Por primera vez en meses pude disfrutar del desayuno. Y no porque las chicas que cocinan lo hagan mal, al contrario: ellas son increíbles, cada mañana se empeñan en superar la anterior, y cada plato parece más lujoso que el anterior. Creo —aunque no estoy cien por ciento segura— que Fernando es quien vigila todo detrás de escena.
Colyn reía mientras Zoe lo mimaba, y esa imagen me llenaba el corazón. Había llegado hacía apenas cinco minutos y ya estábamos los tres en la mesa. Cody se había ido temprano a la empresa, no alcanzó a quedarse a desayunar, pero aún así pude disfrutarlo unos segundos antes de que ese bendito celular sonara y se lo llevara de nuevo.
—Anny... —la voz de Zoe me sacó de mis pensamientos—. Estás en las nubes, ¿qué ocurre? ¿Segura que estás bien?
Le sonreí con calma.
—Sí, tranquila. Solo que a veces extraño los desayunos sencillos... y a Cody en la mesa conmigo. Pero estamos trabajando en ello, poco a poco.
Antes de que Zoe pudiera responder, la voz firme de Fernando llenó la sala. Entró con la elegancia de siempre y saludó a Zoe con una leve inclinación de cabeza.
—Señorita Zoe, buenos días.
Luego me miró directamente.
—Señora, la madre del señor Montalva está aquí.
Sentí cómo mi cuerpo se congelaba.
—No quiero ver a esa mujer —escapó de mis labios, más brusco de lo que esperaba.
Fernando asintió con discreción, pero continuó:
—Como usted ordene, señora. Sin embargo... hay un inconveniente. Sus padres están con ella en la reja.
—¿¡Qué!? —la palabra me salió como un grito.
—No les permitimos el paso a la propiedad, pero insiste en verla. Y sus padres han dejado claro que no avanzarán hasta que lo haga la señora Montalva.
Cerré los ojos, apretando las manos contra mis rodillas. ¿Es que no voy a tener un día de paz? pensé con amargura.
—¿Quiere que llame al señor? —preguntó Fernando con cautela.
Negué despacio.
—No. Cody debe estar ocupado... yo me ocuparé. Déjalos pasar.
Fernando asintió de nuevo y se dispuso a salir, pero lo detuve.
—Fernando.
Se giró con respeto.
—Sí, señora.
—Quiero que te quedes cerca de la madre de Cody.
—Con gusto —respondió, y se retiró.
Sentí a Zoe levantarse de su silla. Sus brazos me rodearon en un abrazo fuerte y silencioso.
—Estoy contigo —susurró contra mi oído.
Apreté los labios, luchando contra la presión en el pecho. Iba a necesitar cada gramo de fuerza para enfrentar lo que venía.
Fernando se encargó de hacer pasar a mis padres y, detrás de ellos, apareció la mujer que menos quería ver en este mundo: la madre de Cody.
Mi corazón me golpeaba en el pecho, quería gritar, quería decirles que se fueran todos, pero me quedé inmóvil.
Mis padres avanzaron sonrientes, y ella... ella como si nada, con esa elegancia que siempre arrastraba consigo.
—¡Anny, querida! —exclamó la señora Montalva con una calidez que nunca antes había usado conmigo. Me abrazó como si de verdad me hubiera esperado toda la vida—. ¡Por fin te veo! Qué guapa, qué radiante, y este hogar... es maravilloso.
Me quedé rígida en sus brazos. Si no estuvieran mis padres delante, habría dado un paso atrás de inmediato. Pero ahí estaban ellos, observando con ojos llenos de ilusión, como si al fin vieran en ella a la suegra perfecta.
—Señora Montalva —dijo mi madre, emocionada—, qué gusto conocerla. Habíamos escuchado tantas cosas buenas.
La mujer sonrió con perfección ensayada, casi podría jurar que lo había practicado frente a un espejo.
—Oh, por favor, no me llame así, dígame Mariana. Y qué alegría verlos aquí, la familia es lo más importante. Anny sabe que siempre puede contar conmigo, ¿verdad, querida?
Sentí una punzada en el estómago. ¿Contar con ella? Si hace unas semanas me había tendido una trampa vil, y ahora se disfrazaba de protectora frente a mis padres.
Me mordí la lengua antes de responder.
Mi padre intervino, encantado.
—Se nota que ha criado a Cody con buenos valores. Siempre hablamos de lo afortunados que somos de que Anny haya encontrado un hombre como él.
La sonrisa de ella se ensanchó más.
—Es que Anny es una joya. La primera vez que la vi, supe que era la indicada para mi hijo. Les juro que la quiero como a una hija.
Tuve que apretar los puños detrás de mi falda para no perder el control. Esa mujer mentía descaradamente, y mis padres estaban cayendo redondos en su juego.
Zoe, que estaba a un lado, me dio un leve apretón en el brazo, como diciéndome aguanta, respira.
Yo asentí en silencio, tragándome cada palabra que ardía en mi garganta. Si decía algo, sería yo la desubicada, la exagerada, la que arruinaba el reencuentro con mis padres.
La señora Mariana tomó de la mano a mi madre y la guio hacia el comedor con una dulzura repentina.
—Vamos, les mostraré la casa, quiero que se sientan como en la suya. Esta es la familia que siempre soñé para mi hijo, ¿no es así, Anny?
Su mirada se clavó en mí, retadora, detrás de esa sonrisa impecable.
Era un mensaje silencioso, solo para mí: este jueguito es mío querida.
Respiré hondo. La odiaba en ese instante, pero no podía hacer nada. No frente a mis padres.
Editado: 16.09.2025