Nuestro jardín de gardenias

3. ¿Casada con el enemigo?

Pensó que había imaginado algo muy extraño como siempre, pero en ese momento algo que nunca se imaginó pasó frente a su vista...

En sus manos sostiene un ramo de flores, tan colorido y vibrante como la escena misma. Margaret parpadea, sin poder ocultar su sorpresa, sin saber cómo reaccionar. Un calor interno la invade. Las rosas y los claveles son el símbolo del amor; los lirios, el de la pureza; los crisantemos representan la alegría; los tulipanes, la sinceridad; y las peonías, la amistad. Al menos así lo dicta el lenguaje de las flores presente en el saber popular. En el lenguaje de las flores, un clavel rosa claro simboliza amor eterno, mientras que un clavel rosa oscuro representa gratitud y aprecio profundo.

Kelson siente una mezcla intensa de sorpresa, confusión y anhelo reprimido.

Tras más de cinco años sin recibir gestos románticos ni experimentar la calidez de un detalle tierno, el simple hecho de ver a este maldito hombre sumamente atractivo y bien vestido, con una sonrisa tentadora, activa en ella una oleada de emociones que creía dormidas. Su corazón late más rápido, y sus pensamientos se entrelazan entre el deseo y el desconcierto. Mientras lo observa, la idea de que este hombre —a quien considera su "enemigo"— esté presente en su sueño le genera una sensación de irrealidad. Se pregunta si lo que siente es un deseo subconsciente y se permite cuestionar si es un sueño húmedo, porque su cuerpo y mente están reaccionando de formas que no esperaba, pero a la vez hay una resistencia interna: sabe que él no debería provocar esto en ella.

Estos sueños eróticos solo le indican alguna carencia o deseo en su vida y no siempre tienen que ver con el sexo. Pueden ser señales de deseo de poder, de la necesidad de conectar con otra persona o con una parte de ti mismo que tienes abandonada o simplemente admiración por alguien.

Kelson analiza todas las posibles hipótesis mientras lo observa con detenimiento.

«Podrían simbolizar la necesidad de mayor cercanía emocional, la búsqueda de conexión con otras personas o la expresión de la propia sexualidad».

La tensión entre lo que debería sentir y lo que realmente siente se apodera de su mente, generando una confusión emocional que no puede ignorar. Y antes de poder articular palabra, Andrew deja el ramo sobre la mesa con una leve inclinación, como si este solo fuera una excusa para lo que sigue. Sin previo aviso, se abalanza suavemente hacia ella, rodeándola con sus brazos, pero de manera delicada, casi como si temiera romper el momento. Su mano se desliza por su nuca, enredándose en los mechones mojados de su cabello, y sus labios rozan los de ella con una urgencia controlada.

—Te amo —susurra cerca de su oído, y antes de que Margaret pueda procesarlo completamente, siente el calor de su boca sobre la suya, firme pero tierna.

Andrew la besa como si hubiera esperado este momento durante mucho tiempo, y en un instante, Margaret se encuentra respondiendo al beso sin pensar, como si fuera lo más natural del mundo. Ella, de pie, con gotas de agua deslizándose lentamente por su piel. Su cabello, mojado y alborotado, gotea sobre sus hombros desnudos, mientras su mini bikini negro resalta la figura esbelta y bronceada que había trabajado sin darse cuenta, entre tantas horas de caminatas por toda Nueva York.

Andrew, impecablemente vestido con un traje oscuro de corte perfecto, con una sonrisa en los labios, contrastando completamente con la imagen desenfadada de Margaret, de frente a ella, sin prestar atención a cómo sus zapatos italianos se humedecen, ligeramente, por las gotas que resbalan del cuerpo de su amada. En un movimiento suave pero decidido, se apodera de su cintura y, sin previo aviso, acerca su rostro a su oído, sus labios rozan los de Margaret, que siente la calidez de su cercanía, un calor que le resulta tan ajeno, pero agradable. Su primer impulso es separarse, suave, pero firme. Sus manos se apoyan en el pecho de Andrew, sintiendo la tela fina y cara del traje que ahora empieza a humedecerse por las gotas que caen de su cuerpo.

—Andrew —murmura, con una mezcla de sorpresa y con una vergonzosa incomodidad que se acentúa en sus orejas enrojecidas.

Él no la suelta, y en cambio, sonríe, sus dedos trazando un delicado recorrido por la curva de su espalda.

—Estás mojada —comenta Andrew, divertido, pero sin dar un paso atrás.

Margaret, todavía intentando distanciarse un poco, baja la mirada. En su mente, la imagen de George aparece fugazmente. George jamás le hubiera permitido algo como esto. Le hubiera lanzado una mirada desaprobatoria por haber pasado horas bajo el sol, criticando su elección de bikini por ser "demasiado revelador" y, sobre todo, la hubiera reprendido por el olor a cloro en su cabello empapado. Con George, todo era una coreografía cuidadosa, reglas tácitas que Margaret había aprendido a seguir sin cuestionar. Pero Andrew... Andrew acaricia su cuerpo cubierto por agua de cloro.

La mira con ternura y admiración.

Le besa los párpados cerrados robándose suspiros que se escapan de la garganta de Margaret y deposita un cariñoso beso en la frente para abrazarla sin temor a humedecer su ropa cara. Su cercanía no la reprime, la sorprende. La libertad en la forma en que la mira, como si no le importara que su traje caro se mojara o que ella no estuviera "perfecta", hace que Margaret se sienta confusa, incluso un poco expuesta. Ella, acostumbrada a medir cada gesto, a esperar la crítica antes que el cariño, no sabe cómo reaccionar. Él la mira a los ojos, y aunque ella intenta apartarse una vez más, esta vez su resistencia es más débil.

Andrew, en cambio, simplemente murmura:

—No tienes que alejarte de mí.

La cocina está inmersa en una atmósfera tranquila, con el suave sonido de la nevera y la brisa que se filtra por una ventana entreabierta. Los dedos de Andrew acarician su cuello con una ternura que desarma cualquier resistencia, y Margaret se abandona al momento, consciente solo del contacto de sus labios. Su respiración se entrecorta mientras él baja lentamente por su cuello, dejando un rastro de besos cálidos que hacen que su mente se nuble. Siente cómo corre delicadamente el tirante de su bikini, dejando parte de su cuerpo al descubierto. Andrew, con un tono bajo, cargado de ternura y deseo susurra:




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