El camino al restaurante era silencioso, aunque iba metida entre el pecho de Cody, y podía sentir cómo su respiración era un desastre, igual que la mía. Estábamos los dos nerviosos, y hablar sobre cualquier cosa parecía imposible. Sentí cómo el calor me subía a las mejillas al recordar aquella pequeña escena en el baño.
*
El baño estaba iluminado por luces cálidas que se reflejaban en el mármol, mientras el vapor del jacuzzi llenaba el aire con un aroma suave a vainilla. Yo ya estaba dentro, con el cabello recogido y la piel brillando bajo las burbujas. Al verlo aparecer en la puerta, sonreí con esa dulzura traviesa que solo él conocía.
—Cody... ven conmigo —lo llamé suavemente, extendiendo una mano mojada hacia él.
Él negó con la cabeza, dejándose caer contra el marco.
—No, Cerebrito. No pienso ir a esa cena. No hay forma de que me convenzas.
Reí bajito, divertida por su terquedad, y me acerqué despacio al borde de la bañera, el agua resbalando como un velo sobre mi piel.
—¿Seguro que no hay forma? —pregunté con voz suave, apoyando la barbilla en mis brazos, mirándolo con ternura—. Porque yo conozco un par de trucos...
Cody entrecerró los ojos, intentando mantenerse firme, pero la sonrisa le traicionó.
—Anny...
Me levanté y caminé hacia él con paso lento, envolviéndolo con el aroma cálido del baño. Me aferré a su cuello y lo besé, primero con suavidad, apenas un roce que parecía una caricia. Luego apoyé la frente contra la suya.
—Hazlo por mí... solo esta vez —murmuré, con una dulzura que derritió la última de sus defensas.
Él suspiró, dejándose llevar por el calor de mi abrazo, acariciándome la espalda aún húmeda.
—Maldición... sabes que contigo nunca puedo decir que no.
Sonreí contra sus labios y lo atraje suavemente hacia el agua.
—Entonces ven... —susurré, rozando mi boca con la suya—. Prometo que después de esa cena... la noche será solo tuya.
Cody rió entre dientes, rendido. Se deshizo de la camisa y me siguió al jacuzzi, hundiéndose junto a mí en las burbujas. Me envolvió entre sus brazos, besándome despacio, como si no existiera prisa.
—Está bien, Cerebrito... iré —concedio al fin, acariciándole la mejilla—. Pero solo porque lo pediste así.
Apoyé la cabeza en su hombro, cerrando los ojos, con el corazón lleno.
—Sabía que cederías... porque me amas.
Él sonrió y me abrazó más fuerte, besándome la frente.
—Te amo demasiado como para negarte algo.
*
Su voz me sacó de mis recuerdos. Levanté la cara y sus labios estaban tan cerca que picaban de deseo, y por un momento quise perderme en ellos otra vez. Tenerlo, volver a tenerlo en mi cama, en mi casa, en el baño... era un lujo que no pensaba perder.
Mis mejillas ardían, seguras de que el color rojo era evidente.
—¿Qué estás pensando? —me miró con picardía.
—Nada... —mentí, ocultándome más roja.
Él soltó una risita y se acercó, sus labios rozando los míos mientras hablaba.
—Recuerda... después de esta cena, toda la noche es MÍA.
Y entonces su beso se volvió profundo, intenso... pero fue interrumpido.
—Lo siento, señor, llegamos —dijo Salomón mientras estacionaba el carro.
Cody suspiró, y me aparté de su pecho, apretando su mano con la mía.
—Lista —me dijo.
—Lista —respondí, aunque por dentro temblaba.
El restaurante gritaba lujo. Cada detalle, desde la entrada hasta los manteles, parecía gritar riqueza y poder. Al decir nuestro apellido, nos dejaron pasar sin problema y nos condujeron a una mesa en una sección privada; todo estaba perfectamente colocado.
—Cody, mi niño... — la mamá de Cody ya estába en la mesa se paro intentado acercarse a su hijo para abrazarlo y besarlo, pero Cody dio un paso atrás.
Ella se detuvo, dibujando una sonrisa triste que rápidamente intentó disimular.
Antes de que pudiera saludarme, Cody me tomó por la cintura y me acercó a la mesa para tomar asiento. Mis padres aparecieron en ese momento y nos saludamos. Todos nos sentamos, y nos acercaron las cartas para elegir.
Un plato en este restaurante significaba demasiados ceros. Recordé mis estudios, mis becas y todo el esfuerzo que mis padres hicieron por darme una vida con ciertos lujos... pero nada comparado con esto.
—Anny, querida, te recomiendo la pasta con albóndigas. Es una delicia —dijo la madre de Cody, y Cody apretó la mandíbula sin decir nada.
Después de pedir la comida, mi padre habló:
—Cody, ¿cómo va el trabajo?
—Bien, señor García, adaptándome a la vida de empresario —respondió él.
—¿Empresario? —intervino la madre de Cody—. Hijo, tú eres un CEO, no puedes despreciarte así.
—Tu padre era un gran hombre, Cody, estoy segura de que estaría muy orgulloso de todo lo que has logrado —dije yo, mirando a mi esposo y sonriendo.
Cody sonrió, me dio un beso rapido en la mejilla y luego levantamos nuestras copas mientras la madre de Cody decía:
—Si, un gran hombre y un gran CEO. ¡Brindemos por él!
Hice un pequeño gesto bajo la mesa para que Cody brindara, aunque sé que no estaba del todo convencido.
La cena transcurría tranquila, demasiado, diría yo. Mis padres conversaban animadamente con la madre de Cody, y Cody hablaba con mi padre de vez en cuando.
De repente, una voz familiar rompió la calma:
—Buenas noches, disculpen el retraso.
Volteé y casi se me cae el tenedor de las manos.
Allí estaba Renata, parada junto a nuestra mesa, con un vestido rojo ceñido y elegante, el cabello ahora suelto en ondas sobre su espalda y maquillaje impecable. No podía negar que se veía bonita.
—¿Renata? —pregunté, sorprendida y un poco molesta.
—Señor Montelava, buenas noches —dijo con una sonrisa controlada, mirando directamente a mi esposo que tenia el ceño fruncido.
Editado: 16.09.2025