Mi cuerpo descansaba en el sofá del hospital mientras Cody se alistaba para irnos a casa.
 Por fin.
Estos meses se sintieron como una montaña rusa sin boleto de bajada. Hubo días en los que creí no soportarlo, noches en las que el dolor me rompía hasta el alma. Pero estábamos vivos, juntos y amándonos.
El juicio de Renata se llevó a cabo hace un mes. Esa mujer no volverá a salir de prisión jamás. El golpe en la cabeza y el derrumbe dañaron su columna; quedó paralítica. Verla allí, sentada en esa silla, esposada y derrotada... me dio una paz que no sabía que necesitaba. Por fin estábamos a salvo.
El cuerpo de Alex fue hallado entre los escombros. Cumplí mi palabra: lo entregamos a su madre. Fui a ese velorio, porque necesitaba verlo, necesitaba confirmar que aquel hombre que un día fue mi amigo, y después quiso destruir todo lo que amaba, no volvería nunca más. Su madre se despidió con lágrimas y prometió no volver a buscarnos. Nos deseó lo mejor y se fue.
Hablar con los socios de la empresa fue agotador. Cody aún no estaba en condiciones, pero gracias a Fernando: — que resultó tener una mente brillante para los negocios — todo salió bien.
El momento más duro fue el entierro de la madre de Cody. Mi esposo, aún en silla de ruedas, estuvo presente. A pesar de todo, sé que sin la ayuda de esa mujer, yo no habría sobrevivido. Y por eso, siempre le estaré agradecida.
La puerta del baño se abrió y mi corazón dio un vuelco. Cody salió vestido con un mono gris y una camisa negra. Se veía tan sencillo, tan humano... que por un segundo recordé a los dos adolescentes que alguna vez fuimos.
Me levanté del sofá y caminé hacia él. Sus brazos me rodearon enseguida, apretándome contra su pecho.
—¿Listo? —le pregunté, sonriendo.
—Más que listo —respondió con esa voz baja que me sigue desarmando—. Ya quiero dormir con mi esposa.
Solté una risa suave, y antes de que pudiera decir algo más, sus labios encontraron los míos.
 Un suave toque en la puerta hizo que nos separáramos. El doctor entró con una sonrisa cansada y nos dio los últimos informes, además de una lista con las cosas que Cody podía y no debía hacer durante su recuperación. Antes de irse, le deseó una pronta mejoría.
Afuera, Fernando nos esperaba con el auto listo. Subimos y partimos rumbo a casa, donde nos aguardaba una pequeña sorpresa.
Durante todos esos meses de lucha, Colyn y yo apenas habíamos salido del hospital, pero hoy mi pequeño campeón se había quedado con Zoe. Ambos, emocionados, habían preparado algo muy especial para el regreso de Cody.
Al llegar a casa, bajé del auto de la mano de mi esposo. Nos detuvimos un instante frente a la entrada, observando nuestra casa… que ya no se sentía como un hotel frío o un lugar ajeno, sino como un verdadero hogar. Un espacio lleno de recuerdos, de amor, y de promesas nuevas que cada día seguíamos construyendo.
Fernando nos abrió la puerta con una sonrisa, y juntos, tomados de la mano, dimos el primer paso hacia nuestro nuevo comienzo.
—Papaaaaa —gritó Colyn con todas sus fuerzas, corriendo hacia Cody.
De inmediato, todos salieron de su escondite entre aplausos, risas y lágrimas. Globos de colores flotaban en el techo, y la casa olía a hogar, a esperanza, a segunda oportunidad.
Colyn se lanzó a los brazos de su padre y no lo soltó ni por un segundo. Lo entendía perfectamente; yo tampoco quería despegarme de él jamás. Si pudiera, me pegaría a su costado como una lapa para no perderlo nunca más.
Cody levantó a nuestro hijo con cuidado, apoyando la frente contra la suya.
 —Papá está aquí, campeón... —susurró con la voz quebrada—. Y no me vuelvo a ir nunca más.
Colyn sonrió, tocándole la mejilla con sus manitos pequeñas.
 — Te amo papá.
Las lágrimas se me escaparon antes de poder detenerlas. Zoe me abrazó por detrás, llorando también.
—Vamos al jardín —dijo mi madre con una sonrisa temblorosa, tomando a Colyn en brazos y guiándonos hacia afuera.
El jardín estaba iluminado con luces cálidas y adornado con globos. Un gran cartel colgaba del porche, brillando entre las flores: "Bienvenido a casa".
Salomón se acercó con una sonrisa tranquila, tomado de la mano de una linda morena que había conocido recientemente. Me había enterado de que era su prometida, y verlo feliz me llenó el alma.
—Me alegra verlo, señor —dijo, ofreciéndole la mano a Cody con respeto.
Cody sonrió y lo abrazó con fuerza, dándole unas palmaditas en la espalda.
 —Me alegra verte, Salomón. Te debo mi vida y la de mi familia.
—No se preocupe, señor —respondió él con humildad—. Fue un honor servirle.
La chica saludó amablemente y luego se retiraron juntos. Les había dado unas merecidas vacaciones, después de todo lo que habían hecho por nosotros.
Zoe se acercó con Fernando a su lado. Sin pensarlo dos veces, abrazó con fuerza a Cody.
—Sabía que no podías dejar a Anny… porque si lo hacías, te la ibas a ver conmigo, Montalva —lo amenazó en tono juguetón.
Cody soltó una risa y le devolvió el abrazo con cariño.
 —Sabes que no te vas a deshacer de mí tan fácil —le respondió, mientras se separaban.
—Más te vale —le dijo Zoe, guiñándome un ojo antes de tomar de la mano a Fernando.
Vi cómo él casi dejaba escapar una sonrisa… casi, porque en cuanto Cody se acercó para agradecerle por no dejarnos solos y por cuidarme todo ese tiempo, su expresión volvió a ser seria.
Fernando asintió en silencio y se dejó arrastrar por Zoe hacia el jardín, donde mis padres jugaban con Colyn.
Mi familia estaba allí.
 Feliz.
 Completa.
Y pude sentir cómo la emoción crecía dentro de mi pecho hasta casi desbordarme y entonces sentí los brazos de mi esposo rodearme por detrás. Su aliento cálido rozó mi oído cuando susurró:
—Gracias por hacerme tan feliz.
Me giré lentamente, rozando mis labios con los suyos.
 —Gracias a ti por rendirte... y por seguir aquí, con nosotros. Te amo, Cody Montalva —dije, subiendo mis manos hasta su cuello y acercando mi boca otra vez a la suya.
Editado: 15.10.2025