Nuestro Futuro. ¿embaraza? La Nerd

Capitulo 52: Realidad

—¡CODY! —mi voz se quiebra en la habitación—. ¡CODY!

Mis manos buscan instintivamente la sonda de mi brazo, como si arrancándola pudiera traerlo de donde sea que esté. Quiero moverme, levantarme, salir corriendo sin saber a dónde, solo para encontrarlo.

—Anny, necesitas calmarte —mi madre aparece junto a la cama y me abraza con fuerza, sus manos temblando más que las mías—. Por favor, respira.

—¡No! —me revuelvo en su abrazo—. ¡Quiero saber dónde está Cody! —las palabras se me rompen—. ¡Lo necesito!

La puerta se abre y Zoe entra empujando con cuidado una pequeña camilla. Envolvía a mi pequeño bebe su diminuto cuerpo entre sábanas blancas. Al verla, algo en mi pecho se detiene y vuelve a latir con una mezcla de alivio y terror.

—Un paciente muy coqueto quiere ver a su mami —dice Zoe con esa ternura que tiene siempre, y coloca a Colyn junto a mí.

Su pequeño cuerpo, con un yeso que le cruza la pierna y una sonda en el brazo, huele a bebé, a limpio, y en ese olor me cuelga todo lo que soy. Lo abrazo hasta que los sollozos me salen en respiraciones cortas. Él se aferra a mí como si mi pecho fuera la única casa que conoce.

—Pedí —oigo la voz grave de mi padre desde la puerta—. Que lo subieran contigo.

Las voces se van quedando atrás: pasos, respiraciones contenidas, manos que acomodan mantas. Me quedo allí, acunando a mi hijo, sintiendo su latido pequeño y caliente contra mi costado. Todos salen; la puerta se cierra y quedamos solos los dos, como si el mundo hubiera decidido esperar.

Un golpe suave en la puerta y entra Salomón. Detrás, un hombre que no conozco se hace presente:

—Buenas tardes, señora Montelava. Soy el abogado de su esposo —dice y la frase me explota en la cara como una mentira antigua.

Mi corazón tropieza. Trato de ordenar la mirada. Fernando entra y toma a Colyn con cuidado, lo recuesta en la camilla y le acerca un biberón. Él sonríe y su manita recoge el recipiente con confianza—como si nada hubiera pasado—y por un segundo todo parece normal y luego vuelve a romperse.

—Me alegra que estén bien. Sé que aún se encuentra indispuesta, pero como sabrá… este imperio no se detiene. Necesito que firme esto —dice el abogado, extendiéndome una carpeta gruesa que pesa como una losa.

—¿Qué… ocurre? —mi voz suena pequeña.

—Son las condiciones, los testimonios, el testamento y los bienes. —Habla con frialdad de procedimiento, como si no tuviera nombres ni pedazos de carne atados a todo eso —. Al ser esposa del señor Montealva, todo pasa a su nombre. Y Colyn, como único heredero Montealva, es el dueño absoluto del imperio. Como sabrá… su suegra falleció en el derrumbe.

Quede sin aire.

—La señora no a recibido ninguna información —intervino rápidamente Salomón con voz grave.

El abogado asintió, serio.

—Necesito su firma, señora. Se debe dejar constancia de la entrega de la fortuna Montealva a usted y de la sucesión de la empresa a su hijo.

La frase cae y no toca fondo, porque yo ya no tengo aire. La palabra “Sucesión” suena a otra vida, a otra casa que no quiero. A mi lado, Colyn abre la boca en un gemido y me aferro a él con más fuerza.

—¡NO! —me sale del pecho, seco, desesperado—. ¡Dejen de hablar como si Cody estuviera muerto! Mi hijo no cargará con esa empresa… esa maldición que solo ha destruido nuestras vidas y a la persona que mas e amado.

El abogado inclina la cabeza, comprensivo pero firme.

—Lo entiendo, señora Montealva. Y está en todo su derecho de rechazarla ahora… pero Colyn es el único heredero. Aunque usted renuncie, al cumplir la mayoría de edad, él deberá decidir. Le dejaré mi tarjeta y los documentos. Estoy disponible las veinticuatro horas.

Se va. La puerta cierra otra vez y mi mundo se queda en el sonido de mi propia respiración. Salomón iba a marcharse también, pero lo llamo, con una voz que no recuerdo haber usado antes.

—Quiero saber todo —exijo, y él me mira como si mi voluntad fuera una orden que esperaba.

Salomón respira, se ajusta la corbata y, con la gravedad de quien ha visto caer casas y nombres, dice la palabra que no estoy preparada para oír.

—El señor Montelava está muerto.

El mundo se detiene todo se vuelve sombra. No quiero creerlo, rehúso que mi cerebro lo haga cierto. Me aferro a Colyn como a un ancla.

—No —susurro, y las letras no alcanzan.

—Bueno… eso creemos —aclara Salomón con dolor profesional—. El derrumbe fue grave, señora. No han podido encontrar el cuerpo del señor ni de Alex. La búsqueda sigue, pero hasta ahora solo hallaron el cuerpo de la madre del señor Montealva. Actualmente está en la morgue, siendo preparada para que el señorito Colyn pueda reclamarla y darle sepultura.

—Aunque… —interrumpe Fernando, con un tono seco— se sabe que quien va tomar todas las decisiones es usted, señora.

Siento que me ahogo en nombres. “Buscar”, “preparar”, “reclamar”. Palabras que no contienen a quien quiero. Me niego a que sean definiciones finales.

—Debido a que ya pasaron dos días y no lo han encontrado… —prosiguió Salomón—, lo han declarado muerto oficialmente.

—¿Renata? —pregunto, apenas.

—Está viva —dice Fernando, con rabia en la voz—. La bala no tocó un órgano vital. Está grave, pero viva. La custodian; cuando despierte la llevarán a prisión.

La noticia es una daga y también una promesa. Todo queda en mis manos. Yo y mi niño. Dos cuerpos que respiran y no se rinden.

—No suspenderán la búsqueda —lanzo, como una orden—. Nadie suspenderá nada. Encontrarán a mi esposo vivo… ¿me escuchaste? ¡Lo encontrarán! No voy a permitir que lo entierren bajo esas ruinas. Así tenga que dar hasta el último maldito centavo de los Montealva.

Salomón abre la boca, pero no lo dejo hablar.

—Quiero hablar con quien dirige la búsqueda —insisto—. Trae los nombres. Quiero una reunión con los socios.

Salomón asiente y se dispone a salir.

—Fernando —digo, y mi voz tiembla, igual que mis manos—.Investiga quién fue quien me saco de la casa. Cómo entró, quién lo ayudó. Y arregla todos los detalles de la casa.



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En el texto hay: humor, romance, adultos

Editado: 10.10.2025

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