Señor Montealva —Uno de mis guardaespaldas me habló con la voz cortada, pero yo solo esperaba la maleta con el dinero: tenía que recuperarlo, abrazar a Anny, volver a ver mi hijo en nuestros brazos.
En su mirada noté algo que me heló la sangre.
—Señor... hubo una complicación. La señora Montelava ha desaparecido...
No terminé de escuchar. Salí corriendo del banco, con el detective gritándome órdenes al lado que sonaban lejanas. Me lancé a la camioneta y arranqué sin esperar. El teléfono, como una condena, empezó a sonar: era el mismo número desconocido.
Contesté con la rabia hirviendo en la garganta. —Te mataré, lo juro. No debiste meterte con mi familia —gruñí, como un animal herido.
Al otro lado, la voz sonó fría y controlada. —Buenas tardes, señor Montelava. ¿Tiene el dinero?
—¿Dónde está mi esposa? —exigí.
—¿Su esposa? —la voz se volvió burlona—. ya le dieron la feliz noticia, una pena que arruinaron la sorpresa. Pero dejemos las amenazas para después: lo importante es ¿tiene el dinero? —añadió—. Solo quedan cuarenta y cinco minutos.
Gruñí otra vez. Tenía que oír la voz de Anny. Entonces escuché un bufido, pasos, una puerta abriéndose... y su voz, un hilo quebrado que me atravesó:
—Cody... —oyéndola, todo dentro de mí se tensó —escuché su sollozo. Fue esa confirmación la que escuchó la voz fría del secuestrador: —Ahí la tiene. Ahora no alarguemos esto. Quiero que firme los documentos que su abogado le entregará. Al firmarlos, dejará esos papeles y el dinero en la dirección que le voy a enviar ahora mismo.
—¿Mi hijo? —logré balbucear, la garganta en un nudo.
—Tranquilo —respondió con desdén—. Soy un hombre de palabra: cuando usted deje el dinero y los documentos, le entregaremos a su hijo.
Y la llamada se cortó.
Dejé el motor encendido baje y golpeé el capó del auto con los puños hasta que me dolieron los nudillos. Grité, maldije, no sabía si estaba más furioso o más roto. Fue entonces cuando una voz diferente me llamó.
—Joven Cody.
Me giré: una mujer pequeña, de pelo canoso recogido, la cara surcada por el tiempo y por lágrimas recientes, estaba parada frente a mí. Vestía un vestido sencillo pero de buena tela; algo en ella no encajaba con la frialdad del mundo que me rodeaba.
—¿La conozco? —le pregunté, poniéndome en alerta.
—No, pero yo a ti sí —respondió ella con una sonrisa melancólica.
—No quiero sonar grosero, pero ahora no estoy para atender a nadie —le dije, seco.
Ella bajó la mirada un instante y luego volvió a mirarme con gravedad. —Lo sé. Siento mucho lo que está pasando con tu familia.
Eso me alarmó: nadie exterior sabia sobre lo que ocurria. Enderecé la voz y la observé con más dureza. —¿Quién es usted? —pregunté, esta vez más amenazante.
—Sé dónde puede estar tu familia —replicó sin vacilar.
Sin pensarlo, la tomé por los hombros y la moví hacia mí. —¿Dónde? —le exigí—. Dime dónde tienes a mi esposa y a mi hijo.
En ese momento un hombre que no había visto apareció a mi lado y me apuntó con un arma. —Suelte a la señora en este instante —ordenó con voz fría.
La tensión me obligó a obedecer; lentamente solté a la mujer y levanté las manos. Mi mente corría: si era trampa, si alguien más estaba implicado... todo podía explotar en segundos.
La mujer no pareció asustada. Sus manos temblaron apenas, pero cuando habló su voz fue firme.
—Soy la madre de Alex —dijo.
La palabra retumbó en mi cabeza como un disparo. Alex. Ese nombre me golpeó en dos direcciones: recuerdo y traición. Sentí que todo se me apiñaba en la garganta.
—¿Qué tiene que ver...? —balbuceé, la voz cortada por la incredulidad y la rabia contenida.
—Sé que tienes miles de preguntas en la cabeza, Cody —dijo la mujer con la voz quebrada—, y cada una se responderá. Pero primero necesito que me prometas una cosa. Solo una.
Tuve que contener todo mi impulso por lanzarme sobre ella y arrancarle la verdad de una vez. La rabia me quemaba la garganta; no había tiempo para rodeos.
—¿Cuánto necesita? —solté sin pensar—. Dímelo y se lo doy. Si quieres todo mi dinero, si tengo que tirar piedra por piedra el imperio Montealva para recuperarlos, lo haré. ¡Hazlo ya!
La mujer dejó escapar un sollozo. Se recogió el vestido con las manos temblorosas y me miró con una mezcla de culpa y piedad.
—Promete que no lastimarás a mi hijo —pidió—. Y prométeme que dejarás que la ley se encargue de él. Mi hijo es un buen chico; la culpable de todo soy yo. Él está pagando por errores míos del pasado.
Mi pecho se apretó. Si todo esto era verdad, si aquel chico había sido arrastrado por una culpa que no era suya… no podía reaccionar desde la ira ciega. Pero mi familia estaba en peligro. Tenía que priorizar.
—Solo quiero recuperar a mi familia —contesté, con la voz tensa—. Lo que tenga que ver con usted y su hijo, me da igual. Lo único que me importa es Anny y Colyn. El resto puede irse al infierno.
Ella asintió, las lágrimas rodando por sus mejillas. En ese instante, el hombre que la había apuntado con el arma bajó la mano, pero sin dejar de vigilar. Sacó el teléfono, lo colocó en la oreja y habló en susurros.
—Está aquí —dijo a alguien del otro lado—. Ahora.
Menos de cinco minutos después escuché motores y pasos: mis hombres, el detective y unos refuerzos llegaron en tropel. Todo pasó tan rápido que me costó comprenderlo de golpe.
—Señor Montelava —dijo mi abogado mientras bajaba de la camioneta que fue la última en llegar—. Tenemos que hablar. Es el momento de que sepa toda la historia.
La mujer me miró una última vez, suplicante y rota. Yo respiré hondo, apretando los puños. La promesa de recuperar a mi familia pesaba más que cualquier otra cosa, pero ahora había más: una verdad enterrada que iba a estallar en nuestras caras.
Nota:
Disculpen la tardanza 🙏 Este capítulo se los debía desde el domingo, pero por un inconveniente con el internet me fue imposible publicarlo antes.
Editado: 10.10.2025