándome como un perro guardián.

—Buenas tardes, señora Montealva —dijo con voz neutra, aunque sus ojos tensos la delataban. Sé perfectamente lo que busca. Mi esposo. Mi familia. Cree que puede sacudirnos, dividirnos. Pobrecita. Que sueñe.

—Buenas tardes. ¿Mi esposo? —pregunté con calma.

—Está en una reunión.

—Perfecto. Lo esperaremos adentro. ¿Podría pedir galletas y leche? Ah, y que no nos molesten.

—Señora Montealva… el señor está ocupado… es…

No terminé de escuchar. Ya había abierto la puerta de su oficina.

Entré con paso firme, sin pedir permiso. Dejé a Colyn en la alfombra frente al sofá y me senté como si ese espacio siempre me hubiera pertenecido. Mi hijo corrió hacia los carritos que Cody le tenía guardados y comenzó a jugar feliz. Yo lo miraba tranquila, como si todos los días grises hubieran quedado afuera de esas paredes.

Treinta minutos después, la puerta se abrió.

Cody entró, quitándose el saco mientras revisaba su teléfono. Pero antes de que pudiera pronunciar palabra, una vocecita lo desarmó:

—¡Papá! —gritó Colyn, corriendo torpemente hacia él.

Cody levantó la mirada y se congeló al vernos. El celular cayó a un lado mientras se agachaba para recibirlo en sus brazos. Lo abrazó fuerte, con una sonrisa que no pudo contener.

Y entonces alzó los ojos hacia mí. Y en esa mirada entendí que lo había hecho: había cruzado a su mundo. A su empresa. A su terreno. Con nuestro hijo en brazos. Con la frente en alto.

A él.

Cody cerró la puerta tras de sí, dejó el teléfono a un lado —en silencio, como si me prometiera que nada importaba más— y caminó hacia nosotros.

—¿Pidieron algo para comer? —preguntó, mientras Colyn lo jalaba de la mano.

—Echeee —rió Colyn.

—No quería interrumpir tu día —le dije con serenidad—. Solo… él te extraña.

Nuestros ojos se encontraron un instante más de lo necesario. Pude sentir su sorpresa, su alivio, y esa chispa que había estado apagada en los últimos días.

—Gracias por venir —murmuró, con voz grave—. No sabes lo feliz que me hace verte aquí… verlos aquí.

Y yo sonreí, porque esa era mi victoria. No contra Renata. No contra los murmullos. Sino contra mis propios miedos.

La leche y las galletas llegaron poco después, traídas por una Renata que, aunque intentó disimular, no pudo ocultar del todo su incomodidad.

—Permiso, señores —dijo, dejando la bandeja en la mesa de Cody—. Señor, tiene…

—Cancela todo lo que tenga para la hora de almuerzo —la interrumpió Cody con voz firme, mirándome de reojo—. Comeré con mi familia.

—Cerebrito, ¿quieres…? —me preguntó con una media sonrisa.

—Sí, pero me gustaría comer mejor aquí… ¿te molesta? —respondí con mi mejor cara de ángel. Esa Renata iba a sufrir por atreverse a meterse con mi familia.

—Todo lo que quieras, amor.

—Renata, por favor, consigue algo ligero: ensaladas frescas, pastas suaves, jugo natural… Ah, y unas fresas con crema y chocolate.

—Enseguida, señora.

Renata ya iba a salir cuando volví a llamarla:

—¡Ah, Renata!

Ella se detuvo en seco.
—Sí, señora.

—Que las fresas tengan chispas de chocolate.

La miré con una sonrisa tranquila, mientras Cody me observaba divertido, evaluándome en silencio con esa expresión que decía que me encontraba encantadora.

—¿Algo más? —preguntó él, arqueando una ceja.

—Sí, antes que se me olvide. Renata, notifica en la casa que cancelen la cena de esta noche. Pasaré el día entero con mi esposo y con mi hijo. Gracias.



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En el texto hay: humor, romance, adultos

Editado: 16.09.2025

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