Margaret ha pasado toda la mañana en la cama. Andrew, que ya había regresado de remar, le prepara el desayuno con la esperanza de animarla, pero aun así, ella no quería salir de la habitación. Ni siquiera Ava, su fiel golden retriever, logra levantarle el ánimo.
—Vamos, es un día precioso —dice Andrew, mientras toma las sábanas y las lanza al aire con un movimiento decidido.
—¿Qué haces? —pregunta Margaret, mirándolo con asombro.
—Mira lo que tengo aquí —responde él, mostrándole una pala, una regadera, guantes y tijeras de podar.
—¿Y a mí qué me importa?
—Vamos al jardín.
—No.
—Te dije que vamos a ir. No puedes pasarte todo el día encerrada en el cuarto. —Wade insiste, no es sano estar tanto tiempo sin tomar el sol, solo logrará deprimirse.
—Claro que puedo. —Kelson rechista y se acurruca más aún colocándose una almohada entre sus piernas.
—Vamos, Margaret.
Andrew toma sus pies para arrastrarla suavemente fuera de la cama, pero ella se resiste, aferrándose con fuerza a las sábanas. De repente, Andrew se da cuenta de que solo había conseguido quedarse con sus medias en las manos. Con una sonrisa pícara, tuvo una idea.
—Ava, es hora de los lametazos.
La perrita salta con entusiasmo sobre la cama y comienza a dar pequeños brincos sobre Margaret, moviendo sus patas delanteras como si estuviera dándole un gracioso masaje. Ava lo hace con tanta energía que Margaret y Andrew no pudieron contener las risas. La escena es tan divertida y caótica que, por un momento, Margaret olvida su tristeza.
Ambos se miran, aún riendo, y supieron que el día, después de todo, podría mejorar.
Margaret, después de disfrutar de un delicioso desayuno, se prepara para una jornada de jardinería con un conjunto práctico y elegante. Opta por un overol de mezclilla gruesa, perfecto para proteger sus piernas de espinas, tierra y otras posibles molestias del jardín. Debajo, lleva una camiseta de manga larga de algodón suave y transpirable, que la resguarda del sol y la mantiene cómoda mientras trabaja. Se ajusta los tirantes del overol y revisa sus guantes de jardinería, asegurándose de tener todo lo necesario antes de salir a disfrutar del rincón verde.
—Dios, esto es increíble.
Margaret se queda impresionada al mirar lo hermoso que es el jardín, te reciben senderos de piedra que serpentean suavemente, rodeados de césped perfectamente cuidado y arbustos verdes que parecen recortados a la medida, pero sin ser demasiado formales. Las flores, en tonos suaves de rosa, lavanda y blanco, llenan el espacio con un aroma dulce y fresco. Aquí y allá, pequeños grupos de tulipanes y rosas dan toques de color vibrante, recordando los momentos románticos y los pequeños gestos amorosos de las películas.
Una pérgola de madera blanca, cubierta por enredaderas de glicinas y jazmín, crea un espacio íntimo en el centro. Esta estructura se encuentra adornada con luces de cuerda doradas que parpadean suavemente al atardecer, dándole al jardín un aire de magia. Bajo la pérgola, una mesa de hierro forjado con sillas a juego, cubiertas de cojines en tonos crema y pastel, ofrece el lugar perfecto para compartir una cena al aire libre o para sentarse con un buen libro. A un lado, un pequeño estanque con nenúfares refleja la luz del sol durante el día, y al anochecer, la luna crea destellos en la superficie del agua.
Las decoraciones tienen un aire casual y vintage: una bicicleta antigua apoyada contra un árbol, con una canasta llena de flores frescas, y faroles de vidrio colgados en las ramas de los árboles cercanos, iluminando el camino de manera suave. También hay un columpio de madera, colgado de una de las ramas más bajas de un roble, que parece estar ahí solo para que alguien lo descubra en una escena crucial, con la música romántica de fondo.
Andrew se acerca a Wade con una sonrisa cómplice y le susurra al oído:
—Aún falta la mejor parte.
Wade apenas puede contener la emoción; esta zona del jardín tiene un significado muy especial para él, y no puede esperar a compartirlo.
—Muéstrame —responde Kelson, con un brillo en los ojos. La emoción la invade, y piensa en lo cerca que estuvo de quedarse en la cama, perdiéndose de toda esta maravilla.
—Ven conmigo —dice Andrew, tendiéndole la mano.
Kelson lo sigue, casi saltando de expectación. Sus pasos son ligeros y apresurados, como si fuera una niña que no puede contener su entusiasmo frente a una sorpresa desconocida, su corazón latiendo al ritmo de sus pensamientos ansiosos.
Margaret no concibre creer lo que sus ojos ven, es un invernadero, donde cada rincón está diseñado para exaltar la belleza de las gardenias. Las paredes están hechas de un elegante cristal transparente que permite la entrada de luz natural, creando un ambiente cálido y etéreo. Desde el techo de cristal, la luz solar filtra suavemente, envolviendo el interior en un brillo dorado que resalta los tonos blancos y el verde oscuro de las hojas.
El suelo está cubierto con baldosas de mármol blanco que reflejan la luz y aportan una sensación de frescura y sofisticación. Filas y filas de gardenias están dispuestas en elegantes maceteros de cerámica blanca decorados con delicados detalles en oro. Los arbustos de gardenias tienen una simetría perfecta; sus flores son redondas, llenas de pétalos suaves y enroscados que forman espirales.
El aire dentro del lugar es denso y embriagador por el aroma dulzón de las gardenias, que parece envolverlo todo en una fragancia hipnótica. Unos cuantos bancos de madera de caoba pulida se sitúan entre los maceteros, invitando a detenerse y disfrutar del ambiente sereno y contemplativo. Todo está dispuesto de tal forma que transmite una elegancia sutil, como si el espacio mismo fuera un tributo a la pureza y a la belleza natural de esta flor.
—¿Cuál es el significado de las gardenias? —pregunta Margaret, mientras las contempla con un aire de fascinación, notando su lugar privilegiado en comparación con las demás flores del invernadero.