Estaba tirada en el cuarto de Colyn, abrazada a su dinosaurio y mirando su cuna vacía. Sentí que me deshacía; las lágrimas corrían sin freno y un sollozo áspero me subió por la garganta.
—Dios, por favor… —apreté el peluche contra mi pecho, como si pudiera devolverme a mi hijo. Mis ojos se posaron en Rómulo, el elefantito que nos acompañó en el hospital. La impotencia me desgarró y grité, un grito mudo contra el techo.
—No puedes quitármelo... —lloré—. No puedes... ¡Él es mi vida! Por favor, Dios...
La puerta se abrió de golpe. Un chico nuevo, uno de los contratados, apareció en el marco. No sabía su nombre.
—Señora Montealva, tiene que venir conmigo —dijo con voz dura, y antes de que pudiera reaccionar me tomó del brazo.
Me moví hacia atrás, asustada.
—¿Qué te pasa? ¡Suéltame!
Se inclinó hacia mí y susurró:
—Si quiere ver a su hijo, haga todo lo que le diga.
Esa Frase, ese “su hijo”, me atravesó. Lo obedecí. Me sacó por la parte trasera de la casa, escabulléndose como una sombra entre los ángulos muertos de las cámaras. El corazón me golpeaba en la garganta. Abrió la puerta de un auto negro y me hizo señas para entrar. Obedecí: si la vida de mi hijo estaba en riesgo, me enfrentaría a la muerte por él.
Se subió al asiento del conductor y arrancó. Apenas avanzamos, sonó un teléfono. Contestó, dijo algo breve y me lo pasó.
Lo tomé temblando, con miedo de colocarlo en mi oreja.
—¿Hola? —mi voz apenas fue un hilo.
—Un placer, señora Montelava.
Un escalofrío me recorrió.
—¿Quién habla?
—Alguien que puede devolverte lo que más deseas.
—¿Dónde está mi hijo? —casi grité, la garganta ardiéndome.
—Tranquila... un pasito a la vez. Es tan lindo, un angelito. Se parece mucho a su papá... —una risa viscosa llenó el auricular—. Claro, con un hombre tan guapo, seguro que no fueron solo las palabras lindas lo que te llevaron a su cama, ¿cierto?
—¡Devuélveme a mi hijo! —rugí entre lágrimas.
—Dime, señora Montelava... ¿qué estás dispuesta a hacer por este pequeñín?
—¿Qué quieres? —escupí.
—Ahora sí nos entendemos. Nuestro chofer te llevará a un lindo lugar. No intentes nada… o Colyn será solo un recuerdo.
Me arrancaron el teléfono y el hombre condujo en silencio. Minutos después se estacionó al costado de la carretera. Abrió mi puerta, y un paño áspero cubrió mi nariz y boca. Luché, pataleé, intenté gritar, pero el mundo se volvió borroso y oscuro.
La última palabra que escuché fue un murmullo lejano:
—Descansa.
Abrí los ojos de golpe. Estaba tirada sobre un colchón húmedo, la cabeza me dolía y la desorientación me mareaba. ¿Dónde estoy? Parpadeé hasta que vi una silueta diminuta a mi lado.
—¡Colyn! —me lancé hacia él y lo tomé en mis brazos. Lo apreté tan fuerte contra mi pecho que temí romperlo.
—Mi amor… mi vida… —besé todo su rostro mientras él sollozaba—. Shhh, mami está aquí.
Su cuerpecito temblaba, lo revisé con desesperación para asegurarme de que no estuviera herido. Entonces la puerta del horrible lugar se abrió y su cuerpecito se aferró al mío.
—Qué bonita escena...
Me quedé de piedra, la sangre helada en mis venas.
La voz desde la puerta me heló la sangre. La esperaba cualquiera menos él.
—Alex —dije, sin poder creérmelo, mientras me incorporaba con Colyn pegado al pecho.
Él entró con paso lento, la sonrisa extrañamente tranquilo, como si en casa hubiera venido a tomar el té.
—Hola, Anny —saludó, con esa voz que antes me sonaba a consuelo.
—¿Qué...? ¿Por qué? —las palabras se me atropellaron entre furiosa y espantada al mismo tiempo.
Alex ladeó la cabeza, como si escuchara una melodía que sólo él oía. —No tuve opción —dijo, como quien explica un hecho inevitable.
—¡No tuviste opción! —bramé—. Secuestraste a mi hijo, un niño inocente que no entiende nada. ¡Eres un enfermo! Esto no es con el, cualquier problema que tengas es conmigo Alex.
Sus ojos se encendieron con una rabia contenida que nunca había visto en él. —No estás entendiendo nada, Anny. No todo es sobre ti. Mi maldito problema es con la basura de tu Esposo.
Di un paso adelante, la ira me quemaba. —¡No te atrevas a hablar mal de Cody! —escupí—. No tienes derecho a decir nada encontrar de el.
Se soltó a reír, una risa cortante y sin humor. —¿En serio? ¿Tan ciegas estás? ¿Crees que esto es culpa mía? ¿Mi culpa? —se burló—. Esto es culpa del maldito de tu esposo. Ese buenazo... ese monstruo. Él me lo quitó todo: Mi lugar, Mi vida, Mi mundo todo lo que pertenece el me quito.
Avanzó un paso, quise retroceder.
—¡Aléjate de mí! —grité, abrazando más fuerte a mi hijo.
—¿Alejarme? —dijo, con una mueca—. ¿Cuándo fui tu amigo, el único que te entendía? ¿Cuándo fui el que te escuchó cuando nadie más lo hacía? Me diste lespalda. ¡Qué agradecida eres, Anny!
Su voz cambiaba: de melancolía a furia en segundos. Aprete mas a colyn entre mi pecho como si haci podía protegernos.
—Alex, esto no te hace justicia —susurré,yo temblaba, pero traté de mantenerme firme.—. No tienes que hacer esta locura, tienes que pensar bien, cody el nos va a buscar, no se quedara quieto, que crees que pase cuando vea que también desaparecí?
—Justicia —repitió él, y el término le sonó a broma—. ¿Sabes cuántas noches aguanté mirándote con esperanza? ¿Cuántas veces creí que podría ser yo el que te diera paz? Y te fuiste con él. Te casaste con él. Hiciste de mí un recuerdo. ¿Qué soy para ti, alguien desechable? ¿Un mendigo que te pide migajas?
Su rostro se torció en algo que no era ira ni tristeza, era pura desesperación. Dio un paso hacia nosotros y mi instinto fue retroceder.
—No entiendes —le dije—. Esto no es la forma. Hablamos si, como lo hacíamos.
—¿Hablar? —escupió—. No. Tú no entiendes lo que él es. Cree que es bueno, que todo se compra con sonrisas y proyectos. Pero debajo... —se detuvo, como oliendo algo desagradable—, debajo hay egoísmo, traición y decisiones que destrozaron vidas. Mi vida fue destrozada en el momento en que ese Maldito de Montealva aparecio.
Editado: 10.10.2025