Entré al baño casi corriendo, cerrando la puerta tras de mí con un golpe que resonó en el mármol. Mis manos temblaban mientras me apoyaba contra el lavabo, intentando calmar la respiración acelerada. Todo dentro de mí era un torbellino: la presencia de la madre de Cody, la cena, Renata... esa chica que cuya mirada podía congelar la sangre.
Sabía lo que estaba pasando ahí fuera. La señora Montalva manipulando la escena, cediendo su poder sin que yo lo viera, y Renata recibiendo la invitación a ocupar un lugar que no le correspondía. Cada gesto, cada sonrisa fingida, me gritaba que estaban conspirando para arrebatarme lo que era mío.
Respiré hondo, cerrando los ojos por un instante, y sentí cómo la tensión me comprimía el pecho. Quería gritar, quería correr, quería lanzarme sobre ellas y poner un límite que nadie osara cruzar. Pero tenía que mantener la calma. Yo debía ser la Señora Montalva.
Un golpe suave en la puerta me sacó de mis pensamientos.
—Anny... —la voz de Renata, tranquila y casi risueña, se coló por debajo de la puerta.
—¿Qué quieres? —pregunté, firme, con las manos aún temblando.
—Solo hablar un momento... —la voz volvió, esta vez acompañada de la apertura lenta de la puerta.
No me moví. No me dejé intimidar. Cuando entró, pude ver su sonrisa, tan perfecta como calculada, pero sus ojos traicionaban su ambición.
—Vaya, Anny... no esperaba que salieras corriendo como cobarde —dijo, avanzando unos pasos— Supongo que estás molesta porque la cena.... no es sobre ti ¿no crees?
Me giré, apoyándome contra el lavabo, con la mirada fija en ella.
—No te confundas Renata, reconoce tu puesto, no te e dado el derecho a tutearme, no eres más que la simple secretaria de mi esposo—dije, midiendo cada palabra—. Yo en cambio soy la Señora Montalva. No confundas mi paciencia con debilidad.
Su sonrisa se ensanchó, casi divertida.
—Ah... claro. La Señora Montalva. Qué título tan pesado para alguien... como tu... Pero tranquila, no planeo quitártelo... Solo quería que supieras quién está mirando, quién observa...
Sentí un nudo en la garganta, una mezcla de rabia y frustración. Mi mano picaba por darle un buen golpe. Mi voz, firme, resonó en el baño:
—No me subestimes — acercándome un paso—. Y no me hables de “observar” ni de “esperar”. Aquí soy yo quien mueve las fichas, quien decide quien entra y quien sale.
Renata pareció sorprendida, y por un instante su sonrisa titubeó.
—Está bien… por ahora. Pero recuerda… —susurró, intentando recuperar el control de la escena—. Te lo advertí, Señora Montalva... no subestime lo que una secretaria puede hacer.
—¿Advertirme? —repliqué, inclinando levemente la cabeza—. Cuidado, Renata. Porque yo también sé mover fichas. Y créeme… tú no querrás estar en mi camino.
conteniendo la tormenta que llevaba dentro seguí.
—Escúchame bien: Alejate de mi esposo, de mi hijo y de mi casa, porque no querrás conocer a la verdadera Señora Montalava.
La puerta se cerró tras ella, y yo quedé sola, con la frente apoyada en el lavabo, respirando con fuerza. Mi corazón aún latía a mil por hora, pero una cosa era clara: nadie, nadie iba a quitarme lo que es mío.
Estamos ya cerquita del final…
Y sí, esa Renata da más dolor de cabeza que una resaca.
Pero tranquilos, porque en el próximo capítulo le tengo guardada una sorpresita que seguro les va a encantar.
Dime… ¿crees que Anny por fin empiece a mover bien sus fichas?
Editado: 10.10.2025