Margaret se detiene frente a la entrada del elegante edificio de apartamentos en el corazón de Manhattan. Los días recientes han sido, para ella, un regalo inesperado del universo. Siente un leve cosquilleo de nervios antes de cruzar la puerta; está a punto de ver a una de las personas más importantes de su vida. La metrópoli bulle a su alrededor, pero su mente solo se enfoca en un nombre: Phoebe, su mejor amiga. La última vez que se vieron, Margaret sintió que ella apenas la reconocía. Ahora, no se siente capaz de atravesar esta locura sin alguien a quien abrirle el alma, alguien que la aconseje, que le susurre el próximo paso a seguir… antes de perderse, irremediablemente, en este amor que empieza a consumirla.
Al llegar, nota que la puerta está entreabierta y, llena de entusiasmo, decide llamarla.
—¡Phobe! —grita desde la entrada, con la voz aún un poco temblorosa por la emoción. Sin embargo, no ve la reacción que espera. Una silueta se acerca a la puerta, pero en lugar de abrirla, la chica mira a través de la pequeña abertura con una expresión de confusión.
—¿Quién eres? —pregunta, poniendo las manos en la cadera, con el ceño fruncido—. No sé si te conozco.
Margaret, llena de incredulidad, inclina la cabeza y sonríe.
—¡Vamos! Haz un esfuerzo.
El rostro de Phoebe sigue sin mostrar ni un signo de reconocimiento, como si tuviera delante a una extraña.
—¡Somos amigas desde hace años! ¿Te acuerdas de aquella vez que nos disfrazamos de brujas para Halloween y casi nos echan de la fiesta?
Phoebe frunce el ceño aún más y se cruza de brazos.
—No, no lo recuerdo. Mmm... ¿Cuántos años tienes?
—¡Eso no es lo que importa! ¿Recuerdas cuando hicimos esa competencia de bailes improvisados en el campus y casi nos expulsan por el ruido? —continúa Margaret, intentando hacer gestos con las manos para demostrar su entusiasmo.
—¿Acaso tú no eres esa chica del autobús?
—Mmm... si —Margaret responde algo apenada, ese día pasó un bochorno terrible.
—¿Me estás siguiendo?
—No, te juro que no.
—¿Cómo encontraste mi dirección?
—Mmmm... es que... estudiamos juntas.
—No te recuerdo —comenta desconfiada y a punto de cerrar la puerta.
—¡Espera! —Margaret coloca un pie, y con uno de sus enormes tacones, impide que cierre la puerta, y le dice:
—¡Somos mejores amigas!
—Eso suena algo loco —responde Phoebe, todavía escéptica— ¿Y si eres una vendedora o algo así?.
Kelson, decidida a probar su autenticidad, se asoma un poco más.
—¡Phoebe! Tu abuelo me enseñó a hacer el mejor pastel de manzana, y ¡nos peleamos por el último pedazo en su casa durante el verano de 2015!
La mirada de Phoebe pasó de la sospecha a la incredulidad.
—¿Cómo sabes eso? —pregunta, ahora intrigada.
—Porque éramos amigas, y yo era la única que decía que tus recetas eran demasiado dulces. Es más, ¡me acuerdo de cómo te sonrojaste cuando le contaste a nuestra clase que te había robado la receta! —Margaret está a punto de ganar.
Phoebe ríe entre dientes, finalmente recordando aquel día, aunque está casi segura de que se trata de una broma.
—Hmm, eso fue un tiempo atrás, creo, pero no lo recuerdo bien. De igual modo, eso no significa que puedas entrar aquí. Espera, ¿qué piensas hacer? ¡Hablarme desde la puerta como una loca!
Kelson respiró hondo, buscando el golpe final que la haría ganar la batalla.
—Por favor, deja que entre, no quiero que los vecinos escuchen toda esta conversación absurda. ¡Después de todo, no quiero que te acuerdes de cuando te dejé con aquel chico del bar y tú terminaste cayendo sobre la barra!
El sonrojo de Phoebe se volvió evidente. Instantáneamente, la risa llenó su pecho, y, con un gesto de exasperación, abrió por completo la puerta.
—¡Está bien, está bien, entremos antes de que me muera de vergüenza!.
Margaret entra triunfante, riendo y poniendo los ojos en blanco mientras abraza a su amiga, quien se queda azorada ante tal muestra de cariño.
—¡La vida en Nueva York nunca sería aburrida! —dice Margaret apenas se sienta.
—Y... cómo me dijiste que te llamabas.
—Margaret, me llamo Margaret kelson.
—¿Dices que estudiamos juntas?
—Si
Kelson se aproxima a Phoebe, sobresaltándola, y toma sus manos entre las suyas.
—Te diré algo y promete no asustarte ni creer que estoy loca.
—¿Si? —afirma Phoebe, muy poco convencida.
—Yo no soy de aquí.
—¿A qué te refieres? —pregunta, Phoebe, tomando una ligera distancia de Margaret, algo de lo que ella no se percata debido a la emoción de estar cerca de su mejor amiga, y continúa hablando con una confianza natural.
—Todo comenzó cuando me despidieron, llegué a casa y George me estaba siendo infiel con otra mujer en nuestra cama...
—¿Entonces?
—Esa noche salí a beber, pero luego estoy en una habitación de hospital y todos comienzan a cantar "la lechuza"... pensándolo bien, qué raro, tú no estabas ahí.
Margaret hace un gesto pensativo mientras intenta recordar el por qué su amiga no estaba en su sueño.
—¿Y por qué tendría que estar? —pregunta Phoebe, a esta altura ya se ha puesto de pie, tomando una distancia considerable y lamentándose de haberlo abierto la puerta a esa chica, sin comprender lo que está pasando.
—Porque eres mi amiga.
—¿¡Si!? Ya me lo has dicho más de tres veces. —Phoebe inhala con fuerza, perdiendo la paciencia— Mira... Margaret, o como te llames, no sé cómo sabes esas cosas pero te pediré amablemente que te marches de aquí.
—Phoebe por favor, no tengo con quien hablar, eres lo único que me queda... —Kelson le ruega al punto de las lágrimas. Phoebe siente lástima y vuelve a sentarse, realiza largas inhalaciones de una forma algo exagerada pero necesita calmarse antes de cometer una locura y sacar a esa mujer de su departamento a patadas.
—Resulta ser que estoy casada con un multimillonario.