Podía escuchar voces lejanas, como si vinieran desde el fondo del agua. Mi cuerpo dolía como si hubiera estado bajo un tanque que me aplastó. Intenté mover los párpados, pesaban como plomo, pero lo intenté una vez más… hasta que, con esfuerzo, los abrí.
Lo primero que vi fue un techo blanco. Luego, el rostro borroso de mi madre inclinada sobre mí.
—No te muevas, mi amor —susurró con suavidad, acariciándome el cabello—. Estás muy débil, necesitas descansar.
—¿Qué… qué pasó? —logré decir con un hilo de voz.
El rostro de mi padre apareció detrás de ella, serio, cansado, con los ojos rojos como si no hubiera dormido en días. Mi madre se miró con él, y luego volvió a mí.
—¿No recuerdas nada, hija?
Traté de pensar, pero mi mente era un caos.
—Solo… momentos. Colyn llorando… polvo… el suelo temblando… —cerré los ojos con fuerza, como si al hacerlo pudiera ordenar mis recuerdos.
Mi madre me apretó la mano.
—No te preocupes ahora por eso. Estás a salvo.
La puerta se abrió y un doctor entró con paso firme. Se inclinó a revisarme, moviendo una pequeña linterna frente a mis ojos.
—Sufriste un fuerte golpe en la cabeza —explicó con calma—. Además, encontramos restos de un sedante potente en tu sistema. Lo estamos eliminando, pero tu cuerpo está débil. Necesitas reposo absoluto, nada de movimientos bruscos. Te daré un calmante para el dolor, y quiero que intentes mantenerte tranquila.
Asentí apenas, un movimiento leve, y el cansancio me arrastró otra vez. Cerré los ojos mientras la mano de mi madre recorría suavemente mi cabello.
Y entonces los recuerdos me golpearon.
El edificio derrumbándose.
Colyn en mis brazos.
Los hombres de seguridad de Cody corriendo hacia nosotros, gritando que avanzáramos.
El polvo tragándose todo.
Fernando levantándome en vilo mientras yo pataleaba, rogándole que me dejara volver.
El auto en marcha, mi desesperación gritando que detuviera el coche, con Colyn desmayado sobre mi pecho.
Y luego… nada. Solo oscuridad.
Un sollozo se me escapó, casi imperceptible, y mi madre me abrazó con cuidado, como si tuviera miedo de romperme aún más.
—¿Colyn? —mi voz salió como un susurro rasgado—. ¿Dónde está mi bebé, mamá?
Mi madre apretó mi mano con fuerza, sus ojos se suavizaron.
—Está bien, mi amor. Ahora mismo está dormido, descansando. Colyn sufrió una fractura en la pierna, tuvieron que operarlo… pero todo salió bien. Es un guerrero, tu niño es fuerte.
Las lágrimas se me escaparon sin que pudiera detenerlas.
—Quiero verlo… por favor, mamá, necesito verlo.
Mi padre, que hasta entonces había permanecido en silencio, intervino con la voz ronca:
—Iré a ver si ya despertó, hija. Si es así, te lo traeremos para que lo veas.
Asentí con la poca fuerza que me quedaba, aferrándome a esa esperanza. Pero entonces, como un cuchillo frío atravesándome, la pregunta se escapó sola:
—¿Y… Cody? ¿Dónde está mi esposo?
El silencio cayó como un peso insoportable. Vi cómo mi madre bajaba la mirada, luchando con las palabras.
—Mamá… por favor, dime que está bien —supliqué, sintiendo cómo la angustia me rompía el pecho—. Él está bien, ¿cierto? ¿Está en una habitación?
—Anny… necesitas estar tranquila… —murmuró, pero su voz tembló.
—¡No! —grité con lo poco que me quedaba—. ¡Quiero saber! ¡Dime dónde está Cody!
No hubo respuesta. Solo los brazos de mi madre rodeándome fuerte, como si quisiera protegerme de una verdad que aún no podía soportar.
El doctor entró con paso rápido. Sentí cómo me tomaba la muñeca, su voz era calma pero firme.
—Necesitas descansar, Anny, tu cuerpo no resistirá más —dijo mientras colocaba algo en la vía de mi brazo.
El ardor del medicamento me recorrió las venas.
—No… no, espere… —quise protestar, pero mis párpados se cerraban como plomo. Lo último que alcancé a ver fue la silueta de mi padre entrando en la habitación. Y luego, la oscuridad.
***
Una luz amarilla, intensa como el sol mismo, me cegó por un instante. Bajo mis pies corría un mar sereno, pero yo no lo tocaba: flotaba. El mar se extendía hasta donde alcanzaba la vista, infinito, perfecto. Y sin embargo, esa calma me incomodaba.
—¿Dónde estoy…? —susurré.
—Cerebrito.
El corazón me dio un vuelco. A mi lado, una silueta brillante tomó forma.
—¿Cody? —mi voz se quebró—. ¿Amor, eres tú?
Allí estaba. Vestido completamente de blanco, una luz cálida irradiaba de él como si fuera parte del sol mismo. Su sonrisa… esa sonrisa que siempre había sido mi refugio.
—Estás a salvo, cerebrito —me dijo—. Tú y nuestro milagro están a salvo.
Las lágrimas me nublaron la vista.
—Sí, amor, estamos bien… pero ¿por qué estás tan lejos? ¿Por qué no puedo moverme hacia ti —extendí mis brazos desesperada—. Necesito abrazarte.
Cody inclinó la cabeza, con esa ternura que me rompía.
—Te amo, cerebrito. Tú y Colyn son lo único importante. Este lugar es hermoso, ¿no crees? Mira el mar tiene el color de tus ojos.
—¿Por qué hablas como si te estuvieras despidiendo de mí? —pregunté, un sollozo atrapado en mi garganta—. ¡Cody, tú no puedes dejarme! No hemos luchado tanto para que me abandones ahora.
—No pienso dejarte, amor. —Su voz era firme, pero suave—. Me aseguraré de cuidarte a ti y a Colyn siempre. Nunca te lo he dicho, pero muchas veces… mientras los veía a ti y a nuestro bebé… soñaba con tener una princesa, corriendo por nuestra casa, parecida a ti.
Editado: 10.10.2025