Nuestro jardín de gardenias

4. Mi esposo es multimillonario

Su mente se nubla, como si una densa niebla descendiera sobre ella, bloqueando toda claridad. Los pensamientos se agolpan, desordenados, golpeando las paredes de su conciencia mientras trata de comprender lo incomprensible.

¿Esposa? ¿Qué está pasando?, piensa, su desconcierto creciendo con cada segundo. Intenta hablar, pero su garganta se siente seca, como si las palabras se hubieran atrincherado en el fondo, negándose a salir.

A su lado, Andrew parece absolutamente cómodo, como si esta absurda escena fuera la cosa más natural del mundo. Su expresión tranquila, incluso cálida, contrasta con la tormenta interna que se desata en Margaret. Cada pequeño gesto de él —su postura relajada, el leve curvar de sus labios al sonreír— parece desafiar la lógica. ¿Por qué actúa como si fuera cierto?

De pronto, el sonido de una llamada irrumpe en la burbuja de tensión. Andrew, sin perder el ritmo, toma su teléfono. Margaret ni siquiera tiene tiempo de reaccionar cuando, del otro lado, escucha una voz llena de afecto y familiaridad.

—¡Ah, Margaret, cariño! Andrew, ¡qué bueno verte! —exclama la madre de Andrew, su tono irradiando una calidez tan acogedora que casi resulta desconcertante.

El golpe emocional es instantáneo. Margaret se queda completamente paralizada. Una oleada de incredulidad le sube desde el pecho. ¿Cómo puede una sola llamada sumirla aún más en el caos? Andrew, por otro lado, sigue hablando con su madre con una soltura que roza lo inquietante. Bromea, ríe, les habla como si fueran realmente familia, como si toda esta farsa tuviera un pie en la realidad.

Margaret siente un nudo apretándose en su estómago, una mezcla de vergüenza y desconcierto que amenaza con abrumarla. Esto no puede estar pasando.

—¡Margaret, cariño! —La voz fuerte y emocionada de su madre atraviesa el altavoz como un rayo, haciendo eco en la habitación—. ¡Toda la familia está aquí y te queríamos ver! ¿Por qué no contestas el teléfono?

Margaret lanza una mirada nerviosa a Andrew, quien sigue sonriendo, observándola con una mezcla de diversión y curiosidad. Si supiera todas las veces que ella había llamado a sus padres para quejarse de su excéntrico cliente… La ironía era casi cómica.

—Eh… ahora no es un buen momento —responde en un susurro, esperando que eso baste para cerrar la conversación.

Pero sus esperanzas se desmoronan cuando la pantalla del teléfono parpadea, y la llamada se convierte en una videollamada. De repente, toda la familia de Margaret aparece en escena, sus rostros brillantes y sonrientes saludándola con entusiasmo. Ahí están: su abuela con su peinado perfectamente arreglado, su tía agitando una mano con energía, su prima pequeña sosteniendo al perro familiar que ladra emocionado desde el fondo.

—¡Mira quién está aquí! —exclama su madre, girando la cámara hacia el grupo que saluda efusivamente—. ¡Margaret! ¡Diles hola!

El rubor sube a las mejillas de Margaret. Se frota la frente con la mano, tratando de mantener una apariencia de calma mientras siente cómo su incomodidad crece a niveles insoportables. Andrew la observa en silencio, con una ceja arqueada y una chispa de diversión en los ojos. Esa mirada solo empeora la situación.

—Hola a todos… —responde Margaret finalmente, forzando una sonrisa que apenas oculta su incomodidad. Su tono es bajo, contenido, pero no puede evitar sentirse expuesta.

Por supuesto, su madre ignora por completo su tensión.

—¡Andrew! —dice con entusiasmo—. Cuéntales a todos sobre tu nueva abogada. ¿Es tan estricta como dicen?

Las risas estallan al otro lado de la pantalla. Margaret siente como si el tiempo se congelara, pero no para salvarla, sino para prolongar su agonía. Margaret siente como si el tiempo se congelara. Andrew sigue mirando, se le escapa una sonrisa tonta mientras la observa, sus ojos brillan. Finalmente luego de tanto insistirle, llegaron al acuerdo de que Kelson sería su abogada personal, aunque no abandonaría el bufete, pero trabajarían juntos, una noticia que emocionó a la familia. Margaret carraspea, sin saber cómo responder. Intenta apartar la cámara para que su familia no vea el rostro de Andrew que está claramente en su campo de visión. Andrew suelta una leve risa, esa que siempre le parecía irritante, pero que ahora tiene un matiz diferente, más personal. Sus ojos brillan con algo que no puede identificar, pero que definitivamente la desarma.

—Eh… mamá… estoy en casa —dice finalmente, tratando de evitar que la cámara enfoque a Andrew.

—Oh, lo siento, lo siento. No te molesto más. ¡Solo que todos te extrañamos tanto! ¡Ah, por cierto, tu abuela quería saber si estás comiendo bien! ¡No quiero que te estés muriendo de hambre en esa oficina! Andrew, la esposa que te ha tocado. —Dice mientras la abuela acerca su rostro a la pantalla diciendo casi a gritos— Vengan un fin de semana por acá para prepararles un salmón delicioso.

Margaret siente un escalofrío de vergüenza cuando escucha la respuesta rápida de Andrew.

—No se preocupe, suegra, ya veremos cómo nos arreglamos con los brownies quemados.

Las risas retumban al otro lado, y hasta el perro parece unirse con sus ladridos. Margaret cierra los ojos un segundo, deseando que el suelo se abra y la trague.

—¡Mamá! —exclama finalmente, en un tono casi suplicante—. Te llamo más tarde, ¿sí?

Por fin, su madre accede, aunque con un evidente dejo de decepción en la voz.

—Bueno, está bien. Pero no olvides llamarnos esta noche, cariño. Te extrañamos mucho. Y por favor, ¡come algo!

Margaret lo fulmina con la mirada, pero sabe que no tiene forma de salir indemne. Esto va a ser largo. Muy largo.

George, su anterior pareja, nunca fue así con sus padres. De hecho, apenas hablaba con ellos, y cuando lo hacía, era frío y distante. Ver a Andrew, este hombre que parece haber tomado un lugar tan íntimo en su vida, interactuar con sus padres con tanto cariño, la sacude profundamente. La presión en su pecho se intensifica, el nudo en su estómago crece, y siente la urgencia de escapar.




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