Después de nuestro ejercicio de la mañana, estábamos desayunando con calma. La mesa estaba llena: frutas frescas que brillaban con el sol, jugo natural que perfumaba el aire, pan con mermelada, tortillas de huevo… todo delicioso. Cody me alimentaba con cuidado, y un suspiro escapó de mis labios, relajada por un momento.
—¿Ocurre algo, cerebrito? —preguntó, con una sonrisa que no podía ocultar.
Negué con la cabeza, aferrándome a la tranquilidad de la mañana.
—Solo desearía poder quedarnos aquí… —dije, apoyando mi cabeza en su hombro y dejándome envolver por su calor.
—Volveremos a venir, te lo prometo, Anny —susurró, acariciándome el cabello con suavidad.
—Con Colyn la próxima, ¿verdad? —murmuré, extrañando a nuestro pequeño. Aunque disfrutaba cada segundo entre los brazos de mi esposo, el vacío de no tener a nuestro hijo cerca me pesaba en el pecho.
Antes de que pudiera responder, su teléfono sonó. El sonido cortó el aire como un cuchillo.
—¿Sí? —contestó Cody.
—¿Puedes hablar más despacio? No te estoy entendiendo… —la voz al otro lado se quebró, y el ceño de Cody se frunció con fuerza.
—¿Qué? ¿Vamos para allá? —digo rápido.
Cody saltó de la cama, rápido y decidido. Abrió el armario y comenzó a vestirse, su mirada cada vez más dura.
—Cody, ¿Qué pasa? —lo mire desde la cama alarma, con el corazón golpeando contra mis costillas.
se acerco a la cama y se inclinó, me acarició la cara, pero en sus ojos había un dolor que me congeló la sangre.
—Anny… Colyn está desaparecido.
Mi grito salió sin control, ahogado por la desesperación.
—¡No! ¡No, no, no! —las lágrimas brotaron sin avisar, me levante de una salto todo el desayuno derramó por el suelo y la cama—. ¡Tú prometiste que estaría seguro! ¡Que nadie lo tocaría! ¡Cody, quiero a nuestro bebé ahora mismo!
Él me atrapó entre sus brazos, apretándome contra su pecho, intentando transmitirme seguridad.
—Tranquila, anny… te prometo que Colyn estará sano y salvo en tus brazos —susurró, con la voz firme, aunque podía sentir su propio miedo.
Nos vestimos en un instante, cada prenda parecía pesada, cargada de ansiedad. Salomón ya estaba en la puerta, listo para actuar. Yo no podía dejar de llorar; el pánico me nublaba la vista.
Al llegar a casa, salté de la camioneta sin esperar. Todo lo que importaba era mi hijo.
En la sala, Zoe estaba con mis padres, abrazada y temblando, las lágrimas resbalando por sus mejillas.
—Anny… —susurró Zoe, con la voz quebrada— yo… lo… siento.
—¡No! —mi cuerpo se estremeció y mis piernas temblaron—. ¡Colyn! —grité, el miedo y la desesperación dominando cada músculo de mi cuerpo, quería que mi hijo saliera de algún rincón de la casa y corriera a mis brazos.
Sentí los brazos de Cody envolverme antes de que mis rodillas tocaran el suelo. Su calor, su fuerza… me anclaron en la realidad mientras mi corazón amenazaba con salirse del pecho.
—Cody… —solté, con la voz rota—. Nuestro bebé… nuestro bebé…
Cody me sostuvo firme, sus ojos verdes ardiendo de ira y determinación.
—Lo encontraremos, te lo juro… y quien se atrevió a tocar a nuestra familia lo pagará.
No sabía cuánto tiempo había pasado; solo sabía que quería a mi hijo junto a mí. Mi padre estaba con Cody en la oficina de la casa, y él hacía llamadas mientras un detective parecía tomar el control, interrogando a todos. Zoe no había dejado de llorar; sabía que no era su culpa, que mi amiga había hecho todo por proteger a Colyn.
Fernando estaba en el hospital. Lo habían encontrado tirado en la carretera, con tres disparos: uno en el pecho, otro en la pierna y otro en la espalda baja. Tenía un golpe enorme en la cabeza y estaba inconsciente; los médicos no sabían cuándo podría despertar.
Zoe se ofreció a quedarse con él, aunque no quería dejarme sola. Noté algo extraño en su miedo, así que le dije que estaría bien y que fuera a verlo. Salió con un guardia de seguridad, aferrada a mi madre, mientras las lágrimas me resbalaban por el rostro. En mis manos, sostenía el dinosaurio favorito de mi hijo, temblando de impotencia.
—Señora Montelava… —dijo alguien.
—Sí —respondí, sin mirar.
—La señorita Renata está aquí.
Renata entraba detrás. No sé qué fue lo que pasó, pero todo lo que tenía acumulado en mi pecho se desbordó. Me detuve frente a ella y estampé mi mano en su cara.
—¿Dónde está mi hijo? —grité, la rabia ardiendo en mi voz.
Mi madre intentó sujetarme, sorprendida, pero me acerqué más.
—Renata… —mi voz temblaba—. Tú lo tienes, ¿no es cierto? No soportas que sea feliz. ¿Qué mierda te hice yo para que quieras arrebatarme todo? ¿Cómo puedes jugar con un bebé? Colyn no tiene nada que ver con esta mierda de poder. ¡Quiero que me devuelvas a mi hijo ya, bruja!
—¡Anny, basta! —el grito de mi padre retumbó en toda la casa—. Sé que estás desesperada y dolida, pero no tienes que pagarlo con las personas que intentan ayudarte.
—¿Ayudarme? —solté, incrédula—. Esta mujer no quiere ayudar a nadie. Solo quiere destruir mi vida.
—Señora Montelava, yo solo quiero ayudarlo en cuanto supe la noticia… —intentó decir Renata.
—¡Cállate! —la interrumpí, la voz quebrada por la furia—. No quiero nada de ti.
—Anny… Amor—escuché la voz grave de Cody detrás de mí. Giré y vi en sus ojos ese brillo de furia contenida—. No me digas que no sospechas de ella… ¿quién ha sido la sombra que ha envenenado cada mañana de nuestras vidas?
Me acerqué a él, temblando, y sus brazos me atraparon como un refugio. Todo mi cuerpo se quebró en ese abrazo.
—Si algo… le pasa a Colyn… —mi voz salió rota, apenas un hilo—. Cody, yo… no voy a sobrevivir.
Él me estrechó más fuerte. Su mandíbula estaba tensa, su respiración pesada.
—Renata, basta —su voz fue como un trueno—. Sal de mi casa. Hoy no necesitaremos tus servicios.
—Pero señor… —intentó replicar ella, con un tono entre suplica y nervios.
Editado: 10.10.2025