Un llanto me guiaba.
No era un llanto conocido, pero sí desesperado, como reclamando consuelo. Caminé entre paredes blancas hasta llegar a un cuarto completamente vacío, salvo por una pequeña cuna en medio. Me acerqué… estaba vacía.
El sonido de un movimiento me hizo girar.
—¿Cody?... ¿Colyn?... —mi voz tembló.
Un hombre salió de las sombras. No alcancé a verle el rostro. Solo vi el arma levantarse, apuntándome al pecho. El disparo retumbó en mis oídos…
—Anny.
Un beso en mi hombro me arrancó del vacío. Me giré y me acurruqué contra el cuerpo cálido de Cody, respirando su olor para calmar el ritmo frenético de mi corazón.
—Solo fue una pesadilla —susurré.
Él besó mi cabeza con ternura.
—Tranquila, estoy aquí. ¿Qué soñaste?
Negué con la cabeza. No quería poner en palabras lo que había visto.
—Colyn… —murmuré, levantando apenas la vista.
—Está bien, amor. Tranquila, debe de estar dormido. ¿Quieres que llame a Fernando para que lo revise?
—¿Qué hora es?
—Las tres y media.
—No, déjalo descansar… seguro está dormido.
Me acomodé otra vez en su pecho, mientras sus dedos recorrían mi espalda desnuda en caricias suaves, que poco a poco me devolvían al presente.
Pasaron unos minutos en silencio, hasta que no pude contener la pregunta.
—Amor… esa pulsera, ¿era tuya?
Lo vi fruncir el ceño antes de responder.
—Creo que sí. En casa de mi padre había fotos mías de bebé, y yo llevaba una pulsera igual. Creo que él me la quitó cuando mi madre se fue… pero la volví a encontrar años después, entre unos documentos en su oficina. Lo que no entiendo es cómo terminó en manos de mi madre.
Había duda en sus ojos.
—Tal vez ella la tomó —dije en voz baja.
—Eso es lo que no sé muy bien. Yo di la orden de que nadie entrara a la casa de mi padre.
—Pero… ella es su esposa.
—Sí, pero si hubiera entrado, alguien me lo habría informado.
Lo observé en silencio, acarisiando lentamente su cabello.
—No creo que sea malo que nuestro hijo tenga algo que fue tuyo, amor. Es muy bonita.
Cody asintió, aunque su mirada seguía cargada de sombras.
—Lo sé… pero si mal no recuerdo, esa pulsera… —hizo una pausa, como si dudara en seguir. Luego negó suavemente—. Nada, olvídalo, amor.
Me besó los labios, breve pero intenso, como si quisiera borrar lo que había dicho.
Volví a colocar mi cabeza en su pecho.
—Cody, quiero pedirte algo —me acomodé para verlo a la cara. Estaba segura de que no le gustaría, pero no podía callarlo más. Voy a empezar a mover mis fichas.
—Lo que quieras, cerebrito —me dijo mientras jugaba con un mechón de mi cabello.
—Contrata otra secretaria —solté, sin dudar.
Cody me miró un rato en silencio y después suspiró.
—No puedo, Anny…
Eso me partio el corazon ¿pero que?. Me separé de él y me senté, aferrando las sábanas para cubrir mi cuerpo desnudo.
—Anny, amor… no es lo que tú crees, lo prometo.
—Entonces, ¿qué es? —lo interrumpí—. No quiero a esa mujer ni un minuto más en mi vida. Quiero a Renata fuera de nuestras vidas. No tienes que despedirla de la empresa; quítala de tu lado. Ya.
Cody me abrazó por la espalda y escondió su rostro en mi cuello.
—¿Crees que no lo intenté?
Eso me alertó. Me voltee de golpe para verlo.
—¿Cómo que lo intentaste?
Él bajó la mirada, con frustración.
—Cuando viniste a mi oficina con Colyn, decidí que no permitiría que nadie molestara a mi familia. Le dije a Renata que la iba a mover de puesto, que podía seguir en la empresa, pero que buscaría a otra persona. Salió de la oficina; pensé que se había molestado. Yo ya tenía alguien en mente, incluso buscaba el número de la secretaria de mi padre… pero volvió con documentos. Creí que era su renuncia; al abrirlos me llevé una sorpresa.
Me quedé en silencio, sintiendo mi corazón acelerarse.
—¿Qué paso? —pregunté.
—Renata salió de la oficina. Pensé que se había molestado. Yo ya estaba buscando el número de la secretaria de mi padre, la quería a ella, sabía cómo se movía en ese mundo… pero Renata volvió a entrar con unos documentos. Pensé que era su renuncia, pero al abrirlos me llevé una sorpresa.
El gesto malhumorado y estresado de Cody me puso nerviosa.
—¿Qué era? —pregunté con cautela.
—Un contrato. Hecho por mi padre. —Se pasó la mano por el cabello—. No puedo despedir a Renata en al menos cinco años. Mi padre dejó en una cláusula que ella debía ser mi asistente personal los primeros cinco años de la empresa… porque, según él, era la única que podía ayudarme.
Me quedé en silencio, sintiendo que el aire me faltaba.
—¿Cinco años? —pregunté, apenas creyéndolo.
Cody asintió, cansado, con las manos en su rostro.
—Cinco malditos años, Anny. Y lo peor es que no sé por qué. Mi padre nunca me habló de esto... ni una insinuación. Cada día descubro algo nuevo de él que me hace sentir que no lo conocía. Al principio pensé que era una broma. Llamé al abogado y me dijo que era completamente cierto. Él mismo estuvo presente cuando mi padre pidió hacerlo… y Renata firmó.
—¿Por qué lo haría? —pregunté, aturdida.
—No lo sé. Nunca me dijo nada. Cada día descubro algo nuevo de mi padre que no me gusta. —Su voz se quebró—. Pero no dudes de mí. Lo intenté por todos los medios; incluso le ofrecí el triple de pago con tal de que aceptara no ser mi secretaria… lo rechazó.
Me dolía verlo así, pero dentro de mí la rabia hervía.
—Entonces ¿voy a tener que verla todos los días a tu lado? ¿Mirándote como si fueras suyo?
Él me tomó del rostro con firmeza, obligándome a mirarlo.
—No, cerebrito. Eres tú, y solo tú. Renata puede tener un maldito papel firmado por mi padre, pero en mi vida, en mi cama y en mi corazón, la única dueña eres tú.
Editado: 10.10.2025