Narrador neutral
Colyn dormía tranquilo en su cuarto después de un baño tibio y un cuento de dinosaurios contado por su papá. Habían tardado en lograrlo; dormirlo había sido una pequeña batalla, pero al fin la paz reinaba en la casa. Pasaban de las diez y media de la noche. Todo estaba en silencio, excepto los corazones de Anny y Cody, que latían como si estuvieran a punto de cometer el mayor de los crímenes.
Ella estaba más nerviosa que aquella vez en que descubrió su embarazo y tuvo que enfrentarse a contárselo. Él temblaba, aunque lo disimulaba bien; por dentro, volvía a ser aquel chico de diecisiete años, aterrado cuando ella le confesó que esperaba un hijo suyo.
Ahora, mirándose, comprendían todo lo que habían recorrido para llegar hasta allí.
Cody fue el primero en hablar. Tomó las manos de Anny y se sentaron en esa cama que había sido testigo de tantas noches: de amor, de discusiones, de silencios.
—Perdóname… —susurró él con la voz rota—. Perdóname por haberte gritado, por todo lo que dije, por cómo me comporté. Perdóname por olvidar lo que realmente importa… a ti, a Colyn, a nuestra familia. Anny, a mí no me interesa ningún imperio, ningún apellido. Solo ustedes. Tú y nuestro hijo son lo único que me importa en esta vida.
Anny bajó la mirada, y él continuó, con lágrimas contenidas en los ojos.
—Sé que te hice llorar, que te lastimé cuando prometí protegerte. Abandoné este hogar cuando más me necesitabas. Pero quiero que entiendas algo: jamás, jamás pienses que te traicioné con Renata o con nadie más. Ella es solo mi secretaria, nada más. La única mujer que me ha importado en mi vida está aquí, frente a mí. He sido un idiota, un cobarde… pero no pienso perderlos. No después de todo lo que hemos pasado.
Su voz se quebró.
—Te amo, Cerebrito. Y tú… tú eres todo lo que necesito para seguir.
Hizo una pausa y sonrió con tristeza.
—Soy como una silla de hospital… incómodo, pero siempre a tu lado.
Anny recordó de inmediato ese momento en el hospital, cuando ambos apenas eran adolescentes asustados, luchando por la vida de su hijo. Lo que habían sufrido. Lo que habían vencido. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
Ella alzó una mano y acarició la mejilla de Cody.
—Mi amor… lo siento. Siento haberte gritado también.
—Tú no tienes que… —empezó él.
—Sí, Cody. Sí tengo que. Porque sé que la vida que llevas en esa empresa no es fácil. Porque llevaste demasiadas cargas tú solo. Y yo, en lugar de hablar contigo, en lugar de decirte cómo me sentía… me cerré. Te grité, te ignoré. Te hice daño.
Su voz temblaba, pero siguió adelante, porque era el momento de limpiar todas las heridas.
—Y quiero que me escuches. Esas fotos… son reales. Pero no lo que dicen. Sí, salí con Alex. Tomamos un café, charlamos. Pero nunca lo besé. Nunca e sentido nada en su cercania. Él solo fue un amigo, un confidente en un momento en que yo estaba perdida. Pero mi corazón… mi corazón siempre fue tuyo. Tú eres el único hombre al que he amado, Cody. El único.
Él cerró los ojos con fuerza, tragando un nudo.
—Alex nunca significó lo que tú significas para mí —continuó ella, con lágrimas rodándole por las mejillas—. Esos pasajes, esa supuesta huida… jamás. Yo no los compré. Nunca he pensado en dejarte. ¿Sabes por qué? No solo por Colyn, aunque lo adores y sé que él también te adora… sino por mí. Porque te amo. Porque eres mi amigo, mi esposo, mi amante… mi fuerza.
Cody no aguantó más. La abrazó con fuerza, como si quisiera fundirla contra su pecho.
—Anny… —susurró ahogado—. Tú me tienes a tus pies. Lo que quieras hacer, se hará. Tú tienes el arma para destruirme… pero también todas las piezas para armarme. Solo tú.
Ella se aferró más fuerte, temblando los dos, llorando los dos, hasta que el silencio de la noche se llenó de ese llanto compartido. Era un llanto de alivio, de duelo, de amor.
Por fin, después de todo, podían dejar atrás la tormenta.
Por fin, podían empezar a sonreír hacia el futuro.
Editado: 16.09.2025