Nuestro Futuro. ¿embaraza? La Nerd

Capitulo 55: Un poquito de Fe.

Pasé toda la madrugada en ese pequeño cuarto, sin despegarme de mi esposo. No podía apartar mi mano de la suya, temía que si lo hacía, su corazón dejara de latir.

El doctor entró con el rostro serio y una carpeta en las manos. Sentí que el aire se volvía pesado antes incluso de oírlo hablar.

—Señora Montelava... —dijo con voz baja—. El corazón de su esposo está débil. Necesitamos operarlo para repararlo y evitar que deje de latir.

No recuerdo haber respirado en esos segundos. Solo asentí, temblando. Con un esfuerzo sobrehumano, solté su mano y lo vi desaparecer entre las puertas del quirófano.

Mientras lo operaban, me senté en una silla del pasillo, vacía por dentro. Zoe apareció con Colyn dormido entre los brazos. Se sentó junto a mí, en silencio. Su mirada buscó la mía, como si quisiera decir algo sobre lo que había pasado en la cocina, pero no había necesidad. No le debía reproches. Ella tenía derecho a ser feliz, y Fernando era un buen hombre... un poco serio, pero noble.

Las horas se volvieron eternas. El sonido del reloj parecía una tortura. Cuando por fin el doctor salió, me puse de pie de inmediato, con el alma en un hilo.

—¿Doctor? —pregunté con la voz entrecortada.

Él sonrió, cansado pero sincero.

—Todo salió bien, señora Montelava. Su esposo está estable. La operación fue un éxito.

El aire regresó a mis pulmones de golpe. Lo abracé sin pensarlo, sintiendo las lágrimas caer con alivio.

—Gracias... gracias, doctor —susurré.

Él me correspondió con una palmada en el hombro.

—Lo pasaremos a una sala especial. Puede ir a descansar unas horas, no podrá verlo hasta que esté más estable.

Asentí despacio. No sabía si podría dormir, pero al menos... sentí que aún había esperanza.

Pasé la mañana diciéndole mil tonterías a Colyn mientras jugueteábamos en su cuarto. Le contaba, con palabras sencillas, que papá pronto volvería a casa: "Papá te va a traer un cochecito nuevo, ¿sí, campeón?", y él me respondía con esa sonrisa torpe que tenía a los tres años, como si comprendiera más de lo que decía. Por momentos todo eso parecía una burbuja que nadie podía pinchar.

Al mediodía salimos al jardín. Mi madre había salido por un recado y quedamos Zoe, Colyn y yo. Nos sentamos a comer bajo el sol tibio; la mesa olía a casa, a pan recién hecho y a mermelada. Le dije en broma a Zoe:
—¿Qué rincón de mi casa no ha sido víctima de ti y Fernando?
Ella, que siempre tiene la risa lista, sorbió un trago de jugo y se atragantó, escupiendo risas y jugo por la nariz. Me puse a darle palmadas en la espalda hasta que empezó a toser en serio; nos reímos como dos niñas.

—Desde cuándo—dije, acariciando la mejilla de Colyn—, yo creía que lo de "el chef" iba enserio.
Zoe puso las manos en el pecho y fingió horror.
—¡No te burles! —me regañó con los ojos brillando—. Fernando es distinto. Tiene un no sé qué que... —se sonrojó y encogió los hombros—. Y cuando me besó por primera vez... sentí que me moría un poquito.
Sonreí cómplice, con el corazón apretado: verla feliz era un consuelo que no sabía pedir mejor.

Puse a Colyn en su mantita con la nueva niñera encontrada por Fernando. Fue un rato sencillo, de panes y risas, de promesas tontas hechas en voz baja. Me convencí por un momento de que podríamos volver a la normalidad, de que esa calma era un pequeño milagro.

Entonces sonó el teléfono. Era Salomón; su voz al otro lado sonó urgente, contenida. Me miré con Zoe y supe que no sería nada bueno. Salté de la silla, con Colyn insistiendo en venir conmigo, y Zoe me lo entregó sin dudar.

—¿Qué pasa? —pregunté, la voz temblando antes de que la respuesta llegara.

—Señora —dijo Salomón—. Ha habido cambios en la UCI. El doctor quiere que venga inmediatamente: el señor Montelava acaba de abrir los ojos.

El mundo se me encogió y, a la vez, explotó de esperanza. Agarré el abrigo como quien agarra un salvavidas.

—Voy para allá ya —le dije, y antes de colgar besé la frente de mi hijo, sintiendo cómo todo mi miedo se transformaba en una fuerza absoluta. Zoe me tomó la mano y, sin soltarme, me acompañó hacia la salida.

Corrí como si el tiempo fuera a escaparse entre los dedos. En ese impulso no había duda: iba a verlo, iba a quedarme a su lado, y a partir de ahora nadie volvería a decidir por nosotros.

Cada paso que daba era una súplica muda, una oración sin forma. Salomón me esperaba en la entrada del área de cuidados intensivos, con los ojos rojos de cansancio, pero una leve sonrisa en los labios.

—Está despierto —me dijo, y eso bastó para que mis rodillas temblaran.

Me ayudó a colocarme la bata y la mascarilla. Mis manos sudaban tanto que el papel del permiso se humedeció. Cuando el doctor me indicó la habitación, mi corazón latía con tanta fuerza que me dolía el pecho.

Empujé la puerta despacio.

El sonido de las máquinas fue lo primero que escuché, ese pitido monótono que marcaba el ritmo de la vida. Cody estaba allí, recostado, los ojos entreabiertos, el rostro pálido, los labios agrietados. Tenía cables por todas partes, vendas en el pecho, el brazo vendado, la respiración ayudada por una cánula de oxígeno.

Pero estaba vivo.

—Amor... —mi voz salió como un susurro roto. Me acerqué hasta su cama y tomé su mano con cuidado.

Sus dedos se movieron apenas, rozando los míos.
—A...nny... —murmuró, su voz era un hilo débil, como si hablara desde el fondo del agua.

Las lágrimas me nublaron la vista.
—Shh... no hables, mi vida. Estás aquí, conmigo. Todo va a estar bien, ¿sí? Vas a volver a casa, con Colyn y conmigo.

Él intentó sonreír, pero el gesto le dolió.
—¿Colyn...?

—Está bien, mi amor. Nuestro hijo está bien. Esperando a su papá para volver a jugar con los dinosaurios.

Una lágrima rodó por su mejilla.
—Pensé... que no volvería a verte...

Me incliné y apoyé mi frente sobre la suya, sintiendo su respiración débil, temblorosa.
—Y yo pensé que me moría sin ti, Cody. Pero estás aquí. Ganaste, ¿me oyes? Ganaste.



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En el texto hay: humor, romance, adultos

Editado: 15.10.2025

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