Nuestro Futuro. ¿embaraza? La Nerd

Capitulo 33: La gran señora Montealva parte: 2

Comimos tranquilos, como una familia. Cody se quitó la chaqueta, arremangó la camisa y se sentó en el suelo junto a Colyn para darle de comer.

—Este niño ya come más que yo —bromeó, mientras mi pequeño reía con la boca llena de pasta.

Me quedé mirándolos desde el sillón. Sentía el corazón latirme con una mezcla de calma y nostalgia. Jamás pensé que algo tan simple como un almuerzo en una oficina pudiera parecerme tan… perfecto.

Cody levantó la mirada y me sostuvo un instante, como si quisiera grabarme en su memoria. Luego extendió su mano hacia mí.

—Gracias por estar aquí. Gracias por luchar cada día.

Me acerqué, y Colyn, feliz, aplaudió, acomodándose entre los dos.

—¿Sabes qué creo? —susurró Cody, acariciando la cabecita de nuestro hijo.

—¿Qué?

—Que podemos hacerlo bien esta vez. A nuestra manera.

Lo miré sin responder enseguida. En mis ojos ya no había tormenta, solo un atardecer tranquilo.

—Vamos despacio, Cody.

—Tan lento como tú quieras, mi cerebrito.

Nos quedamos así, los tres en el suelo, compartiendo bocado tras bocado. Colyn se reía por cualquier cosa y Cody hacía voces tontas para entretenerlo. Yo misma terminé riendo más de una vez, sin darme cuenta.

Y por primera vez en mucho tiempo, el despacho del CEO de Montealva no fue un lugar de presión ni de estrategias. Fue un hogar improvisado.
Un hogar con forma de alfombra, aroma a comida sencilla y sonido de carcajadas infantiles.

Después del almuerzo, Cody salió a cerrar un proyecto. Yo me quedé con un libro en el sofá. Colyn se durmió pronto, y lo acomodé en la cuna portátil. Disfruté ese instante de paz, incluso allí, en una oficina. Renata pasó varias veces, con ojos que destilaban desagrado, pero no me inmuté.

Cuando Cody volvió, lo primero que hizo fue buscarme con la mirada.

—¿Cómo te fue? —le pregunté, cerrando mi libro.

—Lo logré cerrar —respondió con una sonrisa cansada.

Nos tomamos de las manos, mirándonos frente a frente.

—Cody, tenemos que hablar…

—Lo sé —dijo él, acariciándome la mejilla—. Pero me gustaría hacerlo en nuestra casa. En nuestra cama. En nuestro cuarto.

Sentí el calor subirme a las mejillas.

—Me gusta esa idea.

Un golpe en la puerta nos interrumpió.

—Señor, disculpe… los papeles que tiene que firmar para la siguiente reunión.

Renata entró sonriendo, como si disfrutara el momento. Casi parecía convencida de haber ganado algo. Yo la fulminé con la mirada, pero guardé silencio.

Cuando salió, Cody se acercó al escritorio. Entre las carpetas habituales había un sobre amarillo que destacaba demasiado.

Vi cómo fruncía el ceño. Me acerqué y lo abrió.

Dentro estaban, otra vez, los pasajes. Esta vez a nombre de Alex. Y un segundo documento: la compra de una casa que supuestamente yo había hecho.

—¿Pero qué es esto? —arranqué el papel de sus manos, sintiendo la rabia crecer.

Cody me miraba, con demasiadas emociones cruzando sus ojos.

—Cody, esto no es verdad.

Él guardó silencio unos segundos, respirando hondo.

—No… no lo es.

Lo miré incrédula, temiendo que dudara de mí. Pero sus palabras fueron distintas.

—Anny, ya cometí suficientes errores y no pienso seguir igual. Vamos a hablar de todo esto, pero quiero que sepas algo: te creo. Sé que esos vuelos no los compraste tú. Pero necesito que…

—¿Que? —pregunté, acercándome más.

—Solo que me cuentes todo. ¿Está bien?

Apreté su mano con fuerza, con la seguridad de que no iba a perderlo esta vez.

—Te lo prometo, Cody. Te contaré todo.

Cody terminó de firmar todos los documentos mientras yo lo observaba en su forma de CEO de una empresa. Y, ¿para qué voy a engañarme? Se veía demasiado comestible…

—Después de esta reunión podremos irnos a casa —me dijo, dándome un beso rápido en la frente.

Después de una hora jugando con Colyn, Cody entró. Se notaba agotado. Se acomodó en el amplio sofá junto a la pared, aflojó su corbata, se quitó los zapatos y soltó un suspiro largo, casi silencioso.

Yo, que estaba en el suelo tirada con Colyn, no tardé en acercarme. Me dejé caer con cuidado sobre él, acomodando mi cuerpo sobre el suyo, la cabeza sobre su pecho, justo donde podía escuchar su corazón.

—¿Te molesto así? —murmuré en voz baja, acariciando la tela de su camisa.

—Tú jamás me molestas —me respondió, rodeándome con los brazos y besando mi frente—. Tú me calmas.

Colyn, como si supiera que ese momento también le pertenecía, trepó sobre nosotros con su torpeza adorable. Se acomodó justo encima, entre los dos, y soltó un gritito feliz.

—Cielos, este niño se cree el rey —dijo Cody riendo, abrazándolo también.

Lo miré con ternura y respondí:

—Es el príncipe... tú eres el rey, y yo...

—Tú eres la reina de todo esto —terminó él, rozando su nariz con la mía.

Sonreí. Una sonrisa verdadera. De esas que nacen desde el alma. Cerré los ojos un momento, escuchando el sonido del corazón de Cody, sintiendo la calidez del pequeño cuerpo de mi hijo sobre nosotros, y pensé:

Esto. Esto es lo que quiero. Lo que siempre quise.

—¿En qué piensas? —preguntó él.

—En que estoy justo donde debo estar —susurré.

Cody bajó la mirada. Sus ojos brillaban, no por lágrimas, sino por esa gratitud sagrada de quien sabe que, a pesar de lo roto, lo perdido y lo complicado… ahí estábamos.

—Yo también, cerebrito. Yo también.

Y en esa pequeña montaña de abrazos, risas suaves y cuerpos enredados, la tarde se detuvo.

Porque el amor no siempre grita.
A veces solo… respira.



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En el texto hay: humor, romance, adultos

Editado: 16.09.2025

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