Al despertar, lo primero que siente es una oleada de confusión que rápidamente se convierte en una mezcla de incomodidad y ligereza. La luz que se filtra por las cortinas parece demasiado intensa, y mientras parpadea para ajustarse, el recuerdo sordo de una pequeña resaca late en su cabeza. Su cuerpo se siente pesado, como si la noche anterior hubiera dejado una huella física, pero también hay una sensación extraña de satisfacción, de haber vivido algo fuera de lo común.
Con los ojos aún entrecerrados, trata de juntar las piezas de la noche pasada. Recuerda el sonido fuerte de la música, la energía contagiosa de la pista de baile y las risas sin fin. Poco a poco, imágenes difusas de momentos hilarantes comienzan a surgir: ella riendo incontrolablemente por un chiste absurdo, derramando un poco de su bebida mientras intentaba imitar algún paso de baile extravagante, o incluso ese instante en que alguien en el grupo decidió iniciar una batalla de karaoke improvisada con una canción de los 90.
Pero de repente, su memoria da un giro inesperado cuando recuerda la despedida de soltera. Ahí estaba ella, rodeada de un grupo de mujeres, algunas con velos blancos y diademas de corazones, pero con quienes compartió al menos una noche de pura locura. Las imágenes se vuelven más vívidas: ella sosteniendo una copa mientras una de las chicas le contaba historias escandalosas de su futura boda, alguien le pone una tiara de plástico en la cabeza entre carcajadas, y luego, ese momento surrealista cuando todas comenzaron a gritar y aplaudir al unísono, como si fueran un grupo de amigas de toda la vida. Siente una especie de calidez mientras recuerda lo ridículamente divertida que fue esa interacción.
Las chicas la hicieron sentir parte de su celebración, incluso si solo fue por una noche. Las risas de esa parte de la velada son más fuertes, casi como si pudiera escucharlas otra vez. Pero hay algo de desconcierto también; ¿cómo había terminado en medio de una despedida de soltera que no era la suya? No puede evitar sonreír con ironía mientras su mente trata de conectar los puntos. Conforme los recuerdos se aclaran, se da cuenta de que la noche fue un torbellino de libertad. Sintió una chispa de despreocupación, una que había dejado de lado en su vida diaria. Sí, hubo momentos de desenfreno, de olvidarse de todo por completo, pero también una sensación profunda de camaradería con extrañas que, por un instante, se sintieron como sus mejores amigas.
A medida que su memoria se aclara, el cansancio da paso a una sensación de gratitud: por la risa, por la locura inesperada, y por la magia efímera de esa noche, donde todo fue posible. Margaret está envuelta en las suaves sábanas, disfrutando de un momento de paz y descanso.
La habitación está en penumbra, con la luz del amanecer filtrándose apenas por las cortinas. Siente algo cálido y húmedo en su mejilla: un suave lametón. Al principio, se niega a abrir los ojos, queriendo aferrarse a los últimos minutos de sueño. Margaret Kelson se despierta lentamente, su cuerpo todavía pesado por el sueño. Siente una persistente humedad en su mejilla, algo tibio y suave que la saca de ese limbo entre la vigilia y el sueño. Entreabre los ojos y ve un pequeño hocico peludo moviéndose con entusiasmo frente a su rostro.
—¿Pero qué...? —murmura, aún adormilada, mientras el perrito de orejas caídas la mira con ojos brillantes y vuelve a lamerle la cara con más energía.
Al levantar la cabeza, se encuentra en una cama inmensa, con sábanas de un blanco impecable que contrastan con la cálida luz dorada que se filtra por las cortinas gruesas de la lujosa habitación. De repente, lo recuerda: la casa de Andrew Wade. Se sienta de golpe en la cama y escucha un suave murmullo de jazz que viene de alguna parte de la casa. Se pasa la mano por el rostro, aún adormilada.
El perro insiste, cada lametón es más juguetón que el anterior, como si su lengua fuera una pluma provocando risitas internas. Margaret reprime una sonrisa, dispuesta a ignorarlo un poco más, pero siente el peso de su cuerpo canino acercarse hasta que, de repente, el Golden se desploma sobre ella, presionando suavemente su pecho con su calidez peluda. Su risa ahora se escapa, pese a que intenta resistirse. La escena es hilarante. Ella, bajo el perro, apenas puede moverse mientras él la mira con esos ojos brillantes y juguetones, como si dijera: "¡Es hora de jugar, no más dormir!".
Con un suspiro resignado y una sonrisa en los labios, Margaret finalmente abre los ojos.
El perro se levanta de inmediato, saltando del lado de la cama y agarrando su juguete favorito, una pelota de goma algo gastada por tantos juegos. Con un rápido movimiento, él se la lanza de vuelta a la cama. Margaret, divertida, la agarra y la lanza suavemente hacia el otro lado de la habitación, viendo cómo el perro corre entusiasmado para atraparla. Cada vez que la devuelve, lo hace con una mezcla de orgullo y ansias de que el juego no termine nunca. En ese momento, el cansancio de Margaret se disuelve.
Se siente completamente feliz, llena de una ternura cálida, riendo sin parar ante la insistencia de su amigo peludo que no parece cansarse. La energía del Golden Retriever, su insistencia en jugar y su amor incondicional inundan la habitación, creando una atmósfera que es una mezcla perfecta de diversión y profundo cariño.
Decide levantarse. Es una mañana soleada.
Margaret, con el cabello alborotado y los ojos entrecerrados, se despierta con una sonrisa aún medio dormida. Su pijama de algodón a rayas, un poco desaliñado, se ajusta de forma divertida mientras se despereza y se sienta en la cama. Aunque su cabeza aún siente el peso de la confusión. Se dirige al baño, un espacio amplio con mármol pulido y luces suaves que reflejan su rostro en el espejo.
Abre el grifo y se echa un poco de agua fría en la cara, esperando despejar la nebulosa en su mente. Luego, busca un cepillo de dientes y lo usa con cuidado, la espuma fresca se mezcla con el frío del agua en sus labios. Justo antes de salir, su mano busca inconscientemente un brillo de labios en la repisa. Se lo unta rápidamente, y al observar su reflejo se da cuenta de lo que ha hecho.